Por ejemplo, en el caso de la pintura, escultura y decoración, se traduce en una profusión de elementos que llenan totalmente la obra, hasta el punto de saturarla.
Incluso un profano puede discernir esa característica cuando está frente a ciertos monumentos, en los que la exuberancia de motivos anonada al espectador, como ocurre ante la fachada de la universidad de Salamanca. De hecho, existe un entretenimiento para curiosos y turistas que consiste en intentar descubrir dónde está esculpida una rana que se encuentra entre un torrente de motivos y adornos que cubren dicha fachada.
Durante mucho tiempo se pensó que la naturaleza misma tenía horror al vacío, ya que filosóficamente parecía insostenible que la nada tuviera existencia, al ser los conceptos nada y existencia una contradicción en términos. De esta manera se llegó a pensar que todo el espacio físico estaba lleno de algún tipo de sustancia, ya fuera material o inmaterial, visible o invisible. Durante mucho tiempo esa teoría no fue desafiada, hasta que con el avance de la ciencia se demostró su falsedad.
Ahora sabemos que la naturaleza no solo no tiene horror al vacío, sino que de hecho podríamos decir que ‘prefiere’ el vacío.Hasta el punto de que en un sentido más allá de lo meramente alegórico podemos decir con toda propiedad que este mundo está prácticamente hueco.
Aunque nuestros sentidos, especialmente la vista y el tacto, nos trasmiten la sensación de que lo que nos rodea es muy sólido, sin embargo la realidad es que los átomos, de los que todo está formado, están constituidos en su mayor parte por enormes espacios vacíos. Un científico lo ha dicho de la siguiente manera: “Solo una minúscula fracción del espacio ocupado por un átomo está realmente lleno. El resto está vacío.
Si toda la materia en el monte Everest fuera comprimida al espacio necesitado por los protones, neutrones y electrones de los que la montaña está hecha, ¿cuán grande sería el Everest? La respuesta es: Del mismo tamaño que el sofá en el que estoy sentado.
Por tanto, nuestro sólido mundo no es tan sólido después de todo.”
[1] Lo que hace posible que tan poca cantidad de materia pueda estar tan enormemente ‘estirada’ sin perder la cohesión es la fuerza nuclear, que mantiene a los electrones girando en órbitas alrededor del núcleo, si bien dichas órbitas están extraordinariamente alejadas de dicho núcleo en comparación con el tamaño de electrones y núcleo.
Pero aunque la naturaleza física no tiene al horror al vacío, hay otra clase de naturaleza que sí lo tiene. Y es la naturaleza humana.El corazón del ser humano no puede convivir con el vacío. De hecho, el vacío interior produce angustia existencial, desesperación, ansiedad y todos aquellos males que se convierten en una pesadilla para quien los experimenta. Los profesionales que trabajan en el campo de los desarreglos internos de las personas conocen bien este asunto.
A causa de este horror al vacío se hace imprescindible llenar el corazón con algo que le dé plenitud, realidad y propósito. Y ahí es donde se produce, en cada persona, la búsqueda de aquello que pueda proporcionarle la auténtica satisfacción y realización. Unos intentan hallarla en el dinero, pensando que ahí reside la esencia de la existencia. Otros la procuran en el placer, la diversión y la ‘buena vida’, siendo su máxima ‘a vivir que son dos días’. Otros se embarcan en proyectos más elevados, como la lucha por unos ideales tales como la fraternidad universal o la paz en el mundo. Hay también quienes se zambullen en el conocimiento, los libros y la investigación, como último fin de sus vidas. Pero todos tienen en común que no pueden dejar el corazón en un estado de oquedad permanente.
Hubo un hombre que vivió hace tres mil años y que se propuso llenar su corazón con todo lo que tuviera al alcance de su mano.Y lo que estaba al alcance de la misma era mucho, porque era un rey muy poderoso. Experimentó, probó y examinó; en lo material y en lo intelectual, en lo sensual y en lo ideal, para llegar a la conclusión de que aunque había llenado su corazón con muchas cosas, más de las que el resto de los mortales nunca tendrán, con todo tal llenura le había dejado una amarga y decepcionante sensación de vacío.
Pero esa no es solo la experiencia de ese hombre, que fue Salomón, y la cual podemos leer en el libro de Eclesiastés.Es la conclusión a la que todos llegamos en un momento dado, al darnos cuenta de que lo que creíamos ser la llenura y respuesta final para nuestro vacío, no es mejor que el vacío mismo.
Necesitamos algo que verdaderamente nos llene, sin que al poco nos deje con el sentimiento de resaca y frustración interior. Jesús se presentó proclamando que él -no un sistema, ni un credo, ni una religión- es la auténtica solución para esa necesidad esencial que todos tenemos. Dijo que es el agua de la que hemos de beber para apagar nuestra sed
[2]. Que es el pan que nos alimenta verdaderamente
[3]. Que es el camino, la verdad y la vida
[4].
No son las cosas las que pueden llenarnos, sino Jesucristo. Una vez que se le conoce, se llega a la conclusión que llegó uno de sus primeros seguidores: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.”
[5]
____________________
[1] From Nothing to Nature, E. H. Andrews, Evangelical Press
Si quieres comentar o