Deahí el realismo de la sentencia bíblica que constata esa falta de reciprocidad entre acción moral y su correspondiente consecuencia:
´…hay justos a quienes sucede como si hicieran obras de impíos, y hay impíos a quienes acontece como si hicieran obras de justos.´(1)
Este
crudo realismo va a provocar en determinados casos el estupor, cuando no el escándalo, en ciertos personajes que no pueden comprender que la justicia no sea vindicada y que la maldad prevalezca y se salga con la suya. Por eso Job, Asaf (autor del
salmo 73), Jeremías y otros, interpelan a Dios y hasta le cuestionan ante lo que parece una negación de la noción más elemental del sentido de retribución.
Ese crudo realismo, que para algunos será un argumento suficientemente contundente para dudar de la existencia de Dios e incluso para negarla, será para otros la evidencia de su existencia. Kant, en su
Crítica de la razón práctica, razona que puesto que los seres humanos son seres morales, esa moralidad es un poderoso argumento a favor de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma, pues de otra manera multitud de acciones quedarían sin ser retribuidas justamente. Para el filósofo alemán, la existencia de Dios es una necesidad que la misma constitución moral del universo exige, de manera que Dios es el ser necesario que garantiza el triunfo de la moral, sea en esta vida o sea después.
Pero una vez dado por sentado que aquí abajo no se va a cumplir infaliblemente el principio de causa y efecto entre acto y consecuencia, es preciso fijarnos ahora en el otro lado de la cuestión, esto es, que en muchas ocasiones sí hay una retribución justa de las acciones ya en esta vida.
Centrándonos en la esfera de las acciones malas, cuya consecuencia es el castigo, podemos dividir su retribución en dos categorías: una que podemos llamar inmanente y otra que podemos denominar positiva. Por castigo inmanente se entiende aquel que es la consecuencia natural del acto realizado. La relación causa-efecto es en este caso inequívoca y evidente. Hay muchos ejemplos de este tipo, pero quizás uno de los que mejor podamos entender es el anuncio que aparece ahora en todas las cajetillas de tabaco, por el que se avisa de las consecuencias dañinas que ocasiona el fumar. Se ha necesitado mucho tiempo para llegar a demostrar que la relación tabaco-cáncer es secuencial, pero gracias a la misma hay un fundamento objetivo que obliga a los fabricantes de tabaco a que inserten esa advertencia en su producto. Por lo tanto, un vicio, fumar, conlleva una consecuencia implícita, cáncer. Los ejemplos de castigo inmanente se multiplican, pues el desorden moral en determinados campos produce indefectiblemente daños psíquicos, físicos, familiares y sociales. Hay una ley universal en la estructura misma de las cosas que resume la verdad de la retribución inmanente y es la que podríamos denominar ley de la siembra y la cosecha, según la cual uno recoge de acuerdo a lo que haya sembrado. Esta ley es la que el apóstol Pablo menciona en cierto lugar(2) y su infalibilidad está asegurada.
Pero además del castigo inmanente existe el castigo positivo. Por positivo no hay que entender un castigo maravilloso, estupendo o deleitoso, sino uno que es el resultado de una ley positiva, esto es, promulgada por un legislador. Mientras que el castigo inmanente no es el resultado del quebranto de una ley promulgada sino de una ley natural, el castigo positivo es el resultado del quebranto de una ley positiva. En esta categoría entrarían todos los castigos previstos en cualquier Código Penal, donde se establece qué es delito y el castigo que le corresponde, de acuerdo al legislador.
Me parece que para explicar la tan mencionada crisis económica que atraviesa España estas dos categorías de castigos nos serán de mucha utilidad. La avaricia material de unos y otros ha roto el saco, de manera que ahora nos encontramos con un panorama bastante negro del que no sabemos muy bien cómo ni cuándo saldremos. El motor de la economía en estos años de abundancia fue la construcción de viviendas, cuyo valor estaba sobredimensionado por causa de la codicia desmedida de todos. Pero al igual que ocurre con un motor físico, que si se le somete a un exceso de revoluciones durante un periodo prolongado de tiempo se termina quemando, así ha pasado con nuestra economía, a la que se ha forzado durante demasiado tiempo hasta límites insostenibles por la voracidad material, con las consecuencias de todos sabidas. Hemos cosechado lo que hemos sembrado. Y no sólo nosotros en España. Es el castigo inmanente que tenemos bien merecido.
Pero ¿se explica el actual panorama económico español, el más desolador de toda la Unión Europea, simplemente por la ley de la siembra y la cosecha? ¿Cómo es que siendo paradigma del progreso económico hemos pasado a ser, en un brevísimo lapso de tiempo, paradigma del descalabro económico? ¿No será que hay un castigo positivo añadido al inmanente? Me explico. Si Dios es el legislador de ciertas leyes morales que ha promulgado, cuya transgresión también explícitamente ha estipulado ¿No podría ser que el espectacular derrumbe de la prosperidad en España se deba a este factor añadido, esto es, a la intervención de Dios que, ante la insolencia moral de nuestros gobernantes y la complacencia de buena parte de los gobernados, ha enviado sobre España un juicio de condenación? Después de todo, todavía sigue vigente la antigua advertencia
´…sabed que vuestro pecado os alcanzará.´ (3)
¿Cuál es la solución, aparte de promover medidas económicas viables para salir del atolladero? Como la raíz del problema (y en esto hasta los amorales e inmorales están de acuerdo) es moral, la solución tiene que ser de la misma naturaleza, es decir, moral también. Pues bien, aquí es donde entra en escena el arrepentimiento. Esta nación, con sus gobernantes a la cabeza, tiene que arrepentirse de sus pecados colectivos que han provocado la ira de Dios y la humillación de tanta arrogancia y soberbia. No es una solución económica lo que necesitamos. Es una solución moral y espiritual.
1) Eclesiastés 8:14
2) Gálatas 6:7
3) Números 32:23
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