En el siglo V San Agustín decía que los niños sin bautizar iban al infierno. Demasiado fuerte. El año 1230 Guillermo de Augergne emplea por primera vez la palabra limbo en referencia a los niños que mueren sin el bautismo católico. A lo largo del siglo XIII los grandes teólogos del Vaticano prosiguieron en esa línea y fijaron la doctrina del limbo, que defendió con energía e impuso sin protestas el filósofo y teólogo Tomás de Aquino (1224-1274), a quien su iglesia llama Doctor Angélico. Aquellos hombres creyeron y enseñaron que esos niños, tal como lo expresa el teólogo Francisco de Solá en el cuarto tomo de la ENCICLOPEDIA DE LA BIBLIA, “hablando en sentido estrictamente teológico, han de ser llamados condenados, porque no alcanzaron el fin sobrenatural a que Dios elevó a la humanidad”.
El poeta y dramaturgo alemán Wolfgang Goethe escribió en una ocasión que el limbo es una doctrina monstruosa. Pues bien: Esta monstruosidad se ha estado enseñando a todos los católicos durante siete siglos, setecientos años, ahí es nada. ¿A cuántos millones de niños ha mandado la Iglesia católica al limbo?
El gran catecismo católico del siglo XX, el de Pío XII (1905), no se planteaba dudas. Decía: “Los niños muertos sin bautizar van al limbo, donde no gozan de Dios, pero no sufren, porque teniendo el pecado original, y sólo ese, no merecen el cielo, pero tampoco el infierno o purgatorio”. Esto lo han estado aprendiendo generaciones de niños españoles en catecismos tan afamados como los de Astete y Ripalda.
El error del limbo está precedido por otro error: La creencia de que los niños nacen en pecado original. Leemos en “El catecismo explicado”, del teólogo católico Santiago José García: “¿Para qué fue instituido el sacramento del bautismo? Para quitar el pecado original”. Y Fray Justo Pérez de Urbel, quien durante años estuvo vigilando el cadáver de Franco en el Valle de los Caídos, afirma en el Misal del que es coautor que el bautismo “borra el pecado original e imprime carácter indeleble”.
¿Qué pecado original? ¿En qué lugar de la Biblia leen las eminencias católicas que el niño hereda el pecado de Adán y Eva? ¿Son culpables los niños del siglo XXI de que los padres de la humanidad pecaran allá cuando amanecía el tiempo?
Más aún: ¿Puede Dios castigar a uno por el pecado que haya cometido otro? ¿No dice Ezequiel que el alma que pecare esa morirá? ¿No añade este profeta, con claridad y transparencia, que el padre no llevará el pecado del hijo ni el hijo el pecado del padre? Insisto: ¿No enseña el apóstol Juan que el pecado es trasgresión de la Ley? ¿Qué Ley trasgrede un bebé de días, de meses o de pocos años? Luego ¿dónde está su pecado?
Se me ocurren otros argumentos. Los partidarios del limbo sostienen que en ese lugar imaginario los niños que a él van “no sufrirán otra pena que la privación de la visión de Dios”.
¡Dios mío, cuanta ignorancia! ¿Cómo leemos en Mateo 5:8? Son palabras de Jesucristo: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”.
¿Quién tiene el corazón más limpio que un niño? ¿Entonces? No verán a Dios, grita la Iglesia católica. Verán a Dios, grita Jesús con más fuerza.
No se, no estoy convencido de que en este caso valga la consoladora frase de que más vale tarde que nunca. Por fin la Iglesia católica ha comprendido la mentira y ha descubierto la verdad. Pero ha tardado siglos.
En 1984, cuando el actual Papa era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, disimulo del Santo Oficio inquisitorial, dijo que el limbo era solamente una hipótesis teológica. Nacían las dudas. En el invierno del 2004 el Vaticano nombró una Comisión Teológica internacional con el encargo de examinar la doctrina del limbo. Integraban la Comisión treinta teólogos católicos de prestigio. Se les pidió que “estudiaran la suerte de los muertos sin bautismo”.
El pasado 20 de abril el Vaticano lanzó la bomba al dar a conocer un documento emanado de dicha Comisión en el que se dice literalmente: “Existen serias razones teológicas para creer que los niños no bautizados que mueren se salvarán y
disfrutarán de la visión de Dios”.
¿Ahora? Antes el Vaticano esgrimía otras serias razones teológicas para creer que los niños no bautizados, al morir, quedaban
privados de la visión de Dios.
El documento vaticano incluye un párrafo bonito, razonable y bíblico. Este: “Es cada vez más difícil aceptar que Dios sea justo y misericordioso y a la vez excluya a niños que no tienen pecados personales de la felicidad eterna”.
¿Para llegar a esta conclusión han hecho falta siete siglos? Para descubrir esta verdad, sencilla y diáfana en los Evangelios, ¿ha sido preciso reunir a treinta cerebros teológicos, estudiando el tema durante tres años?
En fin, bienvenido sea el documento que entierra el limbo. Pero ahora el Vaticano debería publicar otro documento pidiendo perdón a los padres que sufrieron la angustia de no saber con certeza en qué lugar del más allá reposaba el alma de sus pequeños muertos sin el bautismo.
Si quieres comentar o