Aeropuerto de Madrid-Barajas, veintiuno de enero de 2012, terminal 1, estacionamiento de taxis. Me dirijo con mi acompañante, una veterana misionera de Wycliffe a quien he ido a recoger después de su largo viaje desde Lima a Madrid, a la fila de vehículos para solicitar el servicio de taxi que nos lleve a casa.
Una vez dentro del automóvil
y tras decirle al taxista nuestro destino, éste me contesta que solo admite trayectos de largo recorrido. Le respondo que eso no es legal, pues un taxista no puede discriminar a un viajero en función de los kilómetros que vaya a hacer. Él vuelve a insistir en que los taxis que se encuentran estacionados esperando viajeros en esa terminal son exclusivamente para trayectos largos y que me vaya a otra terminal para solicitar mi servicio. Le vuelvo a contestar que su obligación es realizar el trayecto que se le indique, no el que a él le convenga. Entonces, visiblemente enojado, me grita que me llevará al destino solicitado, a lo cual respondo que quien no va con él ahora a ninguna parte soy yo.
Nos bajamos del vehículo y, mientras el taxista me hostiga delante de todos buscando la confrontación, solicito de los demás taxistas que allí están aguardando viajeros uno que nos lleve a casa. Nadie atiende mi petición; ni uno de ellos mueve un músculo.
Entonces me vuelvo a la persona que está encargada allí mismo de poner orden para que los viajeros sean recogidos por los taxis por turno y le explico la situación. Como si hablara con una pared. Me dirijo al mostrador de información del aeropuerto para poner el caso en conocimiento, respondiéndome el empleado que nos atiende que, efectivamente, AENA ha dispuesto que los taxis de la terminal 1 solo recojan viajeros que hacen largos recorridos.
Sorprendido por esa explicación y consciente de que mi acompañante está cansada y que éste no es precisamente el mejor recibimiento que se le pueda dar al llegar por vez primera a España, opto por buscar en la otra terminal un taxi que nos lleve a mi domicilio.
Finalmente, en la terminal 2 el taxista allí estacionado nos lleva a casa. En el camino le comento el incidente y me dice que la negativa a transportar por razones de distancia a un viajero es ilegal y que el caso es denunciable. También le explico la respuesta que se me dio en el mostrador de información y me dice que eso es una "milonga", ya que AENA no tiene competencia sobre ese asunto.
Todo esto me hizo pensar. He aquí a alguien que quiere establecer su propia ley saltándose la ley. Pero para que eso triunfe es necesario que se produzca un conjunto de no intervenciones o de intervenciones torcidas. En otras palabras, que haya una especie de acuerdo tácito entre diversas partes, de modo que lo legal sea arrinconado y lo ilegal se salga con la suya.
Que los taxistas que estaban en la terminal 1 en ese momento se arroparan unos a otros es explicable, dado que nadie quiere complicarse la vida por defender a un desconocido, si ello conlleva tener que enfrentarse a un colega.
La inacción de la persona puesta para poner orden en la fila de pasajeros y taxis también es explicable, ya que quitarle la razón al taxista le puede crear problemas en su lugar de trabajo, que es lo último que cualquiera desea. Todo eso es explicable. Lo cual no quiere decir que sea justificable. Es explicable en el sentido de que explica la debilidad y cobardía humana.
Más difícil de entender es la actitud del empleado del puesto de información, que en lugar de informar desinforma, ya que teóricamente ni le va ni le viene lo que pueda suceder entre taxistas y pasajeros. Claro que pudiera ser que la imposición mafiosa de ciertos taxistas ya se haya hecho notar en el mismo mostrador de información.
El asunto no tiene más importancia de la que tiene. Pero lo que sí importa es el principio subyacente en el mismo: Que lo injusto, que en sus primeras fases es fácilmente detectable y extirpable, puede echar raíces gracias al silencio, la connivencia y la complicidad. Con el paso del tiempo y la fuerza de la costumbre lo que comenzó siendo ilegal acaba por acorralar a lo legal, erigiéndose a sí mismo en la legalidad.
Y es que el mal comienza con una semilla; una semilla insignificante de momento, pero que tiene la portentosa capacidad de producir, crecer y desarrollarse hasta límites insospechados. Cualquier organización criminal no empezó siendo lo que ahora es. Pero el principio que todas tienen en común fue la imposición de su propia ley por encima de la ley, gracias a la falta de acción de quienes deberían haber actuado en el momento preciso. Todas las leyes injustas tienen también este denominador común.
El problema no es la existencia del mal, que está alojado en el corazón humano y por tanto es algo con lo que ya se cuenta de antemano; el problema es su hegemonía, que supone la derrota del bien. Entonces es cuando se cumple el antiguo dicho: "Como fuente turbia y manantial corrompido es el justo que cae delante del impío." (Proverbios 25:26).
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