Y lo hace dividiéndose en dos grandes colectividades: la secular, reflejada en los que van en pos del sol y la religiosa, manifestada en los que van en pos de la tradición.
La primera tiene que ver con el cuerpo y la segunda con el sentimiento. Semana Santa es, pues, un compendio de la nación, de sus costumbres y creencias. Lo antiguo y lo moderno de España está allí.
Pero por encima de costumbres o innovaciones, la Semana Santa tiene un mensaje que transmitir cuyo origen se remonta a la institución de la fiesta de la Pascua hace 3.500 años
[1].
Si yo tuviera que definir con una palabra el carácter de esa fiesta, creo que la palabra integridad es la que mejor le cuadraría, y ello por las siguientes razones:
1. El cordero es íntegro.
Sin defecto, dice el texto. En otras palabras, no enfermo, ni raquítico, ni mutilado, sino sano y completo. La integridad física de este cordero es sólo un simbolismo de la integridad moral y espiritual del verdadero Cordero, Cristo Jesús
.
2. Su inmolación se produce en la fecha íntegra.
A los catorce días del mes, esto es, dos veces siete. El momento de la muerte de Cristo no fue un accidente de la Historia, sino que aconteció en el cumplimiento del tiempo, tiempo perfecto, prefijado de antemano en el calendario de Dios. No fue el azar ni la voluntad de los hombres quien precipitó aquellos acontecimientos.
3. Su obra es íntegra.
· En lo que a Dios se refiere. Pues su sangre propicia a Dios, es decir, satisface enteramente las demandas de la justicia divina, de manera que donde se aplica no cae el juicio de Dios.
· En lo que al pueblo de Dios se refiere. Pues su sangre libra de la condenación a todos los que se acogen a ella; sentencia que sí es ejecutada sobre todos aquellos que no se amparan en ella. Pero la integridad de esta obra va más allá de meramente preservar de condenación -lo cual es mucho- sino que además provee la salida hacia la libertad del pueblo de Dios. De muerte y esclavitud a vida y libertad.
4.
La apropiación del cordero ha de ser íntegra.
Todo el cordero era consumido. Cabeza, pies y entrañas. Hemos de comer del Cristo total: su mente (pensar), su caminar (conducta) y sus afectos (voluntad). En esa apropiación se incluyen las hierbas amargas, esto es, la comunión con el Cristo sufriente. Es poner la confianza en el valor reparador de su muerte como la única solución para el pecado.
5.
La disposición integral para la partida.
No comieron aquella cena cómodamente reclinados y relajados, pues estaban en tierra enemiga y ajena, sino en una actitud integral de inminente partida (ceñidos los lomos, calzados y bastón en mano) hacia la verdadera patria. Su mira, intereses, voluntad y apego estaban en lo venidero, no en lo presente.
6.
La integridad del seguimiento.
Tras esa cena, seguían siete días de celebración en los que se consumía pan sin levadura, es decir, pan integral, pan no mezclado con aditivos extraños. Una enseñanza sobre la necesidad de que tras recibir a Cristo por la fe, somos llamados a continuar a tiempo completo (ese es el símbolo de los siete días) en un camino de limpieza y santidad (ese es el símbolo de los panes sin levadura).
Más allá, pues, del ocio y la religiosidad de nuestra España, la Pascua es el marco que nos enseña el sentido de la Semana Santa. Qué maravillosa fiesta, de integridad, que Dios nos ha otorgado. Que la vivamos a la altura que nos propone.
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