La edición del New York Times del 18 de febrero de 2014 publicaba un artículo en el que se ponía de relieve que las costumbres españolas de la siesta y la cena tardía son un obstáculo para la recuperación económica del país. España debería, según el reportaje, ajustar sus horarios y costumbres a los vigentes en el resto de Europa, especialmente del centro y norte, donde se encuentran los países con mejores perspectivas económicas.
Aunque es verdad que los españoles tenemos que mejorar en muchas cosas y aprender de nuestros vecinos, no hay que extraer de ahí la conclusión de que hemos de mirarnos en ellos como en un espejo, pues
toda cultura tiene en su seno aspectos positivos y negativos, e incluso perversos, que relativizan su valor. Por ejemplo, ¿debe ser la economía el factor determinante para juzgar el grado de bienestar de una nación? Con esa vara de medir la rentabilidad y la ganancia se convierten en los principios rectores que mueven a las personas y a los países.
El problema con esta manera de entender las cosas es que todo queda reducido a categorías materiales, que fácilmente se convierten en materialistas, pudiendo convertirse el medio en un fin en sí mismo; como consecuencia ya no se trabaja para vivir sino que se vive para trabajar, con lo cual se invierten los términos y se alteran las prioridades. La vida, desde esa óptica, es una rueda inacabable en la que se gana para consumir y el dinero es el todo, por lo que si falla éste todo lo demás se viene abajo. Si lo que el New York Times nos propone es eso, entonces me temo que dicha propuesta consiste en meternos de lleno en esa maquinaria mercantilista que acaba por deshumanizar a los seres humanos. Pero
si en algo ha de servirnos la crisis económica actual es para darnos cuenta del engañoso valor de la filosofía del mercado.
El rey de Bután, Jigme Singye Wangchuk, ese pequeño país entre la India y China, señaló hace algún tiempo que no era tanto el Producto Interior Bruto de un país lo que importaba, sino el Producto de Felicidad Bruto, subrayando mediante ese contraste que no solamente los índices económicos importan sino que hay otros factores para la vida de un pueblo a tener en cuenta. Qué extraño que alguien de un país irrelevante tenga que corregir a los que se consideran la vanguardia del mundo entero. Y especialmente que alguien de un entorno oriental y budista tenga que enmendar la plana a los orgullosos occidentales secularistas.
Pero
más allá de lo que diga el rey de Bután está lo que enseñó ese otro Rey, con mayúscula, que es Jesús. Su enseñanza no va en la línea de la filosofía del mercado sino en la de situar los términos en su justo punto y dar a cada cosa el auténtico valor que tiene. De esa manera, la vida es más importante que la economía y Dios, el dador de la vida, es quien nos proporciona lo necesario materialmente para vivir. Por lo cual la prioridad está no en la búsqueda del dinero y el consumo, sino en la del reino de Dios y su justicia, porque el hombre no sólo vive de pan.
El sustento material queda relegado a la posición de añadidura, en vez de ser el ingrediente esencial. Claro que todo esto rompe con los esquemas trazados por quienes han hecho de lo material lo supremo y nos lo presentan como si fuera el summum bonum al que hay que aspirar. Pero en vista del fracaso de esta ideología, yo me quedo con la enseñanza de Aquel que puso al hombre y su valor por encima de las demás cosas.
Un destacado seguidor de Jesús también llegó a las mismas conclusiones, afirmando que el contentamiento en cuanto a lo material reside en tener sustento y abrigo. Es decir, en tener cubiertas las necesidades vitales, porque todo lo que vaya más allá se puede convertir en un peligro mortal.
La sencillez y simplicidad en el estilo de vida es la divisa que ha de definir la faceta material de un cristiano.
El New York Times critica la siesta española. Yo sugiero al periodista que ha escrito el artículo a que haga la prueba de descansar veinte minutos después de comer. Seguramente eso le ayudará a que sus artículos sean más lúcidos, porque
la siesta es un sabio regulador de nuestro organismo y nuestra mente, en esos momentos de lentitud cuando se está haciendo la digestión. El problema es que si lo que estamos comiendo es comida-rápida o comida-basura y lo estamos haciendo en medio de un frenesí de agitación, vértigo y prisas, consideraremos que esos veinte minutos son una pérdida de tiempo inasumible. Pero entonces habrá que cuestionarse si ese sistema de vida es realmente el mejor y si la propuesta del New York Times para que los españoles cambiemos es conveniente seguirla.
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