Esto ha provocado una declaración del presidente Barack Obama a fin de disipar las dudas que tal depreciación pueda suscitar.
‘Estos son los Estados Unidos y no importa lo que pueda decir ninguna agencia; siempre hemos sido y siempre seremos un país de triple A.’ Claro que cuando los hechos contradicen las palabras, por muy contundentes que éstas sean, el resultado no es el apaciguamiento de la convulsión generada.
En este terreno no sucede lo mismo que con las promesas electorales, donde la oratoria puede tener gran capacidad de persuasión, la imagen ser un poderoso acicate y los lemas pueden enganchar la ilusión de muchos.En la esfera económica estamos tocando no ideales ni eslóganes románticos, sino la cruda realidad del dos y dos son cuatro y del aquí no hay más cera que la que arde. Es por ello que lejos de disipar la desconfianza, como era su intención, las Bolsas han reaccionado de forma opuesta a como Obama pretendía con su alocución.
Pero sea lo que fuere lo que en el futuro inmediato vaya a suceder, en las palabras del presidente de Estados Unidos se detecta un inquietante espíritu de autosuficiencia, una actitud de desprecio hacia cualquier calificación negativa, por más razonable que sea, y sobre todo una mentalidad presuntuosa basada en una jactanciosa soberbia. Si yo fuera ciudadano estadounidense me echaría a temblar, aunque como soy español hace ya tiempo que vengo temblando.
Donde se conoce a los hombres no es en los momentos de prosperidad y comodidad, sino en los de pruebay si esto es verdad para cualquier tipo de persona lo es mucho más para un gobernante. Es por eso que se pueden contar con los dedos de la mano los que dan la talla en tales tiempos, mientras que en la inmensa mayoría se pone en evidencia su mediocridad.
No es el tiempo de soltar soflamas de grandeza ni de invocar insensatamente una aureola de invulnerabilidad, porque hasta el mismo Supermán, con todos sus poderes extraordinarios, tenía un flanco débil que lo rebajaba al nivel de los demás mortales y lo ponía al alcance de sus enemigos.
Hay una diferencia abismal entre la confianza y la presunción, aunque la raya que las separa es tenue. La presunción da por sentado cosas que no hay que dar por sentado. Sobreestima las propias posibilidades y se considera por encima de cualquier contingencia que se pueda presentar. Es decir, es propio de la presunción presumir, palabra que procede de la latina
praesumĕre, que está compuesta a su vez de dos:
prae (por delante) y
sumo (tomar), es decir tomar por anticipado, dar algo por hecho, evidentemente sin que la realidad lo confirme o incluso lo desmienta.
La verdadera confianzano está reñida con la humildad; conoce sus propias posibilidades y limitaciones y es consciente por tanto de que, llegado un momento, es impotente para hacer frente a determinadas eventualidades y que en consecuencia precisa ayuda de alguien más grande, por más humillante que esto pueda parecer.
El problema de la autosuficiencia es que conduce a la arrogancia, la cual es el camino más corto para la humillación, que es una de las leyes morales y espirituales que rigen incluso en esta vida. La autosuficiencia va de la mano del autoengaño, que es la peor forma de engaño que existe, porque ciega los ojos respecto a la realidad.
En ese libro con el que nos iría mejor si le prestáramos atención, está registrado que alguien dijo de sí mismo en un momento determinado: ‘Yo soy, y fuera de mí no hay más; no quedaré viuda, ni conoceré orfandad.’[1]Es un tipo de lenguaje categórico y terminante que no admite réplica, aunque quien así hablaba no sabía que ya se había emitido sentencia en su contra y que su ruina estaba determinada irremisiblemente, precisamente por causa de su orgullo.
Igualmente en ese libro alguien presume de este modo:
‘No seré movido jamás; nunca me alcanzará el infortunio’[2], donde de nuevo vemos ese lenguaje tajante basado en una premisa falsa: la propia capacidad; pero la valoración que inmediatamente hace el libro de quien así razona lo deja en muy mal lugar, hasta el punto de convertirlo en paradigma de lo peor.
‘Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces’, dice un refrán español lleno de sentido común. Un sentido común que sería bueno recuperar, aunque no sea más que para poner los pies en la tierra.
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