En efecto,
ellos preguntan por alguien que es:
Rey de los judíos. No se trata de un rey cualquiera de cualquier nación, sino de uno perteneciente a un linaje especial. Esa singularidad radica en que desde la antigüedad había oráculos específicos sobre este personaje, descendiente de David. En él concurrían las grandiosas promesas que los profetas habían anunciado, sobre un Rey y un reino diferentes.- Que ha nacido. Lo que significa que se trata de un ser humano, de carne y hueso, tal como uno de nosotros.
- Su estrella hemos visto. Esto denota su carácter celestial, con lo cual estamos ante alguien que es más que hombre, porque tiene un origen divino y una naturaleza divina.
- Venimos a adorarle. Ellos no lo buscan para especular, ni para debatir, ni siquiera para contemplarlo. Lo buscan para adorarlo; ahora bien, la adoración es el acto más íntimo y profundo, de entrega absoluta, que la criatura pueda hacer hacia su Creador o que el redimido pueda hacer hacia su Redentor. Es el reconocimiento y la única respuesta lógica, hacia quien es todo y a quien todo debemos.
He aquí la buena noticia resumida: Un Rey nacido, que es hombre y Dios a la vez, a quien es preciso adorar.
Ahora bien,
ante este magnífico acontecimiento se va a poner en evidencia que hay tres clases de sabios, de acuerdo a la actitud que manifiestan ante dicho acontecimiento.
- Los sabios en su propia opinión.
Que están personificados en Herodes. Este hombre había conseguido en su vida grandes logros, a base de su propia fuerza, astucia y hábil manejo de las relaciones políticas con los poderosos de su tiempo. El fin de su existencia estaba meridianamente claro: Afianzarse en el trono y perdurar en el mismo, capeando los cambiantes vientos que soplaban en un sentido y en otro. Herodes es el hombre que se considera a sí mismo artífice de su destino, dueño y señor de su vida, para lo cual se moverá según cálculos interesados, que obedecen al mencionado fin.
Los sabios en su propia opinión pueden ser personas religiosas, tal como lo fue él, quien agrandó y embelleció el templo de Jerusalén, como nadie lo había hecho. Sin embargo, esa religiosidad en realidad no es más que un medio para conseguir sus fines personales. En efecto, Herodes, sabedor de que los judíos no lo querían en el trono, porque era idumeo y por tanto usurpador de algo que no le pertenecía, quiso congraciarse con ellos y ganarse su favor, acometiendo la empresa ya mencionada. He aquí, pues, a una persona que usa las cosas de Dios para su provecho personal.
Los sabios en su propia opinión pueden ser personas que son catalogadas por los demás como grandes o importantes, tal como Herodes, que ha pasado a la Historia con el calificativo de ´el Grande´. Pero el juicio que nos deja el evangelio de Mateo no puede ser más categórico, ya que nos lo presenta como taimado, miserable y cruel. En otras palabras, mezquino y alejado de la verdadera grandeza.
Para los sabios en su propia opinión la buena noticia del nacimiento del Rey es una mala noticia y una amenaza, porque supone el toque de trompeta terminal de sus falsas pretensiones, de ser señores de su destino. Por eso reaccionan rechazando a ese Rey.
- Los sabios teóricos.
Que están reflejados en los escribas. Son los que tienen los datos y la información necesaria sobre el Rey que ha nacido. Son privilegiados, porque tienen un medio a su alcance (la Sagrada Escritura) que les proporciona el conocimiento necesario para saber dónde encontrarlo. Es una gran ventaja que no está al alcance de todos. Sin embargo, esa sabiduría es solo teórica, ya que no la ponen en práctica. No hacen nada con el conocimiento intelectual que tienen; no se lo aplican a sí mismos y no lo llevan a cabo hasta sus últimas consecuencias. Se contentan con ser detentadores de una información que almacenan en su cerebro, pero que nunca desciende a su corazón.
Los sabios teóricos tienen el conocimiento histórico sobre el Rey, pero no el conocimiento personal. Es un conocimiento pasivo, no activo. El Rey ha nacido, pero ellos nunca se tomarán la molestia de ir a su encuentro, de manera que su privilegio se convierte en una grave acusación contra ellos mismos, al no hacer el uso debido de la ventaja que tienen.
- Los sabios obedientes.
Que están representados por los magos. En realidad, éstos son los verdaderos sabios, porque no descansan en sus propias elucubraciones, sino en la revelación que han recibido, aplicándose diligentemente a la búsqueda de aquel que les ha sido anunciado, poniéndose en marcha y no escatimando medios con tal de hallarlo. Indagan, se arriesgan (al presentarse ante quien odia al Rey), buscan, recorren largo trecho… para finalmente encontrar y adorar.
Los sabios obedientes no confunden el medio (la estrella) con el fin (el Rey). La estrella no es lo que hay que adorar (aunque probablemente eso es lo que se hacía en la cultura de la que ellos procedían), sino que es al Rey nacido a quien hay que adorar. Una cosa es el medio y otra el fin.
Los sabios obedientes adoran, mirando con los ojos espirituales de la fe. En efecto, el Rey ha nacido en una pequeña aldea y cuando llegan al lugar, nada indica a sus sentidos físicos que alguien extraordinario esté delante de sus ojos físicos. Simplemente un niño. Como cualquier otro. Pero el ojo del espíritu discierne lo que el ojo físico no ve. Y allí se postran, cumpliendo el propósito de sus vidas.
Dios rechaza las pretensiones de los que son sabios en su propia opinión. La mera sabiduría teórica se queda corta, sin conocer al Rey. Sólo los que obedecen y son humildes lo encuentran. Así fue ayer, así es hoy y así será siempre.
1) Mateo 2:1-12
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