Del despertar bajo Josías es posible extraer grandes lecciones, provechosas para nosotros hoy.
- La insuficiencia de un avivamiento promovido desde las instancias del poder.
Aunque tuviéramos el mejor gobernante que imaginarse pueda al frente de nuestra nación, con las mejores intenciones y con temor de Dios, usando los recursos a su alcance para conducir al pueblo a Dios, muy poco sería el valor de lo realizado mediante esas pautas. Hay una ventaja que lo malo tiene sobre lo bueno, consistente en que las leyes malvadas, por sí solas, son suficientes para que el mal aumente y para corromper lo bueno en malo (de lo cual sabemos bastante en España); pero las leyes buenas, por sí solas, son insuficientes para que lo malo se torne bueno (de lo cual es testimonio evidente la impotencia de la mejor ley de todas, la Ley de Dios, para cambiar el corazón humano).
Josías pensó que los decretos, leyes y preceptos cambiarían totalmente las costumbres de su pueblo. Y aunque es verdad que hubo cierto cambio social y religioso, no fue un cambio de tal alcance como para que se pueda hablar de un auténtico avivamiento, ya que ese cambio requiere una transformación del corazón, lo cual está más allá de lo que el mejor gobernante con las mejores leyes pueda hacer. ¡Cuidado, pues, con imaginar que bastará un simple vuelco político, para solucionar la grave crisis que arrastra España!
- La necesidad absoluta de la conversión a Dios.
Nada puede sustituir a la conversión, que es algo personal y profundo, consistente en dos movimientos: dar la espalda a lo malo y volverse a Dios. Nadie puede hacerlo en lugar de otro. No consiste en seguir la corriente, ni en ajustare a lo que otros hacen, ni en dejarse llevar por la mayoría; se trata de un acto personal y profundo, intransferible, en el que la vida entera del individuo da un giro de ciento ochenta grados.
La palabra hebrea para conversión es muy sencilla y no hace falta tener un título teológico para entenderla. Es la palabra ´volverse´, combinando los dos requisitos imprescindibles de volverse de lo malo y volverse hacia lo bueno. Es la gran palabra que aparece una y otra vez en la predicación de Jeremías, para quien la única esperanza que tenía su nación, si quería evitar el desastre, es que se volviera de lo malo a Dios. La palabra volverse y sus derivados es el eje alrededor del cual gira el menaje de ese profeta, hasta el punto de parecer un mensaje simplista y repetitivo. Pero en realidad en ese término está la raíz del grave problema de su nación. Sin embargo, esa fue la asignatura que el pueblo de Josías suspendió, tal como dice Jeremías: ´…la prevaricadora Judá no se volvió a mí de todo corazón, sino fingidamente…´(1) Es decir, ese pueblo no se convirtió verdaderamente, sino sólo se adaptó de manera superficial. La tragedia de esa nación consistió en engañarse a sí misma, pensando que bastaba con apuntarse al carro vencedor, que ahora era conducido por Josías, para agradar a Dios.
- La conversión es difícil incluso en las mejores condiciones, porque supone romper con una inclinación maligna que hay dentro de nosotros.
Aún teniendo el buen ejemplo de su gobernante y teniendo la buena motivación de las mejores leyes, con todo era preciso que cada cual rompiera en lo profundo de su corazón con la maldad que había anidado en su interior, renunciando a todo lo que fuera aborrecible a Dios. Por otro lado, la no conversión es fácil, como fácil es inventarse justificaciones, que no son más que excusas para tapar el pecado.
- Se puede dar por bueno lo que Dios no da por bueno.
Se puede dar por suficiente lo que es insuficiente. Es decir, se puede considerar que un avivamiento sin conversión, es un verdadero avivamiento. Pero aunque en la Iglesia haya un avivamiento cultural, o teológico, o en número de miembros, o en obra social, o en capacidad económica, o de influencia, o de imagen, si no hay un avivamiento en el que la conversión sea el foco central que irradie su fuerza sobre todas esas cosas, será un falso avivamiento.
- A quien Jeremías llama una y otra vez a la conversión no es a un pueblo pagano sino al pueblo de Dios, que ha apostatado (es decir, se ha vuelto de lo bueno a lo malo).
En la lengua hebrea la palabra apostatar y la palabra convertirse proceden ambas de la misma raíz: volverse. El apóstata es alguien que se ha vuelto de Dios hacia lo malo. El convertido es alguien que se ha vuelto de lo malo hacia Dios. He aquí un pueblo, el pueblo de Dios, que necesita convertirse. Un recordatorio perenne para nosotros, no sea que estemos dando por hecho lo que está por hacer.
Esta nación, la nación de Josías, pereció por falta de conversión verdadera. Se contentó con un avivamiento en el que faltó el ingrediente esencial: la conversión a Dios. Por eso la ira de Dios se derramó sobre ella, veintidós años después de la muerte de Josías. Los caldeos pusieron sitio a Jerusalén, entraron en ella, derribaron sus muros, incendiaron el templo, humillaron al rey y se lo llevaron cautivo a su tierra. El pueblo corrió la misma suerte.
Es todo un aviso para que no busquemos aviamientos de esa clase. Todo un toque de atención para que en nuestras vidas haya una verdadera conversión a Dios, sin la cual es imposible escapar de la ira de Dios. Toda una advertencia para España, cuyo futuro se halla comprometido a causa de la maldad e insensatez imperantes en gobernantes y gobernados. Hay pecados colectivos que requieren un arrepentimiento colectivo. Toda una encomienda para que prediquemos la Palabra y llamemos a la gente a la conversión.
España tiene solución, pero esa solución pasa por la conversión. De lo contrario su futuro está hipotecado.
1) Jeremías 3:10
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