Fernando Ferrín: Justicia y ley

El motivo de la ampliación de la condena es que el alto tribunal no solo aprecia retardo malicioso en el cumplimento de la ley, que era el fundamento de la condena del Tribunal Superior de Justicia de Murcia, sino que dictamina que lo que hubo fue un delito de prevaricación, es decir, dictar a sabiendas una resolución injusta. Como el deber de un juez es aplicar la ley, al margen de sus propias convicciones, Fernando Ferrín cometió un delito grave al transgredirla y por lo tanto ha sido condenado.

Hay varias cosas que me llaman la atención en este caso, siendo la primera la tesis por la que él actuó como lo hizo y que consistió en defender los intereses de la menor, por encima de cualquier otro criterio. No es un argumento trivial, porque el interés del menor siempre es la razón suprema para negar o conceder adopciones, estando dicho interés por encima de cualquier otro. Como tal interés consiste en que existan unas garantías para que su desarrollo, cuidado y seguridad estén protegidos, entonces no cabe la menor duda de que el juez tenía razón, al estimar que se pueden estar lesionando derechos fundamentales, como son la tenencia de un padre y una madre; algo que hasta ayer mismo era una de esas verdades jeffersonianas que son ´self-evident´ (evidentes por sí mismas), pero que hoy son negadas y combatidas.

Otra cosa que me llama la atención es la coherencia de este hombre, quien no ha dudado en ser fiel a su conciencia hasta las últimas consecuencias, aunque el precio que ha tenido que pagar ha sido muy alto. En unos tiempos en los que estamos acostumbrados a ver a unos y a otros encender una vela a Dios y otra al diablo, según convenga, como por ejemplo impulsar la laicidad en los espacios públicos en España y acudir a reuniones de oración en esos mismos espacios en EE. UU., resulta reconfortante comprobar que todavía hay personas que son consecuentes.

Pero el caso de este juez, que ya es ex juez, pone sobre el tapete otra cuestión añadida y es la que tiene que ver con la distinción entre ley y justicia. La justicia debe ser el contenido de la ley y la ley debe ser la expresión de la justicia.

Por lo tanto, la ley es el revestimiento externo con el que se cubre la justicia. Son dos entidades distintas, pero íntimamente relacionadas entre sí. Por lo tanto, el criterio que define si una ley es conforme a derecho o no, es la justicia. Lo cual nos lleva a la siguiente deducción: es posible que existan leyes injustas. Son leyes, y al haber sido aprobadas en un parlamento son legales, lo cual es innegable; pero el principio de legalidad no es lo mismo que el principio de justicia. Es decir, que algo puede ser legal y al mismo tiempo injusto. Esto a su vez, nos lleva a la consideración de que los representantes de los poderes públicos pueden estar promoviendo, legislando y aplicando la injusticia, mediante la ley. Con lo cual llegamos a otra conclusión añadida: es posible que amparándose en la ley se cometan prevaricaciones contra la justicia, mientras que es posible que amparándose en la justicia se cometan prevaricaciones contra la ley. En otras palabras, el ex juez Fernando Ferrín ha prevaricado contra la ley, pero no contra la justicia; exactamente lo contrario de lo que otros han hecho y están haciendo. Por lo tanto, ante una ley injusta nos encontramos ante este dilema: o se prevarica contra la ley, lo cual es delito, o se prevarica contra la justicia, lo cual es perversión, no quedando resquicio alguno para eludir el dilema, ni franja gris de neutralidad posible. El ya ex juez se posicionó en su momento debido, poniéndose del lado de la justicia y dando la espalda a la ley.

Es importante constatar que este divorcio entre ley y justicia se está produciendo al llevar a sus últimas consecuencias la idea de la independencia moral del hombre. Es decir, que no hay una autoridad última que pueda mandarnos o imponernos nada en el terreno de nuestras opciones, preferencias y decisiones. Nosotros ya somos maduros para escoger lo que determinamos como bueno o como malo, sin necesidad de textos sagrados, ni autoridades religiosas, ni nada que tenga que ver con lo sobrenatural o trascendente. Todo eso tuvo que ver con una etapa infantil de la humanidad, cuando la ignorancia de la mayoría y el aprovechamiento de la misma por parte de unos pocos, eran la tónica dominante. Pero ahora ya no; ahora nos alumbra una nueva aurora en la que somos los artífices de nuestro propio destino.

Ahora bien, al eliminar de raíz la idea de que la justicia es algo que nos antecede y suplantarla por la idea de que se trata de algo que nosotros mismo podemos crear o cambiar a nuestro criterio, es cuando llegamos al alumbramiento de una monstruosa criatura que nosotros mismos hemos engendrado. Criatura en la que la ley va por un lado y la justicia por otro.

La antropología bíblica nos enseña la depravación total del ser humano (que no es lo mismo que decir que el ser humano es todo lo malo que pueda ser) y por lo tanto su incapacidad para elaborar, por sí solo y apartado de Dios, un sistema moral y legal conforma a la justicia. Una verdad que en nuestros días, a pesar de nuestras pretensiones o precisamente a causa de las mismas, está siendo corroborada más que nunca.