En este contexto histórico surge la figura de un monje agustino llamado Martín Lutero. Tras una crisis de conciencia leyó en la epístola de San Pablo a los romanos el texto que, fundamentando la salvación en la fe, iba a ofrecer a los creyentes una teología, una moral y una mística que Roma ocultaba o desconocía.
Las protestas de Lutero despertaron en Europa un poderoso eco. Obtuvo la atención de una gran parte del pueblo alemán y de un grupo de jóvenes teólogos humanistas. El Vaticano empleó todos los medios a su alcance para silenciar a Lutero. Ni halagos ni amenazas lograron arrodillar al intrépido predicador. El 31 de octubre de 1517 fijó públicamente noventa y cinco tesis contra el principio y la práctica de las indulgencias. Sin embargo, todavía no se había rebelado contra la autoridad del Papa. Siguieron tres años de luchas por ambas partes. Doblegado, el Papa León X procedió a su excomunión. El 10 de diciembre de 1520 Lutero quemó en Wittenberg la Bula de excomunión.
Había comenzado la Reforma. El movimiento que en el siglo XVI cambió el panorama político, económico, militar y religioso de Europa y que luego se extendería por territorios de América y otros lugares del mundo habitado.
Sorprendentemente, la Reforma se desbordó ampliamente en poco tiempo. Suecia, Dinamarca y Noruega la aceptaron entre 1523 y 1536. Por esos mismos años echó también raíces en Francia. La Reforma jugó un papel iniciador en la evolución de Inglaterra hacia el Protestantismo. En Italia las ideas de Lutero prendieron en buena parte de la población, con la desesperación del Vaticano. Suiza desarrolló un tipo de Reforma original. En Bohemia adquirió gran influencia, así como en Hungría, Austria y Polonia.
¿A qué se debió la rápida expansión de la Reforma iniciada por Martín Lutero? ¿Qué había de atractivo en aquél despertar religioso? Richard Stauffer, jefe de estudios en la Facultad Superior de Altos Estudios en París, lo explica con estas palabras: “La Reforma encontró por doquier numerosas adhesiones. Y si es verdad que los móviles políticos y sociales desempeñaron en su difusión un papel nada desdeñable, la universalidad y rapidez del movimiento no permiten explicarlo por razones excesivamente particulares. De hecho, una teología y una espiritualidad nuevas responden a las necesidades religiosas de las masas del siglo XVI. Ahí es donde está lo esencial, a lo que en definitiva no tenemos más remedio que volver siempre”.
Las doctrinas de la Reforma no permanecieron ignoradas por mucho tiempo en España, especialmente después de la ascensión de Carlos I de España al trono de Alemania. Desde la misma Alemania y desde Suiza se enviaban cantidades de folletos y libros a España, en los que se exponían las tesis reformistas. El 20 de marzo de 1521 el Papa León X escribió a los gobernantes de Castilla requiriéndoles la adopción de medidas tendentes a impedir la introducción en España de libros de Lutero y sus defensores.
La historia de la época señala a Juan de Valdés como el primer español que abrazó las opiniones reformistas y se dedicó activamente a su propagación en España. Para Menéndez y Pelayo, Pedro Martínez, más conocido como Pedro de Osma, “fue el primer protestante español”.
Falta información sobre la introducción y desarrollo de la Reforma en España. Manuel Gutiérrez Marín, culto reformista español en la segunda parte del siglo XX, asegura que en España sólo hubo conatos de Reforma. No obstante las muchas dificultades y los peligros existentes, se logró establecer algunas congregaciones en suelo español, especialmente en Sevilla y Valladolid.
La Reforma iniciada por Martín Lutero en el siglo XVI encontró en España tres grandes y poderosos enemigos: Carlos V, Felipe II e Ignacio de Loyola. Laurent recuerda las palabras de Carlos V en el edicto de Worms: “Yo sacrificaré mis reinos, mi poder, mis tesoros, mi cuerpo, mi espíritu y mi vida, para detener la impiedad de Lutero”. Su hijo Felipe II heredó además del trono el fanatismo y antiprotestantismo del padre. Afirmó que prefería reinar sobre un desierto antes que sobre un país habitado por herejes. Ignacio de Loyola, “pequeño y bajo de cuerpo”, fundó la Orden jesuita con el exclusivo propósito de combatir el protestantismo. Fue el iniciador e impulsor de la contrarreforma. Su lema era que la Europa católica, latina y mediterránea debía hacer frente a la Europa protestante, germánica y nórdica. Ignacio de Loyola cumplió en parte sus intenciones, aunque para lograrlo tuvo que encender las hogueras de la Inquisición.
El historiador holandés F. Van Lennep liquida el período de la Reforma entre nosotros con un juicio que, aunque no puede tomarse en sentido absoluto, se aproxima bastante a los hechos reales: “La luz del Evangelio que tan espléndidamente comenzó a brillar en España en el siglo XVI –escribe-, fue apagada por el rey Felipe II. A su muerte no se encontraba ni un solo protestante en España. Los pocos que habían escapado de los autos de fe de la Inquisición huyeron al extranjero”.
Fue el triunfo de la Contrarreforma en la España oscurantista de los Reyes Católicos. Todos los reyes eran católicos.
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