Su biografía está colgada en Internet. Nació usted en Barakaldo, Vizcaya. Tiene 38 años. Estudió Derecho en la Universidad de Salamanca. Luego se dedicó a la literatura. Su primer libro, cuyo título no quiero reproducir aquí, inspirado en “Senos”, de Ramón Gómez de la Serna, apareció en 1995. Desde entonces ha publicado usted siete obras más, la última que yo conozco, de 2007, es “El Séptimo Velo”.
Además de esta actividad literaria trabaja usted como columnista en el diario “A:B:C:”. El periódico del Vaticano “L´Osservatore Romano” le ha nombrado este año corresponsal en España. Un alto honor católico para un escritor joven. Esto no lo ha conseguido, hasta donde llegan mis noticias, ningún periodista español.
ARTÍCULO EN “A.B.C.”
¿Qué tengo contra usted? Nada. ¿Qué tengo con usted? El artículo que escribió para “A:B:C:” titulado “El de Lutero”. Trata mal a éste reformador. Al poner comillas en lo de “genio religioso” ya está usted dudando o negando que lo fuera. ¡Un poco de responsabilidad intelectual, por favor! ¡Sea más justo con la Historia! No desprecie la biografía sólo porque la fe del personaje no coincida con la suya.
Yo no soy luterano, soy cristiano, pero ni su pluma ni su ordenador podrán negar, jamás, que los países luteranos son hoy día abanderados de todas las libertades. Diga usted lo que diga, Lutero fue un poderoso revolucionario religioso. Su alma grande triunfó incluso sobre la estrechez de su teología.
LA LECTURA DE LA BIBLIA
Se enfada usted con Eugenio Trías por haber escrito en el mismo periódico en el que usted colabora una verdad tan grande y tan firme como el Taj Majal. Que la indigencia lectora de los españoles podría tener su origen en el catolicismo romano. Que el catolicismo romano, a diferencia de las confesiones reformadas, ha sido reticente “a entregar al feligrés el texto bíblico”.. Que leer la Biblia “podría ser el mejor modo de fortalecer la conciencia religiosa”.
¿Todo esto le asombra? Usted que mucho escribe, ¿sabe leer? Eugenio Trías, catedrático de Historia de las Ideas, es un experto indiscutible en estos temas. Ahí están sus deliciosos libros “Diccionario del Espíritu”, “La edad del Espíritu” y otros.
Que la indigencia lectora de los españoles pueda tener origen en la religión católica, dominadora de la cultura desde que España es España, no lo dice sólo Eugenio Trías. Lo mismo dijeron en su día Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Antonio Machado, Pío Baroja, Miguel de Unamuno, Ángel Ganivet y otros grandes intelectuales del 27 y el 98. Por otro lado, ¿es usted capaz de negar, con la Historia entre las manos, que la Iglesia católica se ha resistido hasta época reciente a permitir que el pueblo lea la Biblia? Es más, ¿no es cierto que incluso ha condenado la lectura de la Biblia?.
Con permiso suyo y de los lectores voy a extenderme un poco aquí.
Ya el Concilio de Tolosa tomó una decisión en este sentido. Y el de Trento dogmatizó que “aquél que lee la Biblia se expone a recibir más mal que bien”. La regla de los libros prohibidos decía así: “Visto que donde la Biblia circula libremente en lengua vulgar, y manifiesto por la experiencia, que ello producirá más mal que bien… cualquiera que se atreva a poseer aquel libro y leerlo sin haber obtenido la debida autorización, no podrá recibir la absolución de sus pecados a menos que venga a entregar su Biblia en manos del obispo”.
Si usted duda de la veracidad de estas citas, por favor consulte a un vaticanista especializado en Concilios y en libros prohibidos por su Iglesia.
El acceso directo y personal a la Biblia se le tenía prohibido a los católicos hasta el año 1943. Como puede ver, hace sólo 65 años. En 1943, en plena guerra mundial, el Papa Pío XII promulga la Encíclica “Divino Afflante Spiritu”, que permite la lectura de la Biblia. Dicha Encíclica, dada a conocer el 30 de septiembre de 1943, figura en las primeras páginas de la versión católica de la Biblia Nacar-Colunga, que tengo ante mi cuando escribo. En las primeras líneas, Pío XII afirma: “Inspirados por el Divino Espíritu escribieron los escritores sagrados los libros que Dios, en su amor paternal hacia el género humano, quiso dar a éste
. Nada, pues, de admirar si la Santa Iglesia ha guardado con suma solicitud un tal tesoro”.
