Uno de los primeros asentamientos que los colonos ingleses establecieron en el Nuevo Mundo fue el denominado Massachusetts Bay Colony, fundado en 1629 por un nutrido grupo de puritanos que habían llegado desde Inglaterra huyendo de la asfixiante atmósfera religiosa que la Iglesia anglicana, en unión con la corona británica, había impuesto en el país.
Aquellos puritanos, ante la imposibilidad de purificar a la Iglesia establecida de los muchos resabios que le quedaban de catolicismo,
optaron por fundar una teocracia basada en los principios religiosos, sociales y políticos del Antiguo Testamento.
De esta manera fue como empezó un experimento que tuvo sus luces y sombras, pero que a largo plazo era inviable de sostener so pena de incurrir en imponer sobre otros una ley que ataba a todas las conciencias, fueran cristianas o no. No es que aquellos puritanos fueran hipócritas al exigir a los demás algo que ellos mismos no estaban dispuestos a sobrellevar. Simplemente creían que su iniciativa obedecía a lo que Dios siempre ha querido que exista en la tierra: Una comunidad regida según su voluntad.
Como muchos de aquellos puritanos eran no conformistas, es decir, no se sometían a los dictámenes y jerarquía de la Iglesia anglicana, fundaron iglesias separadas de la misma, esto es, gobernadas ya fuera por un sistema de ancianos (presbiterianos) o por un sistema democrático (congregacionales).
Así fue el principio de aquella colonia que sería origen del actual Estado de Massachusetts, cuya capital es la ciudad de Boston.
Allí se fundó una de las instituciones que llegarían a tener fama universal y que llevaría el nombre de su benefactor: Harvard. La motivación que movió a sus creadores no era otra que fuera un centro de preparación para ministros del evangelio.
Allí también se imprimió el Bay Psalm Book, una versión métrica de los Salmos, que sería el primer libro editado en América. Es evidente, por tanto, que el espíritu cristiano flotaba en el ambiente y era santo y seña de aquella incipiente comunidad.
Pero como ocurre con todas las cosas,
al pasar el tiempo las condiciones comenzaron a cambiar. Por un lado la prosperidad económica, que es fruto de la laboriosidad que fomenta el cristianismo, ejerció un efecto corrosivo sobre las conciencias, adormeciéndolas en la comodidad y el materialismo.
Aquel fuego que aquellos pioneros habían llevado en sus corazones desde Europa a las costas de Nueva Inglaterra, estaba languideciendo en las almas de sus descendientes.
Además,
los vientos ideológicos que soplaban procedentes de la vieja Europa no iban precisamente en la dirección de un avivamiento de los cimientos de la piedad y la devoción, sino en detrimento de los mismos.
El racionalismo, exponente de la Ilustración, se abría paso en las iglesias, incubando sus semillas que terminaron por manifestarse en el unitarismo, con su negación de la Trinidad, y el universalismo, con su negación de la condenación eterna. De este modo el nervio del evangelio fue sofocado en los púlpitos, en los que se predicaba una moralidad que tranquilizara la conciencia. De ahí al escepticismo y al agnosticismo no había más que un paso, porque después de todo un escéptico y un agnóstico también tienen su moral.
La sociedad bostoniana se convirtió en una comunidad floreciente en tantos aspectos, sofisticada en sus gustos y exponente de la vanguardia cultural y social que ahora era la locomotora de los demás Estados de la Unión. Nada, sino historia, quedaba ya del antiguo espíritu puritano. Más bien se trataba de un episodio del pasado, que había quedado enterrado para siempre ante las nuevas ideas de tolerancia y relativismo que el espíritu de los tiempos imprimía con fuerza en las mentes y corazones de la mayoría.
De esa manera fue como el este de los Estados Unidos, que un día fuera la cuna cristiana de esa nación, se convirtió en el territorio donde esa fe apenas si podía sobrevivir incólume ante las fuerzas antagónicas que la combatían. La propia universidad de Harvard, antiguo semillero de pastores y predicadores, era ahora el templo donde las ciencias lo eran todo. El humanismo, en Boston y en Massachusetts, había derrotado al cristianismo.
Pero he aquí que
el 15 de abril de 2013 un explosivo casero, colocado por dos aprendices de terroristas, mató a tres personas que contemplaban la maratón que ese día recorría las calles de Boston. La mortífera explosión se produjo a 1 kilómetro de la universidad de Harvard. De pronto toda la ciudad quedó petrificada por el miedo, sitiada por la policía y con la angustia campando a sus anchas. Los fantasmas de un traumático pasado reciente resurgían de nuevo y ante la sombra del terror retemblaban todos los cimientos.
Tus enemigos han salido contra ti y se han juramentado para destruirte. Y no pararán hasta que lo consigan. Tal vez es la hora de buscar no tanto la ciencia y la tecnología sino a Dios.
Tal vez es necesario volver a recobrar aquel espíritu que portaban aquellos pioneros a los que tantas veces se ha ridiculizado y de los cuales te has avergonzado. Tal vez hay todavía una oportunidad de salvación. Tal vez la antigua predicación puritana de la conversión a Dios sea la medicina que necesitas.
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