La última campaña publicitaria de la organización Médicos sin Fronteras lleva por lema la siguiente frase: Lo único que puede salvar a un ser humano es otro ser humano. Se trata de toda una declaración programática, por la que se procura apelar a la sensibilidad y solidaridad, a fin de que con nuestra aportación se puedan salvar tantas vidas humanas que de otra manera corren peligro de perderse. La rotundidad y exclusividad de la frase está construida para que no pensemos que hay otra alternativa y por tanto podamos encogernos de hombros ante la urgencia que se nos presenta.
Pero
como el término salvar tiene una gran amplitud de significado, me hizo pensar en la validez de la frase si entendemos tal término en su sentido trascendente. Sé bien que para muchos no existe tal sentido y aún más cuando se trata de cuestiones en las que está en juego la supervivencia, pues todo se ciñe a las realidades de esta vida y no hay nada más, no habiendo, por tanto, cabida para otra forma de entender la palabra; pero también sé que para otros muchos, entre los que me incluyo,
el vocablo salvar tiene acepciones que, sin obviar las de acá abajo, van más allá de las fronteras de esta vida, alcanzando un sentido que sobrepasa lo terrenal.
Y ahí es donde la expresión:
Lo único que puede salvar a un ser humano es otro ser humano, puede ser al mismo tiempo verdadera y falsa, según sea el planteamiento de la cuestión.
Es
absolutamente falsa si consideramos que
la salvación es una obra tan descomunal que está más allá de la capacidad de cualquier ser humano, pues dicha salvación comporta nada menos que la cancelación de la culpa por las transgresiones realizadas, la liberación del férreo dominio al que quedamos sujetos por tales transgresiones y la escapatoria del castigo imperecedero que las mismas acarrean. Dado que todo el género humano está incluido en el problema, no hay ningún ser humano que pueda ser la solución al mismo. Y en el caso de que hubiera uno que hubiera quedado exento, todavía eso no significaría nada más que ese uno estaría libre de condenación, pero no que pudiera ser el remedio para los demás, de la misma manera que en el caso de la peste el que está sano de ella no puede inocular su salud a los apestados.
De ahí que la salvación no pueda realizarla ninguna criatura, ni siquiera las más elevadas, como los ángeles. La conclusión lógica es que
se trata de una obra que necesariamente ha de ser divina. Del mismo modo que la creación del mundo es una obra divina, así como su preservación, también lo es la salvación, algo que la Biblia no se cansa de subrayar una y otra vez, afirmando que es en vano esperarla de hombre alguno
i.
Y
sin embargo, la salvación viene por medio de un hombre, con lo cual el lema de Médicos sin fronteras es totalmente verdadero. Ya en el inicio del problema, Dios prometió que de la simiente de la mujer surgiría uno que heriría en la cabeza a la serpiente
ii, dando a entender de ese modo que así como el hombre era víctima de su propia ruina, también por un hombre vendría su salvación, al vencer a la causa del mal. De hecho, el nombre que tal hombre llevaría sería el de Jesús, esto es, Salvador
iii.
¿Cómo puede ser que la Biblia se contradiga, al decir, por un lado, que nadie sino Dios puede ser Salvador y al afirmar, por otro, que el Salvador es un hombre que se llama Jesús? La solución para esa aparente contradicción reside en que
Dios se hace hombreiv, al asumir una naturaleza humana, siendo de ese modo verdadera tanto la afirmación de que sólo Dios puede salvar como que la salvación es obra de un hombre.
Más aún,
era conveniente que la salvación viniera por medio de un hombre, primero por razón de afinidad, pues el pago de la deuda lo efectúa un representante vinculado por naturaleza con los deudores, y segundo por razón de pertinencia, porque el hueco dejado por el primer Adán en su caída, lo ocupa el segundo Adán en su victoria, trayendo de ese modo el plan de Dios, de poner a un hombre a la cabeza de la creación, a su plenitud.
Sí,
lo único que puede salvar a un ser humano es otro ser humano. Solamente que hay que entender la frase en su justo término, esto es, el de la persona y obra de Jesucristo.
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