Tan bien lo guardó que se lo quedó para si misma. Y si reconoce Pío XII que la Biblia es fruto del Espíritu de Dios, ¿por qué limita la acción del Espíritu, que sopla donde quiere, y acapara el tesoro para repartirlo entre unos cuántos? Y si una de las misiones que tiene la Biblia es instruir al hombre, ¿por qué se le niega el instrumento básico que necesita para ser instruido en la Verdad y en la Justicia de Dios? ¿No lleva razón Eugenio Trias cuando escribe que “el catolicismo romano ha sido reticente “a entregar al feligrés el texto bíblico?
¿Quién desempolvó la Biblia del viejo latín reservado al clero católico y la entregó a los ciudadanos para que la leyeran en su propio idioma? ¿No fuimos nosotros, los protestantes? ¿Se da cuenta de que usted mismo reconoce esta verdad al escribir que entre las libertades que trajo Lutero figuraba “la libre lectura de la Biblia”? Si la liberó debía estar encadenada. Le pillo en sus propias palabras.
LA REFORMA
Usted mira a la reforma con un ojo tuerto. De otra forma no se entiende que escriba estas incoherencias: “La Reforma de Lutero hizo amarga realidad la parábola de la cizaña y el trigo… Rompió la unidad de la Iglesia, trayendo a cambio la libertad. Muchísima libertad… Tantísima libertad que, a la postre, el protestantismo se quedó hecho unos zorros”.
Mucho corre usted en sus descalificaciones. Tanto, que como pasa al
que mucho corre, acaba usted tropezando. En este caso, tropezando contra el muro de la Historia y de la Verdad.
Señor De Prada: La Reforma religiosa del siglo XVI no rompió nada; todo estaba ya roto. Hasta un autor amargo como Voltaire escribió que “si todo el Norte se separó de Roma, fue porque se vendía demasiada cara la liberación del purgatorio a las almas cuyos cuerpos tenían entonces muy poco dinero”. La Reforma fue un renacimiento del sentimiento religioso y venció en su día el espíritu de incredulidad que había invadido a las clases elevadas. El literato y crítico francés Emile Faguet dijo a finales del siglo XIX que “la Reforma fue el renacimiento del cristianismo primitivo”. En el siglo XVI, como en el XXI, la religión que usted profesa y defiende apenas consiste en prácticas exteriores que no dan alimento al alma. Para encontrar el verdadero sentimiento religioso hay que acudir a las iglesias protestantes.
¿Está usted seguro de que la Reforma “rompió la unidad de la Iglesia? ¿Qué unidad? Ni Bossuet, el más protestante de los teólogos católicos, creía en esa unidad, esa inmutabilidad de la Iglesia de Roma, tan ponderada. Lo que rompió la Reforma fue el monopolio religioso de una Iglesia inamovible, anclada en la tradición, alejada de la Biblia.
AVANCE DEL PROTESTANTISMO
¿Dónde quiere usted ir a parar con su afirmación de que “el protestantismo se quedó hecho unos zorros” después de la Reforma? ¿Sabe usted lo que dice? ¿Y no le preocupa que le puedan acusar de ignorar la Historia? Yo le acuso de algo peor: Usted no ignora la Historia, usted es un hombre culto. Usted atropella voluntariamente la Historia. La falsifica. La adultera. La desnaturaliza. Usted se pone la Historia por montera como el más valiente matador. Hasta un periodista automuerto, Mariano José de Larra, que nada tenía de católico y menos de protestante, le dice a usted que “la Reforma abrió un nuevo campo a los pueblos de Alemania y de Inglaterra, que la abrazaron ansiosos”. Larra pudo haber explorado otras geografías.
