Yo compraba el periódico todos los días en la librería de Alberto España, en la calle Fez, no lejos del cine Paris.
El 3 de marzo de 1963 Emilio Romero anunció que en adelante su periódico contaría con una colaboración religiosa semanal que estaría a cargo de un sacerdote joven: Juan Arias, el “padre Arias”. Me mantuve expectante. Su primer artículo, LA VERDAD SOBRE LOS CURAS, tronchó mis ilusiones. En el segundo, que apareció en PUEBLO el 16 de marzo del mismo año, me sentí aludido, ofendido e insultado. Se hablaba por entonces en las Cortes de Franco de un posible Estatuto de libertad religiosa para los protestantes españoles. Su Iglesia estaba rabiosamente en contra. Nosotros confiábamos en los curas jóvenes, como lo era usted. Creíamos que tendrían una mentalidad más comprensiva, más tolerante. Nada de nada. Se desmadraba usted contando lo que le había dicho un ingeniero llamado Emilio Ramírez, que de darse en España un clima de libertad religiosa “vendrían los protestantes cargados de dólares y los pobres se dejarían sobornar”. No sólo dio usted la razón al ingeniero alarmista e intolerante, además relató en el mismo artículo algo que usted decía haber presenciado: “Un grupo de protestantes que, con un saco de patatas y dos colchones, trataban de comprar la fe de un obrero” en Barcelona.
Se que la palabra mentira es muy fuerte. Pero la mantengo. Yo conocía a los protestantes catalanes de aquella época y sabía cómo actuaban. Escribí una carta de protesta al director de su periódico, que no quiso publicar.
Después…siempre hay un después. Siguió usted de sacerdote por un tiempo, colgó la sotana, se enamoró, contrajo matrimonio, se dedicó al periodismo, ingresó usted en el diario EL PAÍS, fue responsable del suplemento BABELIA, el periódico le mandó como corresponsal a Italia y al Vaticano, ahora lleva la corresponsalía del mismo en Brasil y
ha escrito usted varios libros. He leído los dos últimos: JESÚS, ESE GRAN DESCONOCIDO y LA MAGDALENA, EL ÚLTIMO TABÚ DEL CRISTIANISMO.
El primero se mantiene más o menos en los cánones del Nuevo Testamento. Trata usted el tema, tan en boga hoy, del estado civil de Jesús, si permaneció soltero o contrajo matrimonio. En la página 122 escribe usted, con mucho acierto: “La hipótesis calenturienta de algunos analistas de que Jesús estaba secretamente casado con la prostituta de Magdala no merece consideración alguna”.
El libro sobre Jesús es del año 2001; el de María Magdalena del 2005. En cuatro años, señor Arias, sus ideas sobre el tema han dado un vuelco hasta el infierno. Ha caído usted desde la altura de la sotana sacerdotal a las profundidades de la desnudez pagana.
En su discurso sobre la Magdalena usted se adhiere al grupo de analistas que cuatro años atrás no le merecían consideración alguna. Se une a ellos y con ellos y con el fabulista Dan Brown escribe que existe “una hipótesis que parece bien documentada: Magdalena vivió con Jesús una apasionada historia de amor”.
Dice usted que “EL CÓDIGO DA VINCI está impregnado de fantasía y carece de veracidad histórica”. Si de verdad cree esto, ¿por qué sigue sus pasos? ¿Dónde documenta usted la hipótesis de esa apasionada historia de amor supuestamente vivida entre Jesús y María Magdalena? Los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento no autorizan semejante chisme. ¿Da usted crédito al legajo de escrituras adulterinas y apócrifas que esgrimen los fabuladores mercantilistas para dar carácter científico a lo que sólo es literatura mugrienta? ¿Es eso lo que enseñaron a usted en el Seminario?
Sigue usted en el ejercicio novelesco. Recojo algunas frases de su libro: “Qué la relación entre Jesús y la Magdalena fue importante hoy no lo niega nadie”. ¿Quién es nadie? ¿Ha pensado usted en los millones de católicos, anglicanos, ortodoxos y protestantes que si la niegan, porque la historia fiel en la que fían sólo está escrita en la Biblia?
Para usted, el texto de Juan 20:1-18 “es una verdadera pieza teatral en la que se representa el drama de la mujer que llora la muerte de su esposo”. ¿Dónde se hace teatro, en la página que escribe el apóstol San Juan o en la que escribe usted?
Ya se ha incorporado usted a esa pléyade de autores que siguiendo al apóstol Dan Brown especulan con los supuestos descendientes de Jesús y María Magdalena. Según sus palabras, “si Jesús estuvo casado con la Magdalena, como todos los indicios permiten suponer, su matrimonio y la familia que pudo haber formado seguramente se alejaron de lo tradicional”. Sigue usted, en esta misma dirección: “Hoy resulta difícil sostener que Jesús… no hubiese creado su pareja, no hubiera ejercitado la actividad divina de la sexualidad y no hubiese sido creador de nueva vida humana y engendrador de nuevos hijos de Dios”.
¿Fantástico! Usted rompió el voto del celibato, e hizo usted bien, porque el celibato impuesto por el Vaticano va en contra de la naturaleza humana y de la ley divina, pero ¿por qué quiere llevar a Jesús a su terreno? Muéstreme un solo texto de los Evangelios que apoye sus peregrinas especulaciones y me uniré a usted.
Todos sus colegas cuentacuentos, y usted entre ellos, especulan con insistencia en el hecho de que Jesús se apareciera después de su resurrección a María Magdalena. Dice usted: “¿a quién se aparece por vez primera? Se aparece, antes que a nadie, a la persona que más amaba, a la mujer que más lo había amado como hombre: a María Magdalena”.
Señor Arias: ¿Teniendo usted ojos no ve, y teniendo sentido no entiende? Por su anterior profesión quiero creer que habrá leído el Nuevo Testamento infinidad de veces. ¿Y no encuentra en este libro inspirado la respuesta a sus dudas? Jesús se aparece a María Magdalena no porque la mandara llamar desde la cueva sepulcral, ni porque ella acudiera con flores a la tumba del esposo muerto, como usted sugiere. Se aparece a ella porque era la única presente en aquella escena. Porque los discípulos le habían abandonado, cada cual regresó a su antiguo oficio. María estaba allí, junto al sepulcro, y al emerger vivo el cuerpo muerto de Jesús era totalmente lógico que la Magdalena fuera el primer testigo de la resurrección.
Un ruego: Si hay en usted rencor hacia la Iglesia católica por lo que le ocultó o le dijo de más, como ocurre a tantos ex-sacerdotes, no ataque usted a personajes sagrados de la Biblia, dispare sus cañones apuntando a la cúpula del Vaticano.
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