Esmirna era otra ciudad importante a unos 50 kilómetros de Éfeso. Tenía un puerto marítimo de mucho movimiento. La tradición dice que en Esmirna nació el famoso poeta Homero.
La carta dirigida por Jesucristo a la iglesia en Esmirna es la más breve de las siete. Todo el sufrimiento de los cristianos del primer siglo quedó ejemplificado en los miembros de la Iglesia en Esmirna: “No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación” (Apocalipsis 2:10).
Juan estuvo exiliado en Patmos, una isla de diez kilómetros de ancho y dieciséis kilómetros de largo. Básicamente era una roca desierta e inmensa en medio del mar Egeo, ¡y a Juan lo habían dejado allí indefinidamente!
Juan, quien había sido un testigo ocular de la crucifixión, la resurrección y la ascensión de Jesús.
Juan, quien había estado presente aquel día de Pentecostés cuando descendió el Espíritu Santo.
Juan, quien había contribuido a establecer la iglesia primitiva, había sido un evangelista, había pastoreado iglesias e instruido a creyentes.
¡Juan estaba exiliado en Patmos! Incomunicado por completo y separado de sus amigos, totalmente aislado de su ministerio, imposibilitado para aprovechar oportunidades de servir, impedido de viajar y aislado de quienes pudieran orar con él, animarle o tan siquiera acompañarle en su condición de sufrimiento y soledad.
¿Cuál es tu Patmos? ¿Es un lecho de hospital? ¿Es un lugar de trabajo donde eres el único cristiano? ¿Es una casa con niños pequeños? ¿Es un hogar de ancianos? ¿Es una nueva ciudad o un nuevo trabajo? Ser despedido de un empleo o pasar por un divorcio o la muerte de un cónyuge puede colocar a un creyente en su Patmos personal. ¿De qué manera has sido aislado, exiliado y confinado a la soledad? Existen toda clase de Patmos diferentes, ¿no es así? Se requiere de mucha paciencia para vivir en el destierro de Patmos.
Aquel día del Señor
Juan pasó tiempo con Jesús. Fue sumiso en el manejo de su tiempo y también en su espíritu. Dice: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor”.
Juan se encontraba en una disposición dulce de espíritu. Si estás sufriendo en soledad, ¿cómo se puede definir la condición de tu espíritu? Cuando estás apartado de tus amigos y del compañerismo cristiano, cuando estás privado de tus esperanzas y sueños y planes para el futuro, ¿sientes lástima de ti mismo? ¿Acaso te preguntas: “¿Por qué yo?”; o te quejas: “¿Por qué a nadie le parece importar lo que me pasa?”; o: ¿estás ofendido con Dios porque Él permitió que esto sucediera aunque tú le has servido fielmente?
¿Puedes imaginar lo que Juan (y nosotros) se habría perdido si hubiera mantenido una actitud analítica frente a su situación, sintiendo lástima por sí mismo y albergando resentimiento, amargura y sentimientos de ultraje? En lugar de eso, su espíritu fue dulce y su enfoque se mantuvo fijo en Cristo.
Juan se negó a estar obsesionado con sus problemas. ¿Cómo podemos saber eso? Gracias a que en todo el libro de Apocalipsis, el apóstol mencionó sus problemas tan solo en una ocasión: En el versículo noveno del primer capítulo. Es como si él se hubiera concentrado tanto en Cristo, que no le hubiese quedado tiempo para pensar en su sufrimiento y soledad. Si él había estado deprimido por sus problemas, es evidente que los olvidó por completo ante la luz de la visión de la gloria divina y optó por fijarse totalmente en Cristo.
En un congreso mundial de evangelización celebrado en Manila, Filipinas, se demostró con documentación que en 50 años, doce millones de cristianos habían sido asesinados por su fe en todo el mundo.
¿Qué significan tus problemas frente a doce millones de hermanos tuyos que han perdido la vida?
Hay esperanza para tus problemas y para tus sufrimientos personales?
Sí.
Cristo dice a la Iglesia en Esmirna y a ti: “Yo conozco.... tu tribulación” (Apocalipsis 2:9).
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