Todos los seres humanos tenemos una lengua materna, definiéndose por tal aquélla que aprendimos en nuestros primeros años de vida y que hemos continuado hablando. Si bien es cierto que hay personas que se han criado totalmente bilingües porque han crecido en un hogar donde cada uno de los padres hablaba una lengua distinta a la del otro, esa circunstancia es más bien excepcional, siendo la norma el monolingüismo materno.
No hay que confundir el bilingüismo materno con el bilingüismo adquirido, por el cual alguien añade el conocimiento de una segunda lengua a la ya recibida. Es el caso de innumerables personas que al llegar a la escuela entran en contacto con otra lengua diferente a la que se habla en su hogar o entorno más íntimo, o que por razones profesionales, personales o de otra índole han de aprender otra lengua distinta a la suya. Pero claramente entre ambas hay una distinción cualitativa, que viene determinada por el hecho de que el individuo se identifica plenamente con su lengua materna, permaneciendo la adquirida como subordinada a la primera en ese rango de identificación.
La importancia de la lengua materna no puede ser minusvalorada, toda vez que está íntimamente relacionada con nuestra personalidad y entorno. De hecho, algunas disciplinas lingüísticas ponen de manifiesto el lugar central que tiene, tal como la psico-lingüística que estudia la relación entre lengua y mente, la neuro-lingüística, que estudia la que existe entre lengua y cerebro, la etno-lingüística que trata sobre la conexión entre lengua y etnia, o la socio-lingüística que versa sobre el nexo entre lengua y sociedad. De ahí que toda lengua, desde la más hegemónica hasta la más amenazada de extinción, sea vehículo de expresión e identificación personal mediante la cual el individuo piensa, siente, imagina y verbaliza, estableciéndose así un lazo indisoluble entre personalidad y lenguaje.
Hasta tal punto es vital ese vínculo que la lengua es un don peculiar y exclusivo del ser humano. Si bien es cierto que muchas especies de animales, tal vez todas, tienen su capacidad de comunicarse, el lenguaje humano es sustancialmente diferente a todas ellas. Ni los gritos de los gibones, ni la danza de las abejas, ni siquiera la imitación de los loros pueden compararse a lo que el ser humano puede hacer mediante el lenguaje. La capacidad de idear conceptos abstractos y verbalizarlos es exclusiva del ser humano, de ahí que sea la única criatura sobre la Tierra capaz de crear civilización y cultura, con todas las consecuencias que ello tiene.
La comprensión, elaboración y desarrollo de las cosmovisiones, creencias, filosofías, disciplinas científicas, expresiones artísticas y pautas de pensamiento que son la fuente del devenir humano, son solamente posibles gracias al lenguaje. En ese sentido, resulta admirable que simplemente con algo más de veinte herramientas, en la mayoría de las lenguas, llamadas fonemas que carecen por sí mismas de significado, seamos capaces de fabricar todo un