En ocasiones se ha dado la paradoja de que luego los negados se convierten a su vez en negadores, invirtiéndose los papeles en una dinámica de acción-reacción. También ha ocurrido que los negados, una vez que han conseguido el reconocimiento, han ido, basándose en un victimismo interesado, más allá de lo que justamente les correspondía, pretendiendo que sean derechos lo que en realidad son abusos. Y hasta hay quienes se han sacado de la manga supuestos derechos, que en realidad no son más que aberraciones.
Entre las legítimas luchas históricas de los negados contra los negadores se podría citar la que giró en torno a la idea de libertad en el mundo antiguo. En este caso no era una minoría de negados la que suspiraba para que una mayoría de negadores le concediera el estatus de personas libres, sino que los negados (esclavos) constituían la gran base numérica de una estructura social piramidal, en la que los negadores eran la minoría. Otra lucha entre negados y negadores sería la que giró en torno al concepto de ciudadanía, en la que originalmente solo los residentes o pertenecientes a una determinada nacionalidad o clase social podían ejercer determinados derechos, como votar por ejemplo. En ocasiones, el concepto de ciudadanía estuvo unido a la pertenencia a una determinada creencia religiosa, quedando excluidos todos los demás.
Una batalla entre negados y negadores, que ha llegado hasta nuestros días, ha sido la que tiene que ver con el color de la piel, al quedar reflejada en textos jurídicos, o en la costumbre, la diferencia de estatus que emana de la melanina. La lucha por el reconocimiento de los derechos civiles de los negros está todavía por realizarse en algunas partes. Negados y negadores han sido y son los explotados y explotadores en la esfera laboral, una distinción que convierte al trabajo en algo que se acerca bastante a la antigua esclavitud. Negados (negadas, en este caso) y negadores es el enfrentamiento a causa de la condición sexual, por el que las mujeres han sido y son víctimas de segregación social y legal, a manos de los hombres.
Sí, verdaderamente el tapiz de la Historia de la humanidad está entretejido por turbadores hilos entrelazados, constituidos por negados y negadores. Es una Historia de dolor y lágrimas, de sangre y reacción, de avances y retrocesos.
En todos estos ejemplos, y otros que se podrían añadir, se intentó justificar lo injustificable apelando a la Naturaleza, a la Patria, a la Ideología, al Derecho y hasta a Dios, a fin de sostener el statu quo.
Algunas de las páginas más oscuras de la Historia están directamente relacionadas con la negación de lo más elemental, la condición de humanidad, que acabó en exterminios y genocidios por parte de los negadores, ya que a los negados exterminados se les había despojado, previamente, de la categoría de seres humanos, de manera que al matar no se cometía homicidio y mucho menos asesinato, sino una simple tarea desagradable, como cuando alguien elimina a un animal.
Ahora vemos claro, con horror, todo este gran desfile ante nuestros ojos de grandes escuadrones de seres humanos que, por circunstancias asociadas a su tiempo y condición, fueron negados, en un sentido o en otro.
Pero he aquí, que las sociedades más avanzadas, donde se acabó con la esclavitud, se dio carta de ciudadanía a todos, se igualó a mujeres con hombres y a negros con blancos y se establecieron leyes justas para impedir la explotación, resulta que son negadoras de que la vida de los no nacidos sea un derecho absoluto. Esa negación se fundamenta en la afirmación de que el derecho de la madre está por encima del derecho del no nacido. Con lo cual no nos diferenciamos de quienes negaron o niegan a otros su derecho a la libertad, a la ciudadanía, a la igualdad y a la dignidad, amparándose en otros derechos superiores. La única diferencia, es que en este caso los negados no tienen voz propia, a menos que otros la levanten por ellos.
La ministra de Igualdad acaba de afirmar que ´Nadie tiene el monopolio de la moral´, refiriéndose al aborto. Ahora bien, si somos coherentes con esta declaración nos quedamos sin argumentos ante cualquiera que haga el mal. Porque ¿qué es el mal, si nadie puede a ciencia cierta definirlo? ¿Cómo podremos condenar el crimen de un etarra, si nadie tiene el monopolio de la moral? Si la moral es relativa ¿quién podrá castigar a un violador o a un maltratador de mujeres? Nos responderán, a su vez, que ´Nadie tiene el monopolio de la moral´.
¿Qué más da si en la manifestación de Madrid del día 17 de octubre contra el aborto, hubo tal o cual número de personas? ¿Acaso la naturaleza cualitativa de las cosas depende del aspecto cuantitativo? Si las cifras son las que dan carta de legitimidad a la esencia de nuestros conceptos, entonces también se convierten la justicia, la verdad, la libertad y tantos otros grandes ideales en mera mercancía aritmética, cambiante según sean los números.
Aunque todos los que estuvieran en la manifestación fueran hipócritas, por no haber denunciado antes lo que ese día estaban denunciando, ¿modifica eso la naturaleza de lo denunciable? Que el pueblo alemán sólo se atreviera a condenar a posteriori, por cobardía, los horrores del nazismo ¿hace que tales horrores sean menos espantosos? Que todos los que estuvieron en la calle ese día estuvieran políticamente manipulados ¿convierte al aborto en algo distinto a lo que es? Aunque nadie de los manifestantes tuviera la autoridad moral para estar allí ¿significa eso que lo malo es bueno?
Una cosa ha quedado clara. La apariencia de progresismo con el que querían vendernos el asunto del aborto ha quedado en evidencia, y al final lo que queda es su verdadero rostro. El rostro de los negadores de ayer, de hoy y de siempre. Nuestra cobardía y pasividad durante años les dio alas. Nunca más.
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