La necesidad de un gobierno es algo que está intrínsecamente establecido dentro del ser humano e incluso en las criaturas que no son humanas. Entre los animales tenemos claros ejemplos de gobierno y jerarquía, aunque sea rudimentaria, ya sea entre los de menor tamaño, como las abejas o las hormigas, o entre los de mayor tamaño, como los leones o los elefantes. Si esta necesidad es patente en el caso de estos seres, cuánto más lo será en el caso de aquellos que tienen libre albedrío, conciencia y discernimiento moral.
El gobierno es necesario para regular la convivencia, establecer normas que la hagan posible y hacer prevalecer la justicia y la equidad, promoviendo el bien común. De ahí que todos los pueblos, en todos los tiempos de la historia y en todos los lugares de la tierra han tenido, tienen y tendrán alguna clase de gobierno. Y esto en todos los órdenes de la existencia, sea la familia, la escuela, la iglesia o la nación, porque el desgobierno sólo conduce al caos y a la destrucción.
Por eso
la historia de la humanidad, que se puede considerar desde muchas ópticas, es posible contemplarla como la persistente búsqueda del gobierno y el gobernante ideal. Pero una de las peculiaridades que vemos en los gobiernos de este mundo es su transitoriedad, inestabilidad e imperfección. En estos días asistimos a los sucesos que están ocurriendo en Ucrania, donde una parte de la población se ha echado a la calle para procurar acabar con el gobierno actual, o los que están aconteciendo en Tailandia, donde las protestas continuadas quieren terminar con el que hay allí o los enfrentamientos que han costado la vida a varios cientos de personas en la República Centroafricana, hasta el punto de que la antigua potencia colonial, Francia, ha enviado tropas para poner orden en medio del conflicto. Son solo algunos casos de perturbación, entre muchos otros, que hay en el planeta. Incluso entre las naciones que aparentemente son más estables hay evidentes signos de malestar, que presagian un futuro cargado de interrogantes e incertidumbres.
La conclusión a la que se puede llegar es que después de todo
los gobiernos y los gobernantes no son más que el reflejo de lo que los seres humanos somos, con todas las carencias que nos son congénitas. De ahí surgen las decepciones que nos embargan, al constatar que la persona en la que pusimos nuestra confianza, a la que otorgamos el voto, no es lo que imaginábamos que iba a ser. Por eso las urnas son la repetitiva constatación de que no existe lo que anhelamos, debiendo contentarnos con lo menos malo que pueda haber.
Incluso en el caso de que surja alguien especial, la brevedad de la vida humana impide la permanencia y durabilidad de su persona y proyecto.
Se ha dicho que la diferencia entre un político y un estadista es que el primero trabaja para las siguientes elecciones, mientras que el segundo trabaja para la siguiente generación. Por eso hay muchos políticos, pero muy pocos estadistas. Nelson Mandela ha sido uno de estos últimos. Pero Mandela ha muerto y aunque ha dejado un valioso legado nadie puede garantizar que los que vengan detrás de él serán capaces de andar en sus pasos. De hecho, el presidente actual de Sudáfrica tiene problemas con la justicia por acusaciones de corrupción. La misma nación, aun bajo el gobierno de Mandela, estaba lejos de ser un paraíso, presentando un alto índice de inseguridad y delincuencia que continúa hasta el día de hoy.
Y es que la Caída no sólo nos dañó individualmente, también colectivamente. Y
de la misma manera que necesitamos un remedio individual, que se llama salvación, necesitamos un remedio colectivo, que se llama reino de Dios.
El reino de Dios es el mensaje del que los profetas del Antiguo Testamento fueron portadores, incluso aunque algunos de ellos vivieron y profetizaron bajo gobernantes piadosos y óptimos. Pero ninguno de tales reyes, ni siquiera los más excelentes, daban la talla necesaria ni sus reinados eran el cumplimiento de las aspiraciones y anhelos que el ser humano tiene. Por eso ese reino de Dios es una necesidad ineludible, que no puede ser sustituida ni desplazada por ninguno de los sistemas de gobierno de este mundo. Por eso el Rey de ese reino nos enseñó a pedir venga tu reino , porque nada de lo que hay aquí abajo, ni siquiera con un Mandela al frente, es la realización de tal reino.
Un reino que es el propósito inmutable de Dios; reino ya inaugurado con la primera venida del Rey que vive para siempre y que será establecido en toda su plenitud con su segunda venida. ¡Maranata!
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