Ronald D. Laing (1927-1989) fue un psiquiatra británico que se hizo famoso en ciertos círculos en los 60 y 70 por sus sorprendentes tesis sobre la causa y tratamiento de la esquizofrenia. Enfrentado a la corriente principal de la medicina, consideraba que la enfermedad mental tiene su propia lógica, llegando incluso a considerar que, en determinados casos, los sanos eran realmente los enfermos y los enfermos los sanos. Esta revolucionaria enseñanza se constituyó en una especie de movimiento marginal dentro del seno de la psiquiatría ortodoxa, denominado anti-psiquiatría, porque rompía los moldes establecidos sobre lo que es locura y lo que es cordura.
Pero lejos de quedarse entre los estrechos círculos de su especialidad, a la anti-psiquiatría se le dio la bienvenida en ciertos sectores juveniles de aquellos años, cuyo sueño era cambiar un mundo que consideraban injusto, basado en la obsesión por la ganancia material y fundamentado en una tecnología deshumanizada.
Laing venía a dar la razón, aunque fuera de forma indirecta, a todos aquellos locos que llamados hippies, se habían levantado en contra de un estatus quo que se consideraba a sí mismo cuerdo y que estaba basado en un convencionalismo obsoleto.
Las tesis de Laing, aplicadas en términos sociológicos, vendrían a trastocar lo establecido, de manera que lo culturalmente aceptable, lo que hoy denominaríamos lo políticamente correcto, sería la verdadera demencia y lo considerado loco e insensato, como el movimiento hippie, sería la auténtica cordura.
Así fue como R. D. Laing llegó a ser popular entre los hippies, sumándose de esa manera a una corriente de intelectuales que ellos adoptaron para justificar sus propuestas, como el filósofo Herbert Marcuse o el psicoanalista Wilhelm Reich.
Finalmente, el movimiento hippie se desvaneció, tal vez por haber rechazado todo lo occidental por principio y haber abrazado, sin discriminación, todo lo que procedía de otras civilizaciones ajenas a la occidental.
También la anti-psiquiatría de Laing acabó desapareciendo con él. Sin embargo, a pesar de su fracaso hay algo que dejaron como legado que es válido para cualquier época: Pudiera ser que lo que la mayoría denomina locura sea en realidad cordura y lo que cataloga como cordura sea simplemente locura.
No hay que ir muy lejos para cerciorarnos de la veracidad de ese planteamiento, pues basta abrir las páginas de la Biblia para darnos cuenta de ello.
¿No había síntomas de locura en las predicciones que estaba haciendo a sus contemporáneos aquel hombre llamado
Noé, cuando les anunciaba una catástrofe sin precedentes? ¿No dice la ley de la probabilidad que como eso no había ocurrido nunca, jamás podría ocurrir? ¿Cuándo y dónde se había visto que una inundación de ese calibre se hubiera producido? Había algo de demencia ¿senil? en su obstinado proyecto de construir un barco sobre un suelo seco y bajo un cielo en el que lucía el sol más radiante.
Todavía más inverosímil era dar credibilidad a su mensaje, pues ligaba el desorden moral existente al castigo inminente, algo que no tenía ninguna base racional ni científica. No es extraño que el chiflado de Noé no consiguiera ganar para su excentricidad a ninguno de sus juiciosos contemporáneos. Pero finalmente el loco se salvó y los lúcidos se perdieron.
Tampoco debía andar en sus cabales aquel
Moisés, que teniendo un futuro prometedor delante de sí lo cambió por otro de incertidumbre, peligro y deshonor. Una civilización brillante como la egipcia, con sus asombrosos logros astronómicos, artísticos y técnicos, no podía compararse con un pueblo que por no tener no tenía ni libertad social ni política. No poseía territorio propio, ni leyes, ni bagaje cultural, ni historia. Carecía de dirigentes de prestigio y no había aportado nada de valor en el concierto internacional de las naciones.
En cambio Moisés era alguien llamado a ocupar un importante puesto en Egipto. ¿Cómo explicar, si no es mediante la alienación mental, que dejara eso para ponerse al frente de aquella muchedumbre de baja extracción, sin presente y sin futuro?
Enajenación mental es lo que debió sufrir aquella muchacha joven, llamada
Rut, cuando decidió unir su destino al de su suegra, sin importarle el coste de aquella empresa, que a todas luces era como querer cultivar tomates en el desierto del Sahara. Porque ¿qué le aguardaba al lado de una mujer mayor, sin recursos ni sostenimiento, en un país que no era el suyo?
Lo juicioso recomendaba que mirara por ella misma y se fraguara un futuro como manda el sentido común. Pero a la postre, Rut entró a formar parte del más grande de los linajes que hayan existido o existirán, el que incluye al rey David y al Hijo y Señor de David.
Claro que si hablamos de desequilibrio mental tendríamos que reconocer que el mismo Dios ha dado abundantes muestras del mismo, ya que todo lo que gira en torno a la salvación es una demostración de locura. Locura por el instrumento escogido para salvar: Un ajusticiado.
Locura por el medio de dar a conocer esa salvación: La predicación.
Locura por los escogidos para la misma: Lo despreciable del mundo.
Locura por la manera de conseguirla: Mediante la fe en el ajusticiado.
Y sin embargo, esa locura es más sabia que toda la sabiduría de los hombres, habiendo puesto en evidencia la necedad de la misma.
Por eso es mejor ser contado entre los locos cuerdos que entre los cuerdos locos, dado que lo que cuenta en última instancia no es el prudente criterio de la mayoría, sino el trastornado método que Dios ha establecido. A las pruebas finales me remito.
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