Pero como ese rostro se ha maquillado y su fealdad insoportable ha quedado oculta bajo una capa artificial más amable, eso nos ayuda a que escojamos el rostro maquillado antes que arriesgarnos a encontrar algo miserable, lo cual nos pondría en la incómoda posición de tener que rechazarlo. Y así es como los impulsores del lenguaje manipulador encuentran un aliado en nuestra propia inclinación de preferir antes la mentira agradable que la verdad desagradable.
El lenguaje debería ser expresión de la realidad objetiva, lo cual significaría que solo hay una manera posible de nombrar a las cosas, ya que su esencia es una. Eso es lo que en expresión popular se denomina ´llamar a las cosas por su nombre´. Ahora bien, si el nombre representa la esencia de algo, entonces la expresión popular no va descaminada, porque significa que la palabra que contiene el nombre es reflejo de la realidad.
Pero como esa realidad es interpretada por un sujeto que la analiza y la entiende de determinada forma, no siempre con intención recta, es por lo que una sola realidad puede ser denominada de maneras totalmente dispares. Si además ese sujeto dispone de los resortes del poder para difundir masivamente su peculiar interpretación de la realidad, entonces ya tenemos todos los ingredientes para que se pueda dar esa manipulación del lenguaje a gran escala que hace veintiocho siglos denunciara el profeta Isaías(1).
A estas alturas de la película ya nos hemos dado cuenta de que
maquillar la realidad no es exclusivo de las dictaduras, sino que en democracia también se hace para vendernos lo impresentable. Después de todo ese maquillaje es parte integral de nuestra sociedad, cuya devoción por la imagen ha elevado al Photoshop al rango de herramienta imprescindible para trastocar lo realmente imperfecto y hacerlo virtualmente perfecto; aunque como la imagen no es más que la apariencia, lo que en verdad se cambia no es lo esencial sino solo lo secundario. Lo mismo ocurre con el lenguaje manipulador: modifica la apariencia, pero no la esencia, si bien los que viven de apariencias lo necesitan desesperadamente para engañar y seguir engañándose.
La expresión ´embarazos no deseados´ entraría de lleno en esa clase de lenguaje fraudulento, propio de quien pretende escamotear la realidad disfrazándola. Alude a una selección arbitraria, no reglamentada más que por el deseo privado, para discriminar qué seres humanos pueden sobrepasar determinadas fases de la existencia y llegar a otras. Al poner al arbitrio de cada cual esa selección se establece el principio de que tales seres están sin ninguna garantía jurídica, algo que evidentemente deja a la criatura por nacer en una posición de vulnerabilidad total. Depende totalmente de la voluntad particular si seguirá existiendo o será aniquilada.
El Estado, que podría legislar para regular esa voluntad particular, se ha pronunciado legislando que esa voluntad sea soberana. Es decir, que nos encontramos en una esfera en la que la legalidad se caracteriza por lo que quiera hacer la persona. Sea cual sea esa voluntad, la legalidad está garantizada, tanto si es a favor de la vida de la criatura como si es en pro de su muerte.
Ahora bien, una legalidad que sitúa en el mismo plano la vida y la muerte y las hace depender del arbitrio particular es una legalidad injusta. Porque ése es precisamente el principio sobre el que están sustentados los regímenes autocráticos, en los que una persona determina el destino de otros basándose nada más que en su propia voluntad, que tiene fuerza legal.
Llegamos así a la conclusión de que el aborto libre no es más que la consagración legal de un régimen autocrático de la mujer durante un determinado periodo de tiempo. Si esa autocracia es buena la criatura saldrá adelante, de lo contrario su destino será la muerte. Y nadie más puede interferir, habiendo sido tal estado de cosas aprobado legalmente en democracia; lo cual nos lleva a otra conclusión: La democracia, que por su propia naturaleza es antagonista de toda dictadura, ha dado a luz una dictadura a la que ha dado carta de legitimidad, algo que pone bajo sospecha a la democracia misma por la contradicción que ello supone.
Todo esto desemboca en otra deducción: No todo lo que numéricamente alcanza una mayoría de votos es necesariamente justo, y puede que ni siquiera democrático, aunque en razón de la aritmética sea legal. Algo puede ser legal y no ser justo. Si el principio de arbitrariedad no es justo nunca -pues si afirmáramos que alguna vez lo es tendríamos que admitir que hay dictaduras buenas y dictaduras malas- tampoco pude serlo en el caso del aborto libre.
Así pues, tras la expresión ´embarazos no deseados´ palpita una monstruosidad que no nos hace muy diferentes de otros a quienes condenamos sin paliativos, porque ¿cuál es la diferencia ética entre los ´embarazos no deseados´ de una democracia y los ´ciudadanos no deseados´ de una dictadura?
1) Isaías 5:20
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