De Grecia procede el concepto y la palabra democracia, que fueron acuñados a mediados del siglo V a. C. para describir el tipo de gobierno que fue llevado a la práctica en las ciudades-Estado de Grecia, particularmente Atenas.
De modo que una de las nociones que habrían de ser capitales para la civilización occidental nació allí. Pero no solamente eso: Su lengua, su cultura, su religión, su política, su arte y su literatura conformaron una de las grandes etapas de esplendor que posteriormente llegaría a ser conocida como el periodo clásico, elevando a esa nación por encima del resto de las naciones y constituyéndola en fuerza motriz de aquel inmenso movimiento que se llamó helenismo, esto es, la difusión por todo el mundo entonces conocido de lo que llevaba el sello de lo griego.
Tristemente el estado actual de Grecia está en las antípodas de toda aquella grandeza, habiéndose convertido en paradigma de lo que ninguna nación quiere ser, a causa del rescate económico que ha necesitado para poder eludir el colapso nacional. Esa palabra, rescate, ha quedado tan unida a su condición que los dos términos, Grecia y rescate, son casi sinónimos en el sentir popular.
Pero
el vocablo español rescate y su correlativo redención tienen su correspondencia en la lengua griega, en la que el Nuevo Testamento fue escrito.
Hay dos palabras principales que se usan para describir esa operación: agorazo y apolutrosis.
La primera procede de ágora, que era la plaza pública en las ciudades griegas donde se llevaban a cabo diversos actos civiles y económicos. Pues bien, como una de las operaciones más corrientes que en ese lugar se efectuaban era la compra, el término ágora y sus derivados llegaron a ser equivalentes de 'comprar'.
Una de tales compras cotidianas tenía que ver con el comercio de esclavos, por lo que la expresión acuñada para comprar a un esclavo fue la palabra
agorazo.
Este fue el término que los escritores del Nuevo Testamento emplearon para describir esa transacción espiritual por la cual, partiendo de la premisa de que somos esclavos, somos comprados por otro dueño al que a partir de ese momento pertenecemos[i].
Es decir, el rescate que nos trasmite el vocablo
agorazo tiene la característica de cambio de dueño mediante el pago de un precio. El antiguo dueño era el pecado que se había enseñoreado de nosotros, con todas las consecuencias implacables que tal dominio conlleva, y el nuevo dueño es Cristo, que a través del precio de su sangre nos ha adquirido para él. Esto significa que el ser humano nunca es ni puede ser independiente, aunque él crea que lo es. O bien tiene como amo al pecado o bien tiene como amo a Cristo. ¿Dónde está la diferencia, ya que en ambos casos hay un estado de servidumbre? La diferencia yace en la radical distinción que hay en el dueño. Uno es espantoso y el otro es amoroso, hasta el punto de decir que su yugo es suave y ligera su carga
[ii].
El otro término griego, apolutrosis, hace referencia a soltar algo que está atado, de ahí que transmita la idea de liberación. Es obvio que una de las ilustraciones más empleadas para describir el estado de esclavitud es la atadura, ya sea con cadenas, cuerdas o cualquier otro sistema, que impide la libertad de movimientos, siendo de hecho la manera en la que alguien que ha sido hecho cautivo queda sujeto a voluntad de su conquistador.
De nuevo tenemos una descripción del estado natural en el que hemos quedado, al haber sido vencidos e inmovilizados por el pecado. Pero la buena noticia consiste en que hay una liberación,
apolutrosis, efectuada a través de la muerte de Cristo, que rompe las ligaduras con las que éramos cautivos del pecado, obteniendo de esta forma la libertad
[iii].
Los dos términos, agorazo y apolutrosis, son complementarios y describen las dos facetas del rescate efectuado. El primero subrayando el cambio de dueño y el segundo enfatizando el cambio de estado, aunque ambos tienen en común el mismo medio por el que el hecho del rescate se ha producido: el precio pagado.
Este rescate no acaba en las fronteras de esta vida, ni tiene como alcance únicamente la parte inmaterial del ser humano. Es un rescate de largo alcance, trascendental, porque llega a la otra orilla al ser de duración perenne. En otras palabras, la muerte no pone fin al mismo, sino que es al contrario: Este rescate es de la muerte, al liberarnos de su dominio hegemónico. Además es un rescate total, porque abarca toda nuestra personalidad, la parte inmaterial y la parte material. Por lo tanto nuestro cuerpo es objeto del mismo
[iv].
Lo maravilloso es que
este incomparable rescate es de gracia, ya que el precio para que fuera posible lo ha puesto nuestro rescatador.
No es una deuda imposible que tenemos que devolver. La única deuda que tenemos contraída por el mismo es la de la gratitud, el reconocimiento y el servicio alegre hacia nuestro rescatador.
Que haya muchos en Grecia, y en España, en estos tiempos de servidumbre nacional que puedan experimentar ese otro rescate personal del que nos hablan las palabras agorazo y apolutrosis.
[iii] Romanos 3:24; Efesios 1:7; Colosenses 1:14
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