En efecto, el célebre pasaje que ha venido a denominarse el Protoevangelio (1), porque aparece en los albores de la humanidad, cuando ésta, representada por Adán y Eva, acaba de incurrir en el gran fracaso colectivo llamado la Caída, ya contiene el anuncio de que por medio de la simiente de la mujer vendrá la victoria sobre el enemigo, inductor de tal Caída. Aquí ya no estamos simplemente ante una bendición generalizada, como es la doméstica de tener descendencia, sino que nos hallamos ante una promesa de consecuencias trascendentales para el futuro de la raza humana. En medio de una perspectiva tenebrosa, por causa de la desobediencia humana, en ese pasaje hay un rayo de luz que anuncia la derrota final de las fuerzas malignas, derrota que vendrá a través de la simiente de la mujer. Luego estamos en el pináculo de la conexión procreación-bendición, porque Dios escoge deliberadamente el método de la procreación para forjar la redención.
En la Edad Media surgió el debate de si Dios podría haber efectuado la redención por otro medio que no fuera la encarnación del Hijo de Dios. Hubo algunos teólogos que pensaron que Dios, en su soberanía, podría haberlo hecho de distinta manera, pero hubo otros que pensaron que necesariamente tuvo que hacerlo a través de la encarnación. Tomás de Aquino fue de los que pensaron que Dios podía haber forjado la salvación sin necesidad de que Jesucristo se encarnara; sin embargo, afirmó que la encarnación fue el medio más apropiado para los altos fines de la salvación y por tanto ése fue el método escogido. Dios no estaba obligado a hacerlo y ni siquiera estaba obligado a hacerlo de esa manera, pero una vez que decidió, en su gracia, salvar, también decidió salvar de ese modo. De ahí el maravilloso anuncio de Génesis 3:15.
Tal vez a nosotros nos parezca ocioso preguntarnos por qué Dios hizo las cosas así y si podía haberlas hecho de otro modo. Sea como sea, lo cierto, y magnífico, es que así fueron establecidas. Y por tanto, hay una vinculación entre procreación y redención. Ahora bien, si la redención es la mayor bendición, entonces resulta que para que pudiera producirse esa mayor bendición era necesaria la procreación, con lo cual ese acto se convierte en instrumento en las manos de Dios para cumplir sus propósitos más elevados.
La expresión ‘simiente de la mujer’, que está en singular, indica que un ser humano, y varón para más señas (2)
, será el ejecutor de esos propósitos. Es interesante constatar que se podría haber escrito ‘simiente del varón’ y con tal expresión hubiera también quedado claro que sería plenamente humano; además con la ventaja añadida de la referencia expresa a la intervención directa masculina. Si se acusa al Antiguo Testamento de ser un producto del machismo de aquellos tiempos, al relegar a la mujer a una posición secundaria frente a la posición privilegiada del varón, entonces hay que explicar por qué en este texto primordial y antiguo se habla del futuro redentor no como ‘simiente del varón’, que sería lo que uno esperaría en un contexto machista, sino como ‘simiente de la mujer’, dándole así a ésta el honor de ser el instrumento progenitor directo del redentor.
Por tanto, no estamos ante un texto literario que es el producto de una mentalidad y una época, sino ante un texto inspirado que anuncia, rompiendo los esquemas mentales, culturales y sociales, el medio más inmediato por el cual viene el redentor: la procreación a través de la mujer. Por supuesto que aquí está latente lo que en el Nuevo Testamento va a ser patente; esto es, que el redentor será concebido por mujer sin concurso de varón. La Biblia, siempre con su énfasis en la consideración de las genealogías por vía masculina, no tiene ningún problema en resaltar que el último eslabón, y por lo tanto fundamental, antes del nacimiento del redentor es una mujer y no un hombre.
De manera que Génesis 3:15 pone las cosas en su sitio. Frente a las pretensiones machistas de protagonismo absoluto del varón en detrimento de la mujer, es la mujer quien tendrá el privilegio de ser madre del redentor, sin que haya paternidad por medio. Por lo tanto, basta que el redentor tenga madre para que sea humano. ¿Dónde queda el orgullo por lo imprescindible de la participación varonil? Es humillado, al ser pasado por alto.
Y frente a las pretensiones feministas de negarle representación global al varón, la redención (de hombres y mujeres) será efectuada no por una mujer, sino por un varón, en cuya representatividad ya está contenida la mujer. Por lo tanto, el intento de separar los dos sexos y enfrentarlos queda así condenado, porque un solo sexo, el masculino, incluye a ambos.
Pero Génesis 3:15 también establece que si la redención, la bendición por excelencia, viene por medio de la procreación ¿qué otra cosa puede significar el aborto sino su negación misma? En otras palabras, si el origen de la procreación está en Dios, que la ha escogido para ser medio de su gracia común (multiplicación de la raza) y de su gracia salvadora (redención de la raza) ¿qué origen tendrá el aborto, que no es sino antagonismo a esa gracia común y salvadora? La respuesta es lógica y el lector avisado ya habrá llegado a ella.
MÁS INFORMACIÓN
Esta serie es una respuesta al contenido de un
artículo de Máximo García Ruiz sobre el aborto.
(1) Génesis 3:15
(2) El artículo determinado en hebreo está en masculino, de manera que habría que traducir literalmente el pasaje ‘…y entre tu simiente y la simiente suya; él te herirá en la cabeza…’
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