Todo existe en estado de continuo cambio, es el enunciado atribuido al filósofo griego Heráclito de Éfeso, que vivió hacia el año 500 a. C. Según él todas las cosas son inestables, de modo que nunca bañamos nuestros pies dos veces en el mismo río, porque las aguas del primer baño no son las del segundo. Es evidente que detrás de esta idea late algo positivo, pero también algo inquietante. Lo positivo es la noción de progreso, porque si todo fuera inmutable significaría que la inmovilidad sería la norma que rige todas las cosas, lo cual entra de lleno en la esfera de lo muerto. Lo negativo es que si el cambio es la ley, entonces estamos sometidos por necesidad a algo que está más allá de nuestro control, lo que supone quedar a merced de lo aleatorio o lo ciego.
Sea como sea,
el dicho de Heráclito no deja de ser una realidad, especialmente cuando miramos a nuestro alrededor y vemos la vorágine de cambios que están sucediendo a velocidad de vértigo. No es extraño que alguien haya dicho: 'Que paren el mundo que me quiero bajar.' Y es que la inestabilidad no es el mejor estímulo para producir confianza y seguridad, como muy bien saben los que se dedican a invertir en Bolsa y en negocios financieros.
La inestabilidad crea ansiedad, perplejidad, dudas y hasta miedo, como se aprecia en las convulsiones que recurrentemente sacuden a las naciones, en el terreno social, político y económico. Por ejemplo, la Unión Europea era hace una década un proyecto que despertaba el entusiasmo y la admiración de todo el mundo, teniendo un flamante buque insignia llamado euro. Pero en los últimos años ese buque casi se va a pique, pareciendo ahora que ha logrado salir a flote, aunque nadie sabe a ciencia cierta si su fortaleza es mayor que su debilidad o viceversa.
Y es que, a pesar de Heráclito,
necesitamos estabilidad. Aunque bien pensado necesitamos las dos cosas: Estabilidad y movilidad. Es decir, una estabilidad movible y una movilidad estable. Pero he aquí la gran cuestión: ¿Cómo aunar ambos elementos, ya que parece un objetivo más difícil que lograr la cuadratura del círculo?
Creo que hay
un pueblo en el mundo que tiene el privilegio de contar con ambos ingredientes, a tenor de lo que dice el siguiente pasaje: 'Y el Señor iba delante de ellos de día en una columna de nube para guiarlos por el camino y de noche en una columna de fuego para alumbrarles, a fin de que anduviesen de día y de noche. Nunca se apartó de delante del pueblo la columna de nube de día, ni de noche la columna de fuego.'
(i) La primera sensación que se desprende al leer el texto es que estamos ante un pueblo en marcha. Marcha es sinónimo de progreso y avance, que es mucho más que lo pregonado por Heráclito, pues no es lo mismo inestabilidad que progresión. En ambos el movimiento está presente, pero en la inestabilidad de forma caótica y en la progresión de forma ordenada.
Hay
cuatro factores que hacen posible que ese pueblo esté en marcha:
Jefatura, meta, rumbo y perseverancia. Lo primero es la
jefatura, porque sin un jefe que dirija es imposible ir a ninguna parte. La falta de jefatura sólo puede desembocar en la anarquía y el caos. Claro que si perniciosa es la falta de jefatura, no menos letal es una jefatura errónea. El mal planteamiento estratégico que hicieran en 1921 los mandos militares en la guerra de Marruecos acabó en el desastre de Annual, donde perecieron 12.000 soldados españoles.
El segundo factor que un pueblo necesita es una meta, lo cual es vital para saber adónde se va. Andar dando vueltas y vueltas es gastar las energías inútilmente. Pero es preciso al mismo tiempo que la meta merezca la pena, siendo digna de no escatimar por ella en sacrificios y renuncias con tal de obtenerla. Precisamente ése es el caso en el pasaje bajo consideración, donde la meta es una tierra que fluye leche y miel, que es sinónimo de la bondad y bendición del objetivo.
Pero además de saber adónde se va es preciso saber por dónde se va. Y aquí entra en liza
el tercer factor necesario para que ese pueblo en marcha no yerre en su destino, pues es posible saber adónde se quiere ir pero no saber cómo llegar allí. O pensar que se sabe e ir por el camino equivocado y finalmente perderse. Es decir, hace falta llevar un rumbo correcto. Pero para eso
se precisa un guía sabio y experimentado y aquí es donde vuelve a aparecer la figura del jefe, que va al frente marcando el paso y dirigiendo el itinerario a seguir.
Finalmente está
el cuarto factor, que consiste en la perseverancia a lo largo de las jornadas. Lo destacado en este caso es que tal perseverancia no la manifestó el pueblo, sino el jefe y guía que iba delante de ellos, al permanecer en su puesto a pesar de las continuas deslealtades y desagradecimientos por parte de aquellos a quienes dirigía.
El pueblo de Dios es un pueblo que tiene un jefe excepcional, quien le ha propuesto una excelsa meta, a la cual se llega a través de un rumbo seguro y con la garantía de su asistencia cotidiana. Por eso me quedo formando parte del mismo, porque ¿qué otro pueblo hay que cuente con todos esos factores?
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(i)Éxodo 13:21-22
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