Después de Lutero el protestantismo adquiere un auge vertiginoso. Se desborda ampliamente sobre una buena parte del territorio europeo. Al Norte todos los países escandinavos (Suecia, Dinamarca y Noruega) abrazan la fe protestante. Al Oeste el protestantismo se implanta sólidamente en los Países Bajos. Llega a Alsacia, a Estrasburgo, a Mülhouse. Guillermo Farrel establece en París la primera Iglesia protestante. Además, de una manera indirecta, como escribe Marc Lienhard, “la Reforma juega un papel iniciador en la evolución de otros estados hacia el protestantismo. Así sucede en Inglaterra, Suiza, Bohemia, Hungría, Austria, Polonia. El protestantismo penetra también en España. Pero como usted sabe, la contrarreforma iniciada por Ignacio de Loyola impidió su crecimiento. Su crecimiento, señor De la Prada, no su muerte, porque aquí estamos, un millón de protestantes en esta España descreída.
Ante tan rápido y sorprendente crecimiento del protestantismo, ¿sigue usted manteniendo que quedó “como unos zorros”? A propósito: Según el Diccionario, zorros son las colas de corderos que unidas al extremo de un mango sirven para sacudir el polvo. Pues este fue el mayor triunfo de la Reforma. Sacudir el polvo de dogmas y tradiciones de hombres que la Iglesia católica había vertido sobre el manto inmaculado del Cristianismo de Cristo.
Hoy somos 800 millones de protestantes en el mundo. En el África negra, China e India, el protestantismo crece de manera grandiosa.
OTRA VEZ LA LECTURA DE LA BIBLIA
Al final de su artículo vuelve usted a la Biblia. Y de nuevo entierra a la Historia en el fango de la mentira cuando escribe: “La lectura luterana de la Biblia desató la enfermedad de la inteligencia denominada diletantismo” (¡Vaya palabrita que elige!) Diletantismo, de diletante, se dice del que cultiva un arte o ciencia sin la capacidad y preparación necesaria.
¿Qué quiere usted decir, hombre de Dios? ¿Qué para leer la Biblia hay que tener cinco años de filosofía, ocho de medicina ó doce años de cura en un seminario? ¿De verdad conoce usted la Palabra de Dios? ¿Fue escrito el Antiguo Testamento para un pueblo de sabios o para personas iletradas? ¿Hablaba Jesús para los doctos rabinos del Sanedrín judío o para la gente sencilla de Galilea? Le recomiendo que lea las propias palabras del Maestro: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mateo 11:25).
Usted, abogado y escritor, hombre del siglo XXI, tiene ideas ancladas en la Edad Media. Porque según propone, sólo los sacerdotes, obispos, cardenales y papas pueden leer la Biblia. O los catedráticos de filosofía y literatura. Los demás que leamos a Corín Tellado. No, señor. La Biblia fue una fuerza inmensa para la Reforma. Dio a Lutero una fortaleza en la cual se sentía invencible. Y uno de sus más grandes logros fue haber puesto la Biblia en manos del pescador, del campesino, del pueblo bajo.
Ya que con la Biblia estamos, el pasado mes de octubre el Papa actual impulsó un Maratón dedicado a la lectura de la Biblia. Durante seis días, la lectura del texto sagrado por parte de conocidas personalidades fue transmitida en directo por la televisión italiana. Fue una buena iniciativa, que días después el propio Papa estropeó al decir que los cristianos hemos de seguir las huellas de la Virgen María. Señor de La Prada: En su Biblia y en la mía el Nuevo Testamento tiene 27 libros. Le reto a que me diga en cuál de ellos se nos dice que sigamos las huellas de María. La palabra no se encuentra ni una sola vez en esta segunda parte de la Biblia. Su equivalente, pisada, sí. La emplea el apóstol Pedro para decirnos que Cristo nos ha dejado ejemplo “para que sigamos sus pisadas” (1ª de Pedro 2:21).
Cristo, señor de la Prada. No María, ni el Papa, ni Lutero, ni Calvino, ni Trento, ni usted, ni yo, Cristo, sólo Cristo, siempre Cristo.
Saludos,
Juan Antonio Monroy, (“Vínculo”, Madrid, Diciembre 2008)
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