Siguiendo en la senda de los que nos han precedido antes, como Grecia, Portugal e Irlanda, también España ha tenido que recurrir al rescate, aunque no se use la palabra, para intentar salir a flote del naufragio económico en el que estamos inmersos.
¡Quién nos lo iba a decir hace solamente unos años, cuando pensábamos que estábamos a punto de ingresar en ese selecto club del G-8 y ya nos codeábamos con los grandes y hasta les hablábamos de tú a tú!
Entonces nos jactábamos de tener uno de los sistemas financieros más sólidos del mundo, gastábamos alegremente, ebrios de tanta auto-suficiencia, emprendíamos grandes proyectos ante el esplendoroso futuro que ya se vislumbraba en el horizonte, invertíamos en empresas de alto calibre y dormíamos confiados, pensando que, por fin, habíamos entrado en el Olimpo de los privilegiados.
Pero ¡oh fatalidad! cuando más felices nos las prometíamos, el cántaro se cayó al suelo, quebrándose y derramándose la leche con la que habíamos imaginado construir tan gran emporio. Y con ella todos nuestros sueños también se echaron a perder.
En cuestión de poco tiempo pasamos de ser motivo de envidia ajena a ser causa de sospecha, teniendo ahora que pedir ayuda para salir del atolladero en el que nos encontramos, pues los créditos concedidos otrora a manos llenas no han sido ni van a ser devueltos y los prestamistas de dinero se han quedado sin el mismo, teniéndolo que pedir prestado, a su vez, para poder salir a flote. Y hay que dar gracias a que nos lo prestan, aunque sea, claro está, a un determinado interés.
De manera que
hemos pasado de mirar a otros por encima del hombro a vivir de prestado. Y aunque aparentemente todo sigue igual, pues las terrazas de bares y cafeterías andan concurridas en las noches veraniegas, las carreteras están atestadas de vehículos en las fechas claves de vacaciones y no se escatiman gastos cuando la ocasión lo demanda, lo cierto es que lo que ahora tenemos no es nuestro, sino que es prestado. Por eso nuestro futuro está hipotecado, nuestra soberanía nacional recortada y nuestra economía sostenida artificialmente desde fuera.
Pero, ¿cuánto tiempo se puede continuar así, viviendo de prestado?Supongo que todo el necesario mientras los prestamistas esperen recuperar lo que nos han prestado. Porque llegado un momento les puede suceder a ellos lo que a nosotros nos ha pasado, esto es, que se queden con un montón de impagados y entonces, ellos y nosotros, nos hundamos en el abismo.
Pero la expresión vivir de prestado tiene dos significados, muy distintos entre sí. Uno es humillante, porque está asociado a una situación de bancarrota y miseria, pero el otro es motivo de gratitud, porque está vinculado a nuestra condición de criaturas.
El primero tiene que ver con nuestra relación horizontal, el segundo con nuestra relación vertical, habiendo una correspondencia entre ambas relaciones, porque dependiendo de cómo sea la vertical así será la horizontal.
Una de las maldiciones que se describen en el libro de Deuteronomio es la de verse obligado a pedir prestado para poder subsistir, especialmente cuando hay que hacerlo a extraños[i]. La razón que se aduce para ello en ese libro es la de no haber puesto atención a lo que Dios manda
[ii]. Es decir, la negativa obstinada a atender las normas que Dios ha establecido desemboca en última instancia en verse forzado a tener que pedir prestado a quien no conocemos, con la vergüenza añadida y la subordinación que eso conlleva.
Este es el sentido humillante de la expresión vivir de prestado. Es la experiencia de España en estos tiempos, dado que como nación hemos dado la espalda a la Palabra de Dios, caminando en nuestros propios consejos.
Pero hay un sentido en el que vivir de prestado es sinónimo de bendición y reconocimiento. Porque ¿qué es, sino vivir de prestado, constatar que lo que tenemos y somos se lo debemos a nuestro Creador, quien por su bondad y fidelidad nos da lo que necesitamos para vivir, debiéndole a él nuestra existencia, fuerza y salud[iii]?
¿Acaso alguno de nosotros se hizo a sí mismo? ¿Alguno dictaminó que vendría a este mundo y escogió dónde y cuándo nacería y cuáles serían sus facultades y dones? ¿Fue por su propia determinación que estableció cómo sería su salud y constitución física y anímica? ¿Alguno trazó para sí de antemano el curso que la vida le depararía, determinando todos sus detalles?
Pues si la existencia, con todo lo que lleva asociado, se la debemos a Dios, bien podemos decir que vivimos de prestado. Pero
este vivir de prestado lejos de ser un signo de menoscabo y deshonra, lo es de honor y gloria, al ser depositarios de la amplia y profunda bondad de quien nos creó.
Al final, sea de una forma u otra, vivimos de prestado. Solamente se trata de escoger en cuál de los dos modos queremos vivir. Si en el del estigma y la derrota, que es fruto de nuestra desobediencia, o en el del beneficio y la gratitud, que es resultado del favor de Dios.
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