El sacerdote egipcio Manéthon escribió tres siglos antes de Cristo una Historia completa de su pueblo. Fue el primero en llevar a cabo una división dinástica de los faraones. Según él, los primeros faraones comenzaron a gobernar en Egipto hacia el año 3000 antes de Cristo y mantuvieron el poder hasta la XXXI dinastía, próxima a la invasión de Alejandro Magno, en torno a la segunda mitad del siglo cuarto antes de Jesucristo.
Para otros egiptólogos, el último de los grandes faraones fue Ramsés III, 1.200 años antes de la era cristiana.
La palabra “faraón” es en realidad la deformación griega de las voces egipcias “per da”, que al pasar al hebreo se transformaron en “par o” y en griego tomaron la forma simple de “pharaó”.
La expresión egipcia faraón significaba originalmente “la gran vivienda”, de donde, tomando el contenido por el continente, vino el nombre de “faraón”, es decir, “el que mora en la gran vivienda”. Para los egipcios, éste que moraba en “la gran vivienda”, en su palacio confortable, era el señor, el dios.
En el capítulo 37 de sus Historias Herodoto dice que “los egipcios son mucho más religiosos que todo el resto de los hombres”. Esto, que se escribió hace unos 2.500 años, continúa siendo verdad en nuestros días. La emisora oficial egipcia transmite diez horas diarias de cantos coránicos. Todos los documentos públicos se extienden “en el nombre de Dios, clemente y misericordioso”, según la fórmula en el primer capítulo del Corán.
Los documentos escritos que han llegado hasta nosotros, el arte, los utensilios y los jeroglíficos conservados en las tumbas por el aire seco del desierto revelan que los faraones egipcios reclamaban para sí honores divinos.En uno de estos extraordinarios documentos, citado por John A. Watters en LA EPOPEYA DEL HOMBRE, el dios-faraón dice: “Yo hice los cuatro vientos para que todo hombre, tanto como su compañero, pudiera respirar de ellos… Yo hice que el agua inundara los campos para que el pobre, tanto como el rico, pudiera tener derecho a ella… Yo hice que cada hombre fuera igual a su compañero. Yo no mandé que obraran el mal; fueron sus corazones los que violaron lo que yo había dicho…”. El autor de DIOSES, TUMBAS Y SABIOS, C.W.Ceram, afirma que Setos I y Ramsés II se identificaban con Dios más que los faraones anteriores, haciéndose iguales a Dios.
Poco puede extrañarnos esto si recordamos que hasta el 1 de enero de 1946, cuando Hiro Hito renunció a todos sus poderes sobre el vencido país, los japoneses seguían considerando a su emperador como una divinidad viviente. De dioses que comen y descomen está plagada la Historia humana.
El más astuto de todos los animales, la serpiente, echada al pie del árbol del mundo en casi todas las religiones antiguas, vertió el halago de la suplantación en los oídos de la primera pareja: “Seréis como dioses”.Ser como Dios: He aquí el sueño eterno del hombre; el anhelo continuo de la criatura humana; la ambición suprema, la codicia candente, el afán insaciable y permanente del gusano que quiere ser estrella. No se conforma con ser imagen de Dios; quiere ser Dios mismo, superior a Dios, suplantar a Dios o, al menos, representarlo en exclusiva.
El cristianismo no es ajeno a este proceder aberrante. El Papa de la Iglesia católica es considerado por 1.200 millones de personas como vicario de Cristo en la Tierra.“Es el Vicario legítimo de Cristo y la voz autorizada del Espíritu Santo”, puntualiza el jesuita alemán Matthias Joseph Seheeben en la página 584 de su voluminoso libro LOS MISTERIOS DEL CRISTIANISMO.
Vicario se dice de uno que tiene las veces, poder y facultad de otro o le sustituye. Al jefe de la Iglesia católica se le asigna el título de Vicario de Cristo en la Tierra –dice el dogma católico- “como delegado o representante continuador de la personalidad del Divino Maestro en el Gobierno de su Iglesia”. Y como al propio tiempo se le reconoce como “la voz autorizada del Espíritu Santo”, la única autorizada, según otros textos, tenemos en cada Papa que nace, enferma y muere a otro dios, o casi. Y esto en pleno siglo XXI. No aspiraban a tanto los faraones de la antigüedad egipcia. Porque ellos al mismo tiempo que sus pretensiones divinas revelaban sus debilidades humanas contrayendo matrimonio, engendrando hijos, guerreando y desmayando en sus sueños interminables de conquistas. Bien mirado, los papas del catolicismo reivindican cuotas más amplias de divinidad que los viejos faraones.
Algunas sectas protestantes surgidas de la reforma religiosa iniciada por Martín Lutero son tan ambiciosas y tan pedantes en sus pretensiones divinas como el papado católico.Mary Baker, fundadora de la “Ciencia Cristiana” en 1866 afirmaba que Cristo le había revelado “en exclusiva” un método para suprimir el dolor mediante cierta terapia espiritual. Dos niñas de doce y nueve años respectivamente, Margaret y Kate Fox, dieron origen en 1847 al espiritismo moderno, cuyos “médiums” pretenden alcanzar el mundo sobrenatural y explicarlo a quienes lo demandan en la Tierra. En 1823 el norteamericano Joseph Smith anunció que un ángel por él llamado Moroni le honraba con revelaciones y visiones personales. Estas revelaciones divinas tuvieron por consecuencia, según Smith, el descubrimiento de unas planchas de oro que habían permanecido ocultas en tierra americana desde el año 420 de nuestra era. Fue así como nació el mormonismo.
Otros grupos protestantes reclaman poderes espirituales que estuvieron reservados a Jesucristo cuando anduvo en cuerpo de carne; igualan y hasta superan las pretensiones del papado católicomediante la privatización del mensaje divino: “Dios me ha dicho que haga…”; Dios me ha dicho que debes hacer….”, como si el Dios de la Biblia fuera una pieza de ajedrez a la que movemos según sea el capricho de la razón.
Ser como dioses, la tentadora y al mismo tiempo engañosa oferta de la serpiente a nuestros primeros padres, ha sido la permanente ilusión del hombre, el sueño constante de la razón orgullosa, la quimera ambicionada, la pesadilla de los soberbios, la apetencia de los engreídos, la alucinación de los enanos mentales que han querido superar los límites de la humanidad en todos los tiempos, desde los faraones de Egipto hasta los visionarios del siglo XXI. Pero un hombre sucio desde el parto, que come, bebe, defeca, atacado por las calenturas y por el cáncer, que enferma, se debilita, muere y el cuerpo entra en descomposición bajo tierra, ¿puede el desventurado aspirar a ser Dios? ¿Puede, tan siquiera representar a Dios?
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