En puro concepto filosófico,
tiempo es el mismo devenir de la historia, como sucesión continuada de momentos; el existir del mundo subordinado a un principio y a un fin, en contraposición a la idea de eternidad que la Biblia le adjudica. Aristóteles concebía el tiempo como medida que se aplica al movimiento de los seres, como realidad espacial en que el pasado queda atrás y el futuro aparece delante del caminante que pone los pies en el presente. EI filósofo de Estagira concebía el tiempo como “una especie de círculo” -de aquí la idea de rueda en Martín Fierro o de noria en el lenguaje popular sometido al “número continuo del movimiento sucesivo”.
Pero esta concepción, prevalente a lo largo de casi dos mil quinientos años, no satisface del todo. Los planteamientos filosóficos a propósito del tiempo han dado lugar a numerosas controversias.
¿Cuál es la naturaleza del tiempo? ¿Tiene el tiempo realidad objetiva? Descartes racionalizaba el concepto de tiempo definiéndolo como «duración misma de los acontecimientos... modo inseparable de las cosas... ».
Considerándolo así, como mera sucesión de hechos humanos,
el tiempo arrastra todas las imperfecciones de lo temporal, de lo terrenal. La relación tiempo-vida se convierte en una síntesis dramática, en un incesante gemido del alma.
«Mis días -dice Job, que igual pudo haber escrito "mis tiempos" fueron más veloces que la lanzadera del tejedor, y fenecieron sin esperanza» (
Job 7:6).
Cada año igual. La misma rutina. La mecánica del tiempo. EI uniforme fastidio de la vida, que Alberto Camus retrató admirablemente en
El extranjero con estas palabras: «Levántate, toma el autobús, come de nuevo, duerme; y así el lunes, el martes, el miércoles, el jueves, el viernes, el sábado. Siempre el mismo ritmo, continuamente la misma rutina. Queda ese tremendo "por qué" que nadie sabe contestar adecuadamente. Y a la mañana siguiente todo empieza de nuevo».
Esto es tiempo imperfecto.
Igual que es vida imperfecta la que el Macbeth de Shakespeare lamenta en el quinto acto del drama: «EI mañana y el mañana y el mañana avanzan en pequeños pasos, de día en día, hasta la última sílaba del tiempo recordable; y todos nuestros ayeres han alumbrado a los locos el camino hacia el polvo de la muerte. ¡Extínguete, extínguete, fugaz antorcha...! ¡La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la escena, y después no se le oye más; un cuento narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa...!»
Todo esto es tiempo imperfecto. Vida imperfecta. Desazón, pesadumbre, congoja, fastidio, sosería, insustancialidad. Ese día vulgar y miserable que Carlyle definía como la confluencia de dos eternidades. Y el italiano Foscolo, en su importante obra
Los sepulcros: «El hombre, y sus postreros rostros, y las reliquias de la tierra y del cielo, todo lo desfigura el tiempo».
EI tiempo tiene otra cara más bella, otra sonrisa más esperanzadora, otro ángulo de proyección trascendente. Objetando las teorías de Aristóteles, los ingleses Samuel Clarke e Isaac Newton, casi contemporáneos, afirmaban que el tiempo es un atributo de Dios; es la duración infinita de Dios. EI alemán Goethe fue más preciso en su
Fausto: «Lo que llamáis espíritu de los tiempos es, fundamentalmente, el espíritu del Señor que se refleja en el tiempo». En su obra La donna de Nadir, el italiano Bontempelli sigue la idea de Goethe: “El tiempo -dice- es la esencia más misteriosa que podemos sentir, y tal vez la imagen más comprensible de Dios”.
¿Por qué todo esto? ¿Porque Dios es tiempo? ¿Porque Dios se mueve en el tiempo? ¿Porque Dios es el Señor y el dador del tiempo?
Este año de 2009 que ya está a las puertas, ¿es el desprendimiento de un número de la cósmica rotación del tiempo o es una concesión graciosa de Dios? Don Quijote, que no podía faltar a la cita en estas averiguaciones sobre el tiempo, lo entiende de la última manera en el capítulo siete de la segunda parte de la obra: “Nadie puede prometerse en este mundo más horas de vida que las que Dios quiere darle”.
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