De todos es sabido el valor que suelen tener los precedentes que, en un momento dado, se ponen en la vida en general, no solo de las personas, sino también de los matrimonios, familias, sociedades y naciones. De ahí la importancia de poner bases sólidas que favorezcan el buen desarrollo de lo que vendrá después, por lo que es necesario tomarse todo el interés para sentar buenos precedentes, lo cual se hace en las etapas iniciales de cualquier proyecto.
En contraste, sentar malos precedentes puede resultar ser un condicionante devastador para el futuro, hasta el punto de que después resulta muy difícil, si no imposible, eliminar sus malas consecuencias. Casi se podría decir, sin temor a equivocarse, que la vida consiste, para lo bueno o para lo malo, en una cuestión de sentar precedentes.
En las páginas de la Biblia tenemos recogida esta verdad en muchas maneras, tanto en los caracteres y personajes que por ella desfilan, como en las distintas etapas de la comunidad y nación que ha quedado retratada en sus páginas. Pero lejos de ser historia muerta esos relatos pueden ser de gran beneficio para nosotros hoy, si estamos dispuestos a vernos reflejados en sus páginas y a tomar las acciones pertinentes con las que podemos cambiar un rumbo equivocado.
Uno de los malos precedentes que la Biblia recoge y que durante siglos fue una constante prácticamente inamovible, hasta el punto de determinar el destino de toda una nación, fueron los lugares altos. Por tal expresión se entienden aquellos sitios ubicados en cumbres y cimas destacadas, con el objeto de servir como santuarios y lugares de adoración. El precedente de estos lugares, con una intención deliberada y manifiesta, lo puso Jeroboam, el hombre que ocasionó el cisma que dividió a la nación de Israel en dos partes: el reino del norte y el reino del sur, quedándose él con el primero de los dos. Ahora bien, como en el reino del sur era donde estaba el lugar de adoración, Jerusalén, prescrito en la ley, era preciso para Jeroboam evitar a toda costa que la gente del reino del norte, su gente, tuviera que ir a esa ciudad regularmente para adorar, porque ello suponía fortalecer un vínculo histórico, religioso y emocional con el reino rival. Es decir, un vínculo de identificación.
La solución que él se inventó fue establecer dos sitios ubicados en su territorio, el reino del norte, como lugares oficiales de adoración
[i]. Evidentemente era una solución política, basada en cálculos humanos, cuyo interés primordial era el propio beneficio del autor, a fin de consolidar y asegurar su poder. Le daba igual echar por tierra el principio inquebrantable que él conocía perfectamente, acerca del expreso mandato sobre el único lugar legítimo de adoración. De este modo, y por las razones mencionadas, Jeroboam sentó un mal precedente, hasta el punto que habrá una frase que resuma lo que hizo, una vez que él hubo desparecido de la escena: El camino de Jeroboam. Ese camino que él inauguró va a ser seguido invariablemente, a lo largo de los algo más de dos siglos que duró el reino del norte, por todos los reyes que vinieron después de él. Ni uno de ellos se atrevió a modificar el estado de cosas perverso que Jeroboam comenzó. Por eso, cuando se hace un análisis de las causas que condujeron al reino del norte a su caída y cautiverio se mencionan explícitamente los lugares altos
[ii]. Al final, las aparentemente seguras razones políticas para afirmar el reino fueron la causa directa de su ruina.
Pero el mal precedente que sentó Jeroboam no se quedó limitado al reino del norte, sino que el reino del sur, que tenía el lugar legítimo de adoración, quedó contaminado por la influencia maligna de los lugares altos, hasta tal extremo que una de las frases recurrentes cuando pasamos revista a los reyes del reino del sur es "...con todo eso, los lugares altos no fueron quitados.
[iii]" Es decir, a pesar de los esfuerzos de buenos reyes en la dirección correcta, el peso malvado del precedente de Jeroboam fue tan grande que muchos hombres de alto calibre no fueron capaces de removerlo. Eso significa que ese mal precedente tenía un cómplice en el sentir del pueblo y solo así se explica que tuviera tanto éxito y que muy pocos se atrevieran a ir contra corriente. Una contra corriente en la que solo dos hombres, Ezequías
[iv] y Josías
[v], osaron andar, al destruir lo que para otros fue intocable.
¡Qué lección tan grande tenemos aquí! Es relativamente fácil iniciar una carrera pendiente abajo que lleve al desastre, pero es muy difícil invertir el sentido y anular sus letales efectos, dado que cuenta con los aliados de la inercia y la falta de resolución.
Hay malos precedentes morales que se han sentado en España en estos últimos años. Malos precedentes que han sido impulsados y aprobados como leyes, con la connivencia de una parte de la población y el silencio de otro sector. Erradicarlos ahora, me temo, no va a ser fácil, mucho más teniendo en cuenta los cálculos por los que la política se mueve. Aunque la importancia de restablecer ciertos principios es tan grande que se puede decir que nos jugamos el futuro en ello. Dejarlos como están puede resultar ventajoso a la corta, pero a la larga será desastroso.
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