El panorama europeo parecía darle la razón, porque las monarcas a la sazón gobernantes eran un auténtico ejemplo de lo que no se debe hacer en puestos de autoridad o influencia, sumado a ello su hostilidad declarada a la Reforma. Pero él, tal vez movido por su fogosidad, quiso que no quedara resquicio alguno para que ninguna de aquellas cuatro damas gobernantes -María de Guisa, María Estuardo, María Tudor y Catalina de Médicis (quien no gobernaba pero manejaba los hilos de Francia)- pudiera quedar excluida de incapacidad normativa para gobernar.
Es decir, Knox se guió por un criterio maximalista, aplicando una regla general, lo que desembocó en un declarado anti-feminismo a ultranza.
Sin embargo,
una vez que el libro fue publicado y tras llevar sólo un poco de tiempo en circulación ocurrió la muerte de María Tudor, que no tuvo descendencia, ascendiendo su hermanastra Isabel al trono inglés. Isabel se convertiría en la artífice de la grandeza de Inglaterra, que bajo su reinado pasaría a ser una potencia hegemónica, disputándole a España ese lugar y finalmente arrebatándoselo, dando comienzo a una edad de oro en su nación. Además, Isabel no era católica como las cuatro damas anteriormente mencionadas, sino que su inclinación era protestante, si bien se trataba de un protestantismo rebajado.
Aquí es donde comienzan los problemas para Knox por el tratado que acababa de publicar. En primer lugar, porque
innecesariamente se granjeó la animosidad de Isabel, quien vio en el libro un ataque contra ella, aunque Knox no estuviera pensando en ella.
La posición de Isabel al comienzo de su reinado era de gran inestabilidad, al ser, según la opinión católica, hija del matrimonio ilegítimo de Enrique VIII con Ana Bolena, tras su divorcio sin dispensa papal de Catalina de Aragón. Por lo tanto, según el sentir de muchos dentro y fuera del reino, Isabel no era la heredera legítima a ese trono, de ahí que sus primeros pasos en el mismo los diera en un campo lleno de minas, una de las cuales era María Estuardo, quien acechaba e intrigaba para arrebatárselo.
De manera que lo que podría haber sido una alianza natural entre Knox e Isabel I, se convirtió, por causa de la obra recién publicada, en un obstáculo; una bomba que le explotó a Knox en las manos, al perder el apoyo que Isabel hubiera podido prestarle, ganándose su antipatía.
Lo que puede sacarse en conclusión de todos estos sucesos es que aunque Knox hubiera tenido razón al condenar como monstruoso el gobierno de ciertas mujeres, se equivocó totalmente al hacer esa condena extensiva al gobierno de cualquier mujer. Y la prueba más cercana y palpable es que fue una mujer, y no un hombre, quien hizo de Inglaterra una gran nación, además de hacer posible que el protestantismo se asentara definitivamente en ella.
Me parece
que la lección tiene aplicaciones para nosotros en la actualidad, pues asistimos a un ascenso del papel de la mujer en prácticamente todos los órdenes de la vida. Este ascenso está articulado por un movimiento ideológico que se ha dado en llamar feminismo. Algunos han tomado la posición de Knox, al catalogar como maligno todo lo que dicho movimiento propugna. Hay otros, en cambio, que son entusiastas defensores de todos sus postulados.
A mí me parece que el feminismo no es enteramente malo ni bueno, sino que en algunos aspectos es bueno, en otros es discutible y en otros es manifiestamente malo.
Es importante recordar que hay, si así se quiere denominarlo, un feminismo patente en el Nuevo Testamento, donde el
´no hay varón ni mujer´(1) expresa la igualdad neta que existe entre ambos sexos, igualdad que es de origen y por lo tanto de naturaleza, confiriendo a la mujer el mismo valor, individualidad y dignidad que tiene el hombre. Seguramente en esa verdad está el germen por el que algunas activistas cristianas lucharon para conseguir el reconocimiento de derechos como el sufragio femenino o la educación, tal como hicieran Emma Willard (1787-1870), Angelina Grimke (1792-1873) o Mary Lyon (1797-1849). Es éste un feminismo saludable y necesario.
En otros aspectos hay un feminismo discutible, por ejemplo cuando establece como principio absoluto que el trabajo de la mujer en el hogar es, por definición, inferior al que pueda realizar fuera del hogar. Sinceramente creo que mediante ese principio ´se está vendiendo una moto´ que ingenuamente muchos han comprado, asumiendo que se trata de algo incontestable. Puestos en la balanza la proyección profesional de la mujer por un lado y su papel de madre por otro es muy discutible que lo primero sea de mayor importancia que lo segundo, no faltando mujeres que piensan que es exactamente lo contrario, debido a la trascendencia que el papel de madre tiene. Por eso es también discutible que sea progresista por antonomasia toda política social que favorece la incorporación de la mujer al mundo laboral a expensas de su labor maternal, como también es discutible que sea reaccionaria por antonomasia toda política social que apoya a la mujer para que ejerza su función de madre a expensas de su incorporación laboral.
Finalmente, en otros aspectos hay un feminismo perverso que, desgraciadamente, es el que ha tomado preponderancia en todo el mundo desde hace algunas décadas, mostrando su peor rostro en una estrategia de confrontación, de ´castración´ del varón y de exaltación de la mujer, hasta el extremo de otorgarle derechos que en absoluto tiene, como es el de decidir sobre la vida o la muerte de los hijos que vaya a tener. Y es que una vez más se cumple con el feminismo la vieja ley del péndulo por la que el oprimido se torna opresor.
Knox se equivocó al escribir el Primer toque de trompeta contra el monstruoso gobierno de las mujeres. Creo que hoy, parafraseándolo, sí sería razonable titularlo así: Primer toque de trompeta contra el monstruoso gobierno de algunas mujeres, pues ciertamente del gobierno de algunas mujeres se puede afirmar que es monstruoso. Algo sabemos en España de eso.
1) Gálatas 3:28
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