Uno de los mecanismos que tenemos los seres humanos para modificar el lenguaje es el recurso al eufemismo. El eufemismo consiste "en expresar con suavidad y decoro ideas cuya recta y franca exposición sería dura o malsonante" (diccionario enciclopédico Espasa). La palabra procede de la lengua griega y consta de dos vocablos, eu, 'bien' y pheme, 'modo de hablar', de ahí que el nombre Eufemio signifique 'que habla bien' o 'bien hablado.'
Es evidente que el eufemismo tiene su razón de ser cuando hay peligro de ser vulgar o innecesariamente hiriente, cuando el lenguaje se puede convertir en un azote descarnado que flagela de forma despiadada al objeto o persona a la que se refiere o en un atropello al buen gusto y la educación. En ese sentido hay lugar para que en nuestro hablar tenga cabida el eufemismo.
Pero también puede ocurrir que en vez de reflejar simplemente la realidad de forma más asequible, se retuerza totalmente su significado, hasta el punto de que el eufemismo se convierta en un engaño con el que se pretenda presentar lo ruin y maligno como algo digno o al menos aséptico. Es lo que se conoce como la perversión del lenguaje, que consiste en la manipulación de la realidad a través de las palabras.
Del eufemismo han echado y echan mano los aparatos de propaganda de diversas ideologías totalitarias y no totalitarias para justificar sus proyectos y programas sociales y políticos. Es sabido que los nazis emplearon este recurso cuando dieron el neutral título de "solución final" a lo que a todas luces era un exterminio sin paliativos de los judíos. Lo criminal se convirtió en "solución" y la liquidación en "final", mediante la alquimia del lenguaje. Es curioso que en el otro extremo ideológico del arco, el mundo comunista, se fraguó la expresión "democracia popular" para significar un régimen cuya característica principal era la inexistencia de democracia. Aquí fue la palabra democracia la víctima que, en manos de los adulteradores del sentido de las nociones, sirvió para justificar una dictadura. Si bien durante un tiempo estos eufemismos lograron su propósito de presentar lo negro como blanco y lo blanco como negro, al final la realidad se impuso y las fabricaciones gramaticales ficticias cayeron por su falta de consistencia y verdad, dejando en evidencia a sus autores.
Aquí en España el terrorismo etarra ideó un eufemismo para alterar lo que era extorsión, amenaza y chantaje, algo propio de la Mafia y organizaciones parecidas, llamándolo "impuesto revolucionario". Era una manera de justificar lo injustificable y de dar apariencia de legitimidad a lo que era pura delincuencia. El dinero conseguido mediante esa rimbombante fórmula lingüística servía para comprar armas y seguir matando.
Pero no hay que pensar que solamente las ideologías extremistas son especialistas en el uso retorcido del eufemismo. Hace algunas décadas en los países democráticos alguien inventó la frase "interrupción voluntaria del embarazo", que se puso de moda y era la rebuscada manera para no tener que emplear la palabra aborto, que siempre ha tenido un matiz peyorativo. En los debates políticos, en las tribunas periodísticas y en las tertulias radiofónicas y televisivas se procuraba imponer la consigna del eufemismo mencionado, a fin de hacer aceptable lo que a todas luces era rechazable. Con este eufemismo pasó algo parecido con los ya fracasados eufemismos mencionados, pues la palabra aborto ha vuelto a ser la descriptiva de esa realidad que es matar al no nacido.
En Cataluña actualmente hay un vigoroso proyecto para separar a esa región de España, siendo una de las vigas maestras del intento la denominada "inmersión lingüística". Nadie puede rotular un comercio en castellano (español) o de lo contrario sufrirá sanciones administrativas en forma de multas. Para lo que en realidad es una imposición lingüística, y dado que imposición es una palabra que delataría una maniobra impresentable, alguien inventó lo de "inmersión", que es mucho más elegante, aunque el resultado en última instancia sea el de una imposición.
"Orientación sexual" es, de momento, el último descubrimiento en las sociedades democráticas en esta cadena de ardides a los que se quiere dar visos de credibilidad. Está en su apogeo e infeliz es aquel que pretenda no someterse a su imperio, ya que se ha innovado otro epíteto para señalar a quien tal haga: Homófobo. El recurso de injuriar socialmente al disidente ideológico siempre ha sido una señal de debilidad, porque indica la falta de discurso para sostener y defender las ideas de forma lógica y convincente, procurando mediante la intimidación lo que no se consigue por la razón. De ahí el recurso a la difamación.
Eufemismos. Una manera de querer burlar la realidad. Una forma de intentar forzarla, para que se adapte a algo previamente concebido.
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