La profecía de Sofonías comienza con un anuncio terrible de lo que Dios va a hacer en la tierra. Se trata de una palabra de juicio y condenación absoluta. La obertura de su profecía no puede ser más sombría:
´Destruiré por completo todas las cosas de sobre la faz de la tierra, dice Jehová.´(2)
Pero
lo sorprendente es que cuando seguimos leyendo, descubrimos que tal palabra no está restringida a las naciones paganas, sino que va dirigida al reino de Judá, es decir, al reino de Josías. ¿Cómo puede ser que Dios pronuncie esas espantosas palabras sobre una nación que se ha vuelto hacia él?
Sofonías, lejos de dejarse llevar por la euforia superficial, indaga más allá de lo aparente y cuando comienza a enumerar los pecados de Jerusalén, la capital del reino y por tanto representante del reino mismo, menciona los siguientes:
- Idolatría practicada en privado y mezclada con el culto a Dios(3).
- Resistencia en el fuero interno a someterse y obedecer a Dios(4).
- Codicia material y medios ilícitos para enriquecerse(5).
- Indiferencia espiritual, hasta el punto de negar la intervención de Dios en los asuntos de aquí abajo(6).
Si continuamos con el diagnóstico de Sofonías, vemos que además de los calificativos que dedica a Jerusalén, tan fuertes como los que pudiera emplear para describir a cualquier nación pagana(7), vuelve a incidir en la desobediencia que la caracteriza(8).
Cuando pasa revista a los dirigentes de la nación, su condición moral es tan deplorable que los calificativos que emplea para describirlos no pueden ser más categóricos, porque los príncipes son como leones, los jueces como lobos, los profetas disolutos y prevaricadores, los sacerdotes profanadores de lo sagrado y violadores de la ley(9).
En otras palabras, las clases gobernantes han corrompido su naturaleza, hasta el punto de haberse constituido en poderes malignos destructivos. Si esa era la condición de los guías ¿cómo sería la condición del pueblo? Si los dignatarios civiles están en esa condición tan siniestra y si los dirigentes espirituales no les van a la zaga ¿cómo andará el pueblo?
¡Qué contraste tan grande entre esta descripción y la sensación que se obtiene de la lectura del reinado de Josías en
2 Reyes 22 y 23, donde todo parecía ser espiritual, ordenado y conforme a la voluntad de Dios!
Si vamos al otro profeta contemporáneo de Josías, Jeremías, su diagnóstico coincide totalmente con el de Sofonías. Un texto podría ser el resumen del sentir de Jeremías, sobre la actitud global de la nación hacia su mensaje. Está en 25:3, donde afirma que durante veintitrés años ha estado predicando la palabra de Dios, de los cuales dieciocho corresponden al reinado de Josías, y el resultado es
´No oísteis.´ Y cuando vamos al capítulo 3, donde se refleja la condición de la nación en días del rey Josías (6), vemos que si al ya destruido reino del norte, Israel, se le llama apóstata, al reino del sur, Judá, se le llama prevaricador (7). Dos calificativos bien descriptivos. Si alguien había pensado alguna vez que el reino del norte era el prototipo de la rebelión, por lo que tuvo bien merecida su desaparición a manos de los asirios, pero que el reino del sur salía bien parado en su comparación, Jeremías se encarga de pinchar ese globo. En realidad es al revés: comparando la culpabilidad del aniquilado reino del norte con la del aparentemente floreciente y avivado reino del sur, éste hace justo a aquél. ¿Cómo es posible sacar tal conclusión, si Judá estaba viviendo un avivamiento? ¿Cómo se atreve a decir que el perdido reino del norte sale inocente en comparación con el recuperado reino del sur?
Pero Jeremías no se deja engañar. La realidad es que bajo esa apariencia de espiritualidad se esconde algo espantoso.
Así pues, Sofonías y Jeremías coinciden: La nación, bajo Josías, está en bancarrota total.
Entonces ¿significa eso que el autor de 2 de Reyes no ve lo que estos profetas vieron? ¿Significa eso que el Espíritu Santo, que inspiró a escribir al primero y a los segundos, se contradice? No. La respuesta está en otra parte. Josías fue un hombre de Dios, que desde su puesto y usando los resortes del poder, quiso llevar a su nación de regreso a Dios. Su deseo era sincero y genuino. Pero aunque las cosas cambiaron externamente, internamente todo siguió el curso de maldad que ya venía de muy atrás.
Lo que ocurrió es que la gente simplemente se adaptó a los nuevos vientos que soplaban; se amoldaron a las nuevas órdenes que venían de palacio, pero en su fuero interno no hubo el más mínimo cambio. Todos los cambios fueron de puertas hacia fuera. De manera que Josías es la persona de aquella generación que, probablemente con unos pocos más que se pueden contar con los dedos de una mano, se salva de la quema. Todos los demás, incluido su entorno familiar, no están a la altura de las circunstancias y la prueba es que tras la prematura muerte de Josías, sus hijos y nietos, con la aquiescencia del pueblo, gobernarán según criterios de maldad.
Si el dicho que dice que las apariencias engañan, ha sido verdadero en algún momento, ése fue en el tiempo del avivamiento del rey Josías…
1) 2 Reyes 23:26
2) Sofonías 1:2
3) Sofonías 1:5
4) Sofonías 1:6
5) Sofonías 1:9
6) Sofonías 1:12
7) Sofonías 3:1
8) Sofonías 3:2
9) Sofonías 3:3-4
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