Esta es una historia sobre la impersonalidad y la incomunicación de un medio, que en teoría debía potenciar todo lo contrario. Ya que como observa la primera frase del comentado artículo de la revista
Newsweek, “en el oscuro corazón de
La red social no está David Zuckerberg” –un héroe con el que es imposible de simpatizar–, “sino el temible vacío que nos asola”. Un vacío, eso sí, lleno de palabras…
El guión del aclamado autor de la serie
El ala oeste de la Casa Blanca –Aaron Sorkin– está lleno de diálogos tan inteligentes, que al final uno tiene la impresión que no ha captado más que una parte de lo que expone la película. El film se sucede a tanta velocidad, como solemos leer en
internet. O sea mal…
RAPIDEZ, ¿PARA QUÉ?
Esta rapidez provoca una evidente falta de reflexión, que parece acompañar al medio. Es la rapidez con la que el protagonista –poderosamente encarnado por el inimitable físico de Jesse Eisenberg– escribe en su
blog los comentarios que producen la
ruptura con su novia. Cuando inútilmente intenta reconciliarse con ella, la chica observa que
“en internet no se escribe con lápiz, sino con tinta”.
Pues la comunicación no es más fácil cuanto más rápida sea, sino todo lo contrario. Un problema que se da incluso en el correo electrónico, donde la tendencia es a contestar inmediatamente. La afición a la polémica de muchos de los que escriben en
internet se presenta como una lúcida reacción inteligente, cuando en general no es más que una arrogante demostración de una ignorancia atrevida, que fácilmente se convierte en insulto y descalificación personal.
La velocidad del ritmo que impone Fincher a la película no viene como en tantos productos cinematográficos actuales por una cámara mareante, sino por una compleja construcción narrativa con la apariencia de una realización clásica –como hizo en su recreación del
thriller de los años setenta en
Zodiac (2007) o su peculiar versión del relato de Scott Fitzgerald,
El curioso caso de Benjamin Button (2008) –. Usa para ello una estructura tan poco novedosa como son los
flashbacks, para mostrar
algo diferente–como observa Israel Paredes en
Dirigido Por–: “el pasado como si fuera presente”.
CON AMIGOS COMO ESTOS…
La frase que se ha utilizado como publicidad de la película dice que “no se hacen 500 millones de amigos sin hacer unos cuantos enemigos”.
Aunque
la pregunta con la que uno se queda después de ver La red social, es –como dice el titular de Newsweek–: “Con amigos como estos, ¿para qué queremos enemigos?” Cuando Zuckerberg tiene que responder al careo legal por el que le acusa su compañero Eduardo Saverin de haberse apropiado del proyecto de
Facebook, él dice ingenuamente: “Pero si es mi mejor amigo…”
Es habitual el comentario de los famosos que se quejan de que todo el mundo dice ser su amigo, cuando apenas conocen a tantos que se quieren acercar a ellos interesadamente. La cuestión es que ahora cualquiera que utiliza
Facebook –según me dicen, ya que no es mi caso– es consciente de tener más amigos agregados a su perfil que en la vida real. A pesar de ello intentamos lograr mediante la red lo que en persona no podemos conseguir, como hace Zuckerberg.
Algunos creen haber hecho amigos por internet, la cuestión es: ¿qué significa para nosotros la amistad? La amistad se ha devaluado tanto en el mundo contemporáneo, que ya no sabemos lo que es un amigo. Es evidente que para tener amigos hace falta tiempo y energía. Es algo que requiere esfuerzo y vulnerabilidad, pero ofrece también compañía, afecto e intimidad. En la verdadera amistad hay confianza, lealtad y seguridad. Lo contrario que en esta película…
EXTRANJEROS Y EXTRAÑOS
La demoledora visión del más joven magnate del planeta nos da no sólo una nueva versión de
Ciudadano Kane, sino que el
Rosebud de Orson Welles –aquí convertido en la frustrada relación de Zuckerberg con su novia de la Universidad– presenta un misterio existencial que revela las paradojas de un tiempo del que
Facebook es sólo un símbolo.
La discapacidad emocional de quienes mueven los hilos de las nuevas formas de relación social nos revela que “tras la mayor maquinaria jamás creada para hacer amigos” no hay más que “una cósmica soledad” –como dice Jordi Costa en el resumen del año que publica el diario
El País–.
Tras este largo paréntesis, que hay entre el prólogo que inicia la película y la escena final que nos devuelve al principio, no hay más que el eco de “la sed inmortal del hombre por ser conocido y perdonado del todo” (Henry Van Dyke).
La incapacidad de conectar con todos los que le rodean, que tiene el protagonista de esta película, nos muestra la soledad que viene del orgullo y la ambición. Su alienación desvela el triste destino de los hijos de Adán en una cultura de Babel, donde el éxito tecnológico no puede ocultar que al este del Edén vivimos en un mundo en que somos “extranjeros y extraños” (
Efesios 2:19).
EL MURO QUE NOS SEPARA
La realidad es que el muro de Facebook a veces no nos acerca, sino que nos separa de los demás. Nuestra incapacidad de conectar con aquellos que nos rodean, no se resuelve estando horas delante de la pantalla del ordenador. El aislamiento en que vivimos, no tiene que ver con la situación geográfica de nuestra residencia, sino con nuestra impotencia para comunicarnos y mostrar la realidad de nuestra vida a los que están más cerca de nosotros. El muro es por eso a menudo más una forma de protección, que de cercanía. Abrirse a los demás es algo doloroso, que nos hace tremendamente vulnerables.
La película de David Fincher nos muestra la realidad de la vida en un mundo roto, donde no podemos ser conocidos, ni perdonados del todo, como dice Van Dyke. Para eso hace falta una obra sobrenatural. La reconciliación es sólo posible al aceptar la verdad que Jesús nos anuncia: estamos lejos de Dios (
Ef. 2:13). Y ese es el origen de todos nuestros problemas.
El Evangelio que Cristo nos trae es sin embargo que Él mismo es quien nos acerca y nos da la paz. El rompe la barrera que nos separa de Dios y los demás (v. 14). Eso tiene un coste y un precio. Lo extraño es que no consiste en el esfuerzo que nosotros hagamos, sino en el sacrificio de otro: Cristo Jesús. La verdadera amistad es por lo tanto un regalo que debemos recibir de Aquel que nos conoce y perdona del todo. ¿Podremos mostrar nosotros la misma amistad?
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