Claro que hay sueños que se convierten en un espanto y pasan a ser auténticas pesadillas. Como por ejemplo, el de tantos pueblos oprimidos y abatidos, que a lo largo de la Historia han soñado con que amaneciera un día de justicia y libertad, para despertar en el peor de los escenarios posibles, donde las promesas se han transformado en mentiras, las palabras en propaganda y los libertadores en tiranos, apareciendo las lágrimas, como expresión del dolor y la desesperación. O como el de otros pueblos, donde la decepción sustituye a las expectativas, los brillantes discursos y la oratoria se quedan en retórica, los pies de barro son el inconsistente fundamento sobre el que se sostienen los proyectos y la maldad se viste con el atuendo de la legalidad y la legitimidad.
Yo también tengo un sueño y es uno que tiene que ver con el gobierno de este mundo. Yo sueño con un gobernante que sea bueno y justo. En primer lugar que sea bueno, esto es, amante de lo bueno, porque ¿de qué sirve tener la mejor Constitución nunca imaginada o las mejores leyes jamás promulgadas, si el corazón del gobernante es malo y buscador de resquicios legales para insertar lo torcido y perverso, a fin de reventar lo que es excelente? Que sea bueno también significa que sea compasivo y paciente, para con los que somos torpes y débiles y estamos llenos de insensatez. Pero a la vez, que sea justo, porque bondad sin justicia es como gobernar una barca con un solo remo. Un gobernante que ame lo recto y que él mismo lo sea, porque ¿cómo administrar justicia si no se es justo primero? ¿Cómo pretender sembrar en otros lo que no se tiene? ¿Cómo impartir aquello de lo que se carece? Un gobernante justo significa además que no da por bueno lo malo, ni viceversa. Un gobernante justo que promueva la verdadera paz, que siempre es hija de la justicia.
Yo sueño con un gobernante que sea inmutable. Es decir, que en esa bondad y justicia no cambie. Porque es duro pensar que el gobernante que prometía y levantaba grandes esperanzas, muda su actitud y lo que un día fue magnífico se trastoca, a causa de la variabilidad humana, en otra cosa irreconocible. O lo que era un programa lleno de buenas intenciones y planes se convierte, por causa del pragmatismo, en algo rebajado que ya nada se parece a lo original. Por eso, el gobernante con el que yo sueño ha de ser siempre el mismo, fiel absolutamente al bien y a la justicia.
Yo sueño con un gobernante que sea imperecedero. Esto es, que siendo bueno, justo e inmutable, no dure cuatro ni ocho años en el poder, no sea que luego sea sustituido por otro malo e injusto, o por alguien que no esté a la altura debida. Porque qué gran frustración sería que algo así se produjera, que teniendo tal bendición fuera solo temporal y hubiera que retroceder a vivir bajo el gobierno de uno que no diera la talla. Sería como haber probado las mieles de la tierra prometida y que abruptamente nos fueran retiradas del paladar. Claro que para que un gobernante sea imperecedero significa que no ha de ser mortal, pues de otro modo la implacable pauta que nos marca el tiempo a todos los humanos, en un momento dado nos lo arrebatará para siempre. ¿Y quién sabe cómo será el que venga después de él?
Yo sueño con un gobernante que sea poderoso. Hasta tal punto que el mal no lo tenga en jaque, ni sea una amenaza constante que le tenga en vilo, sin saber si podrá prevalecer o no frente a sus asaltos. Porque qué zozobra más grande constituye saber que siempre cabe la posibilidad y existe el peligro de que la maldad dé un zarpazo y se salga con la suya, derribando y destruyendo lo bueno y justo que se ha edificado. Por eso, ese gobernante debe ser alguien capaz de exterminar para siempre todo atisbo y semilla de maldad, a fin de que no levante cabeza.
Yo sueño con un gobernante que sea universal. Es decir, que su dominio no esté limitado a tal o cual región geográfica, porque eso significaría la propia reducción de su competencia y por lo tanto la restricción de su alcance, quedando fuera de su esfera de poder áreas y regiones a las que no llegaría nunca su benéfica acción.
Este es mi sueño. El de un gobernante bueno, justo, inmutable, imperecedero, poderoso y universal. Pero como con todo sueño humano pudiera suceder lo que escribió Calderón de la Barca:
´Que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.´
Si así fuera, yo sería un iluso, por esperar lo que no existe y desear lo que es pura ficción. Pero mi sueño, en realidad, no es mío y tampoco es un sueño. Es lo que de manera categórica ya está en marcha y magistralmente anunciado en el
Salmo 72. Ese gobernante que allí se anuncia es el que llena todos los requisitos mencionados. Por eso estoy seguro que mi sueño se hará realidad, porque está basado no en conjeturas ni probabilidades, sino en el designio soberano del que hace todas las cosas según su voluntad.
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