Hace unos días se producía el parto en un hospital de Sevilla del segundo 'bebé-medicamento' que nace en España. La denominación bebé-medicamento se ha acuñado para designar al bebé que, en su fase embrionaria, es seleccionado y tratado para que luego pueda ser donante para un hermano que padece una grave enfermedad y con quien es inmunológicamente compatible.
La cuestión
plantea serios problemas éticos, porque por una parte la selección del embrión más idóneo supone la exclusión de otros embriones que no reúnen las cualidades suficientes, pero que no obstante fueron gestados para que pudieran serlo. ¿Qué se hace con los embriones sobrantes?
Pero además significa que a la criatura que viene al mundo ya se le ha determinado el papel primordial a desarrollar en la vida, sin que haya tenido opción para pronunciarse sobre el mismo. Es decir, que estaríamos ante un salvador involuntario, quien un día descubrirá que la razón de su existencia estaba supeditada al bienestar de otro. En otras palabras, un ser humano que lo es en función de un segundo. Llegado el momento en el que los padres le expliquen la cuestión ¿la aceptará o la rechazará? ¿Asumirá lo que le fue impuesto sin contar con él o reaccionará rebelándose ante tal asignación?
Evidentemente el bebé-medicamento no es una solución para curar cualquier enfermedad, sino solamente aquellas que por su magnitud exigen ese medio. Por lo tanto
estaríamos ante un fin excelente, como es la salvación de una vida humana. ¿Pero es el fin justificación suficiente para este medio? Obviamente desde el punto de vista de los padres lo es y también desde el del hermano beneficiado. Pero ¿lo es desde el del bebé-medicamento? ¿lo es desde el de los embriones desechados?
Una vez más la biomedicina, en su búsqueda de soluciones, plantea problemas morales de hondo calado. Pues lo que se puede hacer técnicamente está bien precisado por el avance de la ciencia, pero lo que se debe hacer éticamente la conciencia no puede dilucidarlo tan fácilmente.
Esta cuestión del bebé-medicamento y los asuntos que lleva aparejados me empuja a meditar en otro bebé-medicamento, al que denomino bebé-medicamento singular, que fue concebido precisamente con el propósito de salvar no a un solo hermano suyo que estaba condenado a la muerte, sino a muchos.
Se trata de alguien para el que, desde antes que naciera, ya quedó prefijado el propósito de su venida al mundo. Pero
a diferencia del bebé-medicamento no es algo que le fue impuesto sin que él tuviera parte alguna en ese plan, sino que él mismo, voluntariamente, escogió tal plan deliberadamente, asumiendo conscientemente todos los riesgos, eventualidades y circunstancias que había en tal empresa, circunstancias entre las que estaba incluida su propia muerte. Es decir, que este bebé-medicamento singular vino al mundo sabiendo a lo que venía y consintiendo en sacrificarse en pro de aquellos que estaban sentenciados, por un mal incurable, a una muerte segura.
Mientras que el bebé-medicamento convencional da solo una parte de sí mismo para el hermano necesitado, guardando el resto para él mismo,
este otro bebé-medicamento singular no da una parte, sino su existencia toda, hasta la última gota de su sangre, para el beneficio de sus muchos hermanos necesitados. Mientras que el bebé-medicamento convencional ayuda a un solo hermano, e incluso pudiera ser que llegado el momento crucial se descubriera que el experimento no es eficaz, en el caso del bebé-medicamento singular la eficacia de su sangre está asegurada en beneficio de muchos.
La voluntariedad es un elemento primordial para que los actos humanos tengan valor y si falta serán vacíos y nulos. Por eso contraer matrimonio requiere la plena voluntariedad por ambas partes. Igualmente la redacción de un testamento exige la total voluntariedad del testador. Pues bien, en este bebé-medicamento singular que en su etapa adulta consumó el propósito salvador por el que había venido al mundo, estuvo presente ese elemento de voluntariedad, tanto en su nacimiento como en su muerte.
Hay una expresión que describe muy bien tal voluntariedad: a sí mismo. Se despojó a sí mismo[i]; se humilló a sí mismo[ii]. Es decir, no fue un acto compulsivo, que no le quedó más remedio que hacer o que hizo de mala gana. Tampoco fue un acto que otro ideó y realizó sin contar con él, sino que fue él mismo quien participó personalmente en el plan y la ejecución. Eso en cuanto a su nacimiento.
En lo que respecta a su muerte, él mismo lo expresó así: "Nadie me la quita [la vida], sino que yo de mí mismo la pongo."
[iii] La muerte para todos nosotros es una imposición. Nadie la escoge, ni siquiera el suicida, quien solo escoge el momento, pero no el hecho de la muerte en sí. Pero aquí estamos ante alguien que elige el hecho de morir y lo hace mediante la forma más vejatoria que pensarse pueda, con el propósito de salvarnos con seguridad de una muerte cierta.
¡Qué maravilla la de este bebé-medicamento singular que llegó a ser adulto-medicamento singular, gracias al cual podemos tener vida y vida en abundancia! Gracias a Dios por Jesucristo.
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