Hasta donde alcanzan mis conocimientos en esta materia, y he viajado por cada uno de ellos, en todos los países que constituyen la América de habla hispana –incluyo también a Brasil, aunque se expresa en la lengua de Camoes- hay protestantes en las instituciones políticas.
En algunas repúblicas como Argentina, Chile, Guatemala, Brasil y otras existen incluso partidos políticos fundados y dirigidos por protestantes. Guatemala ha tenido dos presidentes protestantes que desarrollaron políticas nefastas, Efrain Ríos Mont, quien solo gobernó el país un año, entre febrero de 1982 hasta agosto 1983, y Jorge Serrano Elías, presidente desde enero de 1991 a junio de 1993. Ríos Mont ejercía como pastor de la pentecostal “Iglesia del Verbo” al tiempo que dirigía los destinos de la nación. Bajo su presidencia Guatemala sufrió una oleada de crímenes políticos sin parangón en su historia. La actividad represiva que desató se dirigió contra organizaciones guerrilleras y contra campesinos, matando a miles y miles de ellos. Solía justificar las matanzas con versículos de la Biblia.
Por su parte, Serrano, miembro de la misma iglesia pentecostal, tuvo una presidencia alborotada. Terminó escapando a Panamá acusado de corrupción y cohecho.
“Spain is different”, se decía años atrás. Diferente también en esto. El Congreso de los Diputados cuenta con 350 miembros, mujeres y hombres. Entre estas personas, que se supone dirigen los destinos de nuestra nación, no hay ni uno solo, ni una sola protestante.
Hay izquierdistas ateos, republicanos agnósticos, socialistas que están entre la creencia y la increencia, gente de derecha, algunos de la extrema derecha, católicos distanciados de su Iglesia, católicos comulgantes y de misa diaria, miembros del Opus Dei y de otras organizaciones religiosas, pero ni uno solo de ellos o de ellas practica la fe del credo protestante. En el gobierno actual los hay católicos templados y ultracatólicos. Protestantes, ni por asomo, ni por una broma.
Parte de culpa la tiene el ala conservadora del protestantismo español, que considera un agravio para la fe inmiscuirse en política. El tema ha sido largamente debatido entre nosotros. Un miembro de iglesia evangélica, dicen los oponentes, no puede participar en actividades políticas. Así nos va.
Somos ya millón y medio en España y nos dejamos gobernar por paganos. Dudo de que esto sea voluntad de Dios. ¿Quiere Dios que los suyos sean gobernados por los sin Dios? ¿Por qué no apartamos los ojos de algunos textos del Nuevo Testamento y los fijamos en los profetas? Los hombres que por inspiración divina escribieron la profecía, ¿no tomaban parte activa, muy activa en los asuntos políticos de su entorno? ¿Y eran menos creyentes que nosotros? ¡A la ley y al testimonio!
En el desarrollo de un programa evangelístico agresivo, a nivel nacional, las esferas políticas no deben quedar marginadas. En nuestras iglesias se tiene miedo incluso al vocablo. Pero política, en su sentido original, no es otra cosa que el arte de gobernar los pueblos. ¿Y quiénes pueden gobernar la creación humana mejor que aquellos en contacto espiritual con el Creador?
El 21 de diciembre de 1974 apareció en el Boletín Oficial del Estado un Decreto-Ley sobre Estatuto Jurídico del Derecho de Asociación Política. En el preámbulo del Estatuto se reconocía el derecho de todos los españoles –por tanto también de los protestantes- a crear asociaciones políticas. Entre nosotros se armó el dos de mayo. Unos líderes eran partidarios de crear inmediatamente una asociación protestante de carácter político. Otros se oponían con tenacidad. Aquellos decían que éstos vivían en la Edad Media, interpretando la Biblia de acuerdo a la cerrazón de su pensamiento. Estos respondían que aquellos le hacían el juego al demonio. Nada se concretó entonces. Y nada se ha hecho hasta ahora. El miedo nos paraliza. Pero ¿miedo a qué? ¿A decir al pueblo y a los políticos españoles aquí estamos nosotros, preparados para competir en política, para anunciar todo el Consejo de Dios, dispuestos a sentarnos en el Congreso junto a otros diputados y, de poder ser, llegar a formar parte del Gobierno de la nación?
¿Cree usted que lo haríamos peor que lo están haciendo ellos? Basta con leer la prensa, escuchar la radio o ver la televisión para convencernos de que hoy, ahora, estamos viviendo un espectáculo político versallesco –carnavalesco. El espectáculo de la carcajada irreprimible que quiera Dios no se convierta en lamento lorquiano. Los políticos españoles de la hora nos recuerdan a las polichinelas de las comedias italianas, moviéndose al impulso de resortes ocultos, en una danza nacional grotesca, burlesca. Contemplar este espectáculo es fascinante. Y cosa muy seria.
¿Cree usted que si líderes protestantes entraran en política lo harían peor? Si estamos llamados a ser pámpanos florecientes, sal de una tierra insípida, luz de un mundo tenebroso, ¿por qué no intentarlo también en el campo de la política?
Para crear una asociación se exige un mínimo de cincuenta dirigentes y veinticinco mil firmas de personas distribuidas en las distintas comunidades. ¿Cree usted que en el protestantismo de este año 2012 no podríamos completar esos números?
Si la política es sucia, nosotros podríamos aportar limpieza. Si la política es trampa, nosotros podríamos hacerla honrada. Si la política es corrupción, nosotros podríamos actuar con honestidad absoluta. Si la política es de este mundo, nosotros podríamos inyectarle la sabiduría del otro.
Podríamos empezar desde abajo hasta llegar a lo más alto. Concejales en las alcaldías, representantes en las comunidades autonómicas, diputados en el Congreso, miembros del Gobierno, presidentes del país.
¿Utopía? Escuchemos al escritor, político y académico francés Anatole France, Premio Nobel en 1921: “La utopía es el principio de todo progreso y el diseño de un porvenir mejor”.
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