Josías era hijo de Amón y nieto de Manasés, pero a diferencia de ellos, desde sus primeros años, va a buscar a Dios, perseverando en sus caminos durante toda su vida. El cambio que representa Josías es, a todas luces, uno esperanzador y real, porque supone un golpe de timón en la desastrosa dirección que la nación llevaba.
Ese golpe de timón se concreta en los siguientes acontecimientos:- La reparación de la casa de Dios(1).
Eso pone de manifiesto que en el corazón de este hombre había un amor por la casa de Dios, que era expresión de su amor por Dios mismo. Una casa que había estado abandonada durante décadas, pero que ahora recibía este empuje renovador, que iba más allá de los arreglos físicos.
- La humillación ante el libro de la Ley(2).
Una idea de la desolación en la que las cosas de Dios habían estado durante tanto tiempo, nos la da el hecho de que el libro de la Ley había estado sepultado en algún lugar del templo sin que nadie lo echara en falta. Pero he aquí, que con la reparación del templo sucede el descubrimiento del libro. Cuando es leído ante el rey, éste lo toma como lo que realmente es, la Palabra de Dios, pues al constatar el abismo que hay entre la vida de la nación y las demandas del libro, se da cuenta de que a menos que se tomen medidas urgentes, la nación está bajo el juicio de Dios. Como consecuencia se pone manos a la obra.
- Las reformas que acometió.
Que se pueden sintetizar en tres grandes categorías:
- Un pacto nacional de andar conforme a la voluntad de Dios(3). Esta solemne ocasión, donde están presentes los grandes del reino y también el pueblo, supone la expresión pública del giro que el rey está imprimiendo sobre la nación.
- Una serie de cambios, que comprenden la destrucción de las estructuras de maldad, que ya no durante décadas sino durante siglos habían estado enquistadas en el reino. Entre esos cambios están la destitución del sacerdocio impostor(4), la destrucción de los lugares de prostitución sagrada(5), la profanación del sitio donde se ofrecían sacrificios humanos cruentos(6), la profanación de los lugares altos(7) y la destrucción de altares que competían con el altar de Dios(8).
- Una convocatoria para festejar la Pascua. Si las reformas anteriores habían sido destructivas, ésta es constructiva, siendo así un complemento perfecto y siguiendo un orden lógico: primero hay que destruir lo malo, para luego edificar lo bueno. La celebración de esta Pascua fue una ocasión tan memorable, que mereció que el cronista la relatara con extenso detalle(9).
Todo esto se debió al empuje personal del rey, que, desde su puesto de autoridad e influencia, impulsó todo este gran mover nacional de vuelta a Dios.
No es extraño que el escritor ensalce la figura de Josías, hasta alturas que no se emplean para ningún otro personaje de la estirpe real(10). De alguna manera, este rey sobresale y destaca por encima de todos los demás. Y no es exageración, a tenor de la gran obra que realizó. Una nación arruinada moral y espiritualmente, es puesta sobre sus pies gracias al esfuerzo de este hombre.
¡Qué bendición poder contar con un gobernante así! ¡Cómo nos gustaría tener a alguien semejante al frente de nuestra nación y de cualquier nación! Josías es el abanderado de un gran avivamiento, de un enorme despertar espiritual que ha sacado a la nación del letargo y la postración a la que la maldad la tenía sujeta.
Pero ¿realmente es esto así? ¿Estaba esta nación viviendo un avivamiento, como el que a nosotros en España nos gustaría experimentar?
Nada más terminar el relato de los grandes acontecimientos que están sucediendo y nada más ensalzar la persona de Josías de forma tan rotunda, hay una palabra que nos deja estupefactos y que parece enfriar el entusiasmo que nos arrebata. ´Con todo eso, el Señor no desistió del ardor con que su gran ira se había encendido contra Judá, por todas las provocaciones con que Manasés le había irritado.´ (
2 Reyes 23:26). Es un jarro de agua fría ante las expectativas levantadas y el optimismo que recorre la nación. Y no es un adversario quien se pronuncia de este modo, sino Dios mismo.
¿Cómo es posible que Dios tenga esta actitud? ¿Acaso Manasés no se había arrepentido de todos sus pecados y Dios le había perdonado de los mismos? ¿Es que las reformas de Josías, su nieto, no han sido suficientes para compensar las maldades que Manasés cometiera años antes?
Hay dos respuestas a estas preguntas. La primera es que Dios sí perdonó a Manasés todos sus pecados, restituyéndolo de hecho otra vez al trono que había perdido. Pero hay pecados que tienen una doble vertiente: la personal y la solidaria o compartida. Cuando una persona participa en un pecado solidario o compartido y se arrepiente del mismo, Dios le perdona en la parte que le corresponde. Pero la responsabilidad colectiva sigue pendiente todavía. Es decir, un pecado personal, exige un arrepentimiento personal, pero un pecado colectivo requiere un arrepentimiento colectivo. En el caso de Manasés, él cometió un pecado personal que era también colectivo. Se arrepintió personalmente de su pecado, pero no hubo arrepentimiento colectivo del mismo. Y por lo tanto Dios está demandando castigo por el aspecto colectivo de ese pecado, aunque a Manasés personalmente le hubiera perdonado. Esta es la tremenda responsabilidad que tienen las personas públicas: que sus actos, para bien o para mal, tienen una doble proyección, que no tienen las personas no públicas.
La segunda respuesta es que en el avivamiento de Josías no era oro todo lo que relucía. Y para descubrir eso hemos de ir a dos profetas contemporáneos de Josías: Sofonías y Jeremías, que nos ayudarán a ver más allá de la superficie de las cosas…
1) 2 Reyes 22:4-6
2) 2 Reyes 22:10-11
3) 2 Reyes 23:2-3
4) 2 Reyes 23:5
5) 2 Reyes 23:7
6) 2 Reyes 23:10
7) 2 Reyes 23:13
8) 2 Reyes 23:15
9) 2 Crónicas 35:1-19
10) 2 Reyes 23:25
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