En primavera y verano sus grandes plazas y avenidas no pierden un ápice de su pujanza al caer la tarde, sino que sus terrazas, bulevares, parques y paseos mantienen esa efervescencia que uno esperaría más bien en una ciudad del sur de Europa. Es una metrópoli abierta que invita a la expansión y se abre al forastero, al punto que pronto éste se encuentra como en casa. Seas de donde seas, vengas de donde vengas, eres bien recibido en la que fuera la capital de la antigua Prusia.
El mítico Checkpoint Charlie, el puesto de control que regulaba el paso de extranjeros y diplomáticos entre las zonas oriental y occidental de Berlín en plena guerra fría, se ha convertido en lugar de visita obligada para todo aquel que llega por primera vez a la ciudad. Pequeños trocitos de muro se venden encapsulados en recipientes transparentes de plástico, con la garantía correspondiente de que proceden del auténtico muro.
Claro que la duda planea en la mente del comprador, porque, después de todo, no sería la primera vez que la explotación comercial de una reliquia obligara a su multiplicación, más allá de lo que las leyes físicas permiten. En cualquier caso el lugar merece una parada, una foto y una reflexión. Aquí, contemplando las fotografías en blanco y negro que se exhiben en el museo anejo, donde se muestran escenas de los atónitos berlineses ante el inicio de la construcción del muro delante de sus propios ojos, es donde uno se da cuenta de que en una determinada fecha nuestro mundo cambió y que noviembre del año 1989 quedará fijado en la Historia como el fin de un sistema que pretendió, entre otras cosas, expulsar a Dios de la Historia.
A lo largo del trayecto donde una vez estuviera levantado el muro, se ha incrustado en el suelo una hilera de adoquines empedrados de color diferente al resto de las losas o del asfalto del pavimento, para mostrar al viandante el lugar que un día ocupara esa construcción destinada a asfixiar al Berlín occidental. Esa ristra de adoquines empedrados se asemeja a la cicatriz de una herida, que ya ha sanado, pero que ha dejado su huella indeleble en la ciudad. Y es que no hay que olvidar lo que aquí sucedió, para que no vuelva a ocurrir otra vez.
No lejos del Checkpoint Charlie se encuentra una exposición denominada Topografía del Terror, ubicada en el mismo lugar donde anteriormente estuvieran dos de los más siniestros edificios de Berlín durante la etapa nazi: la sede de la Gestapo y la de las SS. Aunque se trata únicamente de una exposición documental fotográfica que recoge las brutalidades del régimen nazi, todavía se le ponen a uno los pelos de punta al contemplar esas fotos en las que se aprecia la euforia colectiva del culto al líder, junto con las masacres y fusilamientos llevadas a cabo no solo contra los combatientes enemigos sino también contra la población civil. Ante esas imágenes surge la pregunta, ¿Cómo pudo ocurrir?, que se hiciera el canciller Konrad Adenauer en sus
Memorias. Se trata de otro lugar para el silencio y la reflexión.
Estos dos emplazamientos de Berlín, el Checkpoint Charlie y la Topografía del Terror, servirían bien para resumir el profundo trauma que esta ciudad vivió durante buena parte del siglo XX. De sus horrores y tragedias, de sus extremismos y exterminios.
Esos dos lugares nos enseñan que los extremos se retroalimentan entre sí, porque se necesitan mutuamente. Nazismo y comunismo fueron las dos caras de una misma moneda, en la que el Dios-Estado lo era todo, quedando el individuo, con su libertad, creatividad, imaginación y voluntad, totalmente supeditado a él. En definitiva, se trataba de la conversión de la persona en una pieza del engranaje social.
Un engranaje social que era la expresión de un diseño de ingeniería social, a fin de construir una sociedad de acuerdo a determinados parámetros ideológicos.
Pero
la lección imperecedera que esos dos lugares nos trasmiten es que hacer ingeniería social puede desembocar en una auténtica monstruosidad, cuando tales parámetros están en oposición a los que Dios nos ha dejado en su eterna Palabra. Esa ingeniería social puede funcionar durante un poco de tiempo, el tiempo que tarda la conciencia humana en percibir la intromisión en su intimidad de un agente extraño que pretende instalarse allí permanentemente, llámese Estado, Gobierno o Ideología. Pero al igual que ocurre con nuestro organismo físico, que, ante la presencia amenazadora de sustancias amenazantes, genera anti-cuerpos para protegerse, así sucede con la conciencia. Por eso la fuerza bruta podrá imponerse externamente por el terror, pero no conquistará el corazón de la gente. El lavado de cerebro propagandístico podrá intentar inculcar su mensaje mediante mentiras proclamadas como verdades incontestables, pero a la postre la realidad misma lo dejará en evidencia.
En resumen, esos dos lugares nos muestran el fracaso al que están destinados todos los proyectos de ingeniería social totalitarios inventados por los hombres. Lo terrible es el precio que millones de personas tuvieron que pagar, por los ensayos ideológicos a los que fueron sometidos.
La tentación de algunos gobernantes, hoy, es volver a hacer ingeniería social. Es decir, que la gente piense y actúe como ellos quieren. La diferencia está en los métodos, que en lugar de ser la fuerza bruta o el lavado de cerebro, consisten en la utilización de los modernos recursos que el poder detenta, para adoctrinar y modelar las mentes y los corazones de todos, de acuerdo a su voluntad.
En algunas democracias actuales está sucediendo eso. Lo cual quiere decir que el cuerpo social puede no estar detectando la irrupción de agentes que buscan, camuflados, su destrucción. Creo que no hay mejor garantía, para detectar y rechazar cualquier intromisión o agresión dañina, sea abierta o camuflada, que aferrarse a la verdad que Dios nos ha dejado en la Biblia, porque en la misma se nos hace saber cuál es nuestro auténtico origen, en qué consiste nuestro genuino problema y dónde está nuestra verdadera solución. Lejos, pues, de ser un libro promotor de alienación y engaño, la Biblia es el Libro que nos libera del engaño y alienación de cualquier clase de ingeniería social.
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