En el curso del siglo XIX tiene lugar en España la llamada Segunda Reforma protestante.
En un punto coinciden todos los que escriben sobre el tema:
si la primera Reforma nació en Alemania, la segunda brotó en Gibraltar. El protestantismo español tiene una deuda de gratitud con este peñón británico clavado en tierra andaluza.
Hacia mediados del siglo XIX Gibraltar era una pequeña localidad en la que vivían unas 18.000 personas. La mitad eran españoles o de origen español. El resto lo componían ingleses, judíos emigrados de Marruecos, malteses, italianos y de otras nacionalidades. La presencia de un grupo de soldados británicos de religión protestante en Gibraltar dio principio a la activación o reactivación del protestantismo hispano. Algunos españoles residentes en la ciudad abrazaron la doctrina del Nuevo Testamento que cada domingo era expuesta desde el templo donde se reunían los militares británicos. Ante las perspectivas que se vislumbraban, misiones metodistas de Gran Bretaña decidieron enviar misioneros a Gibraltar. El más destacado de ellos fue William Harris Rule. Hombre culto, consagrado, valiente, pronto inició reuniones en español y viajó a la península para establecer puntos de testimonio. En Madrid llegó a entrevistarse con el obispo Torres Amat, traductor de la Biblia latina al castellano.
Otra coincidencia: Cuando Rule estaba en plena actividad vino a España el por muchos conceptos famoso misionero, político y escritor Jorge Borrow. Manuel Azaña, presidente de la República, tradujo el libro más importante de Borrow, LA BIBLIA EN ESPAÑA. Desde su llegada a España en 1836 hasta, prácticamente, su muerte en 1881, Borrow trabajó con ardor por la extensión del protestantismo en la península y se convirtió por méritos propios en uno de los principales pilares de la Segunda Reforma.
En Gibraltar coincidió un grupo de hombres, llegados por circunstancias distintas, a quienes el Espíritu Santo utilizó en su labor evangelizadora. Puede comprenderse que en un artículo de dimensión limitada la relación de nombres y de hechos esté obligada a mínimos.
En Gibraltar se unieron Juan Bautista Cabrera, Manuel Matamoros, Antonio Vallespinosa y otros. El primero y el tercero habían sido sacerdotes católicos que abrazaron los principios de la Reforma. Matamoros, cuyo padre era oficial del ejército en Málaga, fue convertido en Gibraltar.
El 18 de septiembre de 1868 la Escuadra se sublevó en Cádiz. El general Prim fue nombrado jefe de los sublevados. Según la historia de la época, varios líderes evangélicos, presididos por Cabrera, se trasladaron a Algeciras, donde fueron recibidos por Prim. El general les dijo: “Desde hoy en adelante habrá libertad en nuestra patria, verdadera libertad, concluyó la tiranía. Cada hombre será dueño de su conciencia y podrá profesar la fe que le parezca. Ustedes pueden volver a su país y están en libertad de entrar en España con la Biblia bajo el brazo y predicar las doctrinas en ella contenidas”.
En el tomo VI de LOS HETERODOXOS ESPAÑOLES Marcelino Menéndez y Pelayo da fe de este episodio, pero lo lamenta. Dice que “la libertad religiosa, proclamada desde los primeros momentos por las juntas revolucionarias, abrió las puertas de España a los compañeros de Matamoros y a una turba de ministros, pastores y vendedores ingleses de Biblias. La propaganda empezó en Andalucía, y fue más intensa en Sevilla”.
Miguel de Unamuno dijo de Menéndez y Pelayo que era un borrachón empedernido reñido con la higiene corporal. Yo creo que la misma suciedad albergaba en el cerebro. Los que él califica como “una turba de ministros” eran los hombres que Dios había reunido a la sombra del peñón para iniciar e impulsar la Segunda Reforma protestante en España.
En los 68 años que van desde 1868, cuando Prim abre las puertas de España a líderes evangélicos, hasta 1936, fecha en la que estalla la sublevación militar, el protestantismo español crece y se extiende por ciudades y pueblos.
Claudio Gutiérrez Marín, autor del libro HISTORIA DE LA REFORMA EN ESPAÑA, escrito y publicado en Méjico en 1942, afirma que en julio de 1936 había en el país 166 iglesias, sin contar pequeños grupos aislados; 48 pastores ordenados y un centenar de evangelistas; 7.000 niños matriculados en escuelas regidas por evangélicos; un número similar de niños que asistían a las escuelas dominicales en sus respectivas iglesias; un patrimonio inmobiliario calculado en seis millones de pesetas de aquellos tiempos; cinco revistas nacionales, una treintena de boletines locales y tres editoriales.
La población evangélica sumaba en aquellos tiempos 22.000 personas.
Este fue el legado de la Segunda Reforma protestante en España.
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