Al inaugurar solemnemente la fase de los trabajos preparatorios del Concilio Vaticano II, Juan XXIII anunció la creación de un Secretariado de Ecumenismo. Al frente del mismo puso a dos cardenales de espíritu más o menos ecumenista: Bea y Willebrands.
En España, algunos sacerdotes, pocos, y muy contados obispos dejaron de referirse a los protestantes como herejes y comenzaron a llamarles hermanos separados. ¡Había nacido la era del ecumenismo! Una era engañosa, tramposa, que deslumbró a algunos dirigentes protestantes en España. ¡Incautos! Para la Iglesia católica, por muchos y muy grandes que sean sus cambios, los protestantes, siempre, hasta el día de hoy, seremos herejes, herederos de un fraile católico rebelde y excomulgado que vivió, según ellos, amancebado con una monja. Todo lo demás es cloroformo para dormir el pensamiento, la voluntad y la conciencia de los herejes o hermanos separados; no es el tratamiento el que prima.
¿Qué tipo de ecumenismo inauguró Juan XXIII? Quien no desee ver la realidad, que permanezca ciego. Quien no sepa distinguir las voces, que siga sordo. Quien no sea capaz de diferenciar entre la doctrina de Cristo y la doctrina de Roma, que continúe alimentándose de biberones templados al baño María.
Juan XXIII nunca tuvo interés en los protestantes. Su único objetivo era que abdicaran de sus doctrinas y se unieran al Vaticano, a su disciplina y a su control.
¿Se le debe criticar por ello? ¡En absoluto! Ya quisieran los protestantes que todos los católicos se integraran en sus iglesias. Juan XXIII fue sincero en sus pretensiones. Echó la red y muchos cayeron en ella, sin advertir quién manejaba los hilos y en qué dirección. El lo tenía bien claro y claramente lo expuso en más de una ocasión.
Antes del Concilio, en la Encíclica “Ad Petri Cathedrom” que lleva fecha del 19 de junio de 1959, Juan XXIII escribió: “Este maravilloso espectáculo de unidad que distingue a la Iglesia Católica y que es un ejemplo luminoso para todos, quiera Dios que conmueva de una manera provechosa vuestros espíritus,
para que pronto dejemos de llamaros nuestros hermanos separados, separados de esta Sede Apostólica”.
¿Se lo quiere más claro?
Juan XXIII no buscaba una unidad doctrinal, en Cristo, pretendía la unidad histórica, la que según el Vaticano rompió Lutero. De esta Iglesia salisteis y a ella debéis volver.
Otro texto. En el “Motu Propio” del 5 de junio de 1960, el llamado papa del ecumenismo insistía: “De nuevo se encenderá la llama de la esperanza en todos aquellos que, aún llevando el glorioso nombre de cristianos,
viven separados de esta Sede Apostólica, y tal vez, al escuchar la voz del divino Pastor, se aproximen a la única Iglesia de Cristo”.
El Papa me deja perplejo. Si los protestantes llevan el nombre de cristianos, como reconoce, ¿cómo puede el divino Pastor dirigirlos con Su voz en otra dirección? Y si la católica es “la única Iglesia de Cristo”, ¿cómo puede llamar cristianos a los que están fuera de ella?.
Lo he escrito anteriormente: El hombre tenía ideas fijas. Embaucar a quien se dejara embaucar. Otra vez, en una alocución pronunciada el 12 de octubre de 1962,volvió al tema que le obsesionaba y dijo: “La Iglesia católica hace suyo el deber de esforzarse para que se cumpla el gran misterio de dicha unidad. La unidad de oración y de deseo con que los cristianos separados de esta Sede Apostólica aspiran a estar unidos a nosotros”.
Error. Alucinación del Papa. Los hermanos separados jamás han aspirado a integrarse en esa Sede Apostólica, que será sede, es decir, lugar donde tiene su residencia el Vaticano, pero no apostólica, porque la doctrina de los apóstoles está ausente casi en su totalidad de la creencia y la filosofía de la religión católica. Ocurría y ocurre justamente lo contrario. Es el Vaticano quien aspira a absorber y dominar todo cuanto pueda del protestantismo.
Juan Pablo II siguió exactamente la misma línea de Juan XXIII. Especialmente en sus visitas a países de América Latina, donde ya hay cincuenta millones de protestantes, Juan Pablo II aludía al ecumenismo como el retorno de los separados al seno de su Iglesia. Falta espacio en este escrito para acumular citas. Cuando el Papa visitó El Salvador en febrero de 1996, el arzobispo de la capital, Fernando Sáenz, del Opus Dei, lo recibió con estas palabras: “Hay que pedir a todos los que se han separado del romano pontífice que regresen a él. Ahora hay muchos que se dicen cristianos. Eso es un escándalo para el mundo, cuando Jesucristo sólo fundó una Iglesia”. La católica, claro.
¿Y aún se sigue hablando de ecumenismo en España? Pues quien lo defienda que lo abrace. Que acepte que el Papa representa a Cristo en la tierra. Que tribute culto a las imágenes. Que reconozca a María como mediadora entre el Padre y todos nosotros. Que afirme el dogma de la confesión auricular. Que conceda más importancia a la tradición que a la Biblia. Y para qué seguir. Que vaya en peregrinación a Lourdes y a Fátima.
Admito y defiendo un ecumenismo entre todas las criaturas humanas, porque todos tenemos un mismo Padre, a todos nos ha creado un mismo Dios. Y porque el Cristianismo es un humanismo, el humanismo auténtico. Pero nunca un ecumenismo que exija abdicar de los principios del Nuevo Testamento para aceptar leyes de hombres.
Este tema exige un nuevo capítulo, pero no me atrae seguir escribiendo sobre ecumenismo. Sus partidarios lo seguirán practicando, lean lo que lean. Allá ellos.
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