El presidente de Extremadura, José Antonio Monago, en su discurso del 31 de diciembre de 2013 hizo referencia al proyecto de la nueva ley del aborto que el Gobierno ha preparado, especificando que así como "nadie puede negar a nadie su derecho a ser madre, tampoco nadie puede obligarle a nadie a serlo". El argumento, contemplado a simple vista, parece impecable por su equidad y equilibrio, pues la frase se compone de dos partes en las que se combaten con igual intensidad dos imposiciones contrapuestas. Además, al proceder dicha declaración de alguien que pertenece al partido político que promueve el proyecto de la nueva ley, parece contar con la ventaja del pensamiento independiente, factor que evidentemente no tendría si proviniera de un adversario de esa formación política.
Así pues, todo indica que estamos ante un argumento irrebatible, ante el cual hay que plegarse por su contundencia. Sin embargo, como tantas veces ocurre, las cosas no son lo que parecen. Y en este caso
al examinar con cuidado la declaración descubrimos que tiene dos vías de agua que la llevan al naufragio.
Una es que
la primera parte de la frase sería aplicable a un país como China, pero no tiene ningún sentido referirla al caso de España. En China sí se prohíbe que una mujer sea madre cuando ya ha tenido un hijo y por lo tanto sería muy acertado que el presidente de Extremadura la trasladara a las autoridades de ese país para que corrigieran esa prohibición, pero queda vacía de contenido cuando la declaración se hace en el contexto español. Ahora bien, eso significa que la supuesta equidad y equilibrio de las dos partes del argumento se desvanece, ya que una de las partes está fuera de discusión. Es decir, el equilibrio de la frase se queda cojo, porque la primera mitad no se cuestiona; por tanto, no ha lugar a introducirla en el argumento si no es para darle una imagen de imparcialidad al mismo, de ahí que su introducción delate una motivación espuria en la declaración. Aquí está la primera vía de agua.
La segunda vía se halla en la segunda parte del argumento: Nadie puede obligar a nadie a ser madre. En principio el pronunciamiento parece definitivo y si Monago lo hubiera proferido tal cual, habría sido de una honestidad intelectual mayor, aunque perdiera los visos de credibilidad que quería darle al unirlo con la primera parte.
Pero ¿es correcto el planteamiento de esa segunda parte del argumento?
¿Realmente se obliga en España a alguien a ser madre? Me parece que para dilucidar esa cuestión es necesario hacer tres preguntas. La primera sería: ¿Se puede obligar a alguien que no es madre a ser madre? Y la respuesta a todas luces sería un rotundo no. La segunda pregunta sería: ¿Se puede obligar a alguien que ya es madre a ser madre? Y la respuesta sin dudar sería un firme sí. Finalmente viene la tercera pregunta que diría: ¿Se puede obligar a alguien que va a ser madre a ser madre? Y aquí estamos ante la auténtica cuestión que está en juego. Porque hay una diferencia sustancial entre el hecho de no ser madre y el hecho de estar en vías de serlo. Lo primero no afecta más que a una sola persona, lo segundo a alguien más.
Es decir, hay tres supuestos, no dos, en cuanto a la maternidad: No serlo, serlo y estar en vías de serlo. Sin embargo, Monago ha escamoteado el tercer supuesto, presentando sólo los dos primeros, no serlo y serlo, para que de esa forma su razonamiento sea categórico. Esta es la segunda y más grave vía de agua en su declaración.
Por lo tanto, el planteamiento honrado de la cuestión no es si se puede obligar a alguien que no es madre a ser madre sino si se puede obligar a quien está en vías de serlo a serlo. A partir de ahí es donde hay que dilucidar el asunto y entonces se entra en el debate de las prioridades que tienen la gestante y el gestado y también en la cuestión de si el gestado es únicamente alguien que pertenece a la esfera privada o ya es parte de la pública. En el primer caso queda a merced totalmente de la gestante, en el segundo el Estado tiene algo que decir. El esclavo en la antigüedad formaba parte de la esfera privada del amo, que podía hacer lo que quisiera con él, hasta matarlo, sin que el Estado pudiera intervenir. Es exactamente la noción que tienen los que afirman que nadie más que la gestante tiene voz en el asunto. En el caso del esclavo se trataba a todas luces de un ser humano, aunque esa condición era negada o disputada por quienes defendían la esclavitud. En el caso del gestado ¿estamos ante un ser humano? Si lo que hay en el embrión es lo mismo que hay en el colofón de su desarrollo, entonces ya no se trata de un asunto privado, porque hay un tercero por medio.
Claro que
por más que la ciencia venga corroborando la identidad esencial entre embrión y adulto, proporcionando así argumentos racionales a favor del gestado, todavía quedará por solventar el asunto de la voluntad para admitir esa conclusión, lo cual es el verdadero quid de la cuestión. Una cuestión en la que hacen falta incentivos, alternativas y formación. Además de leyes.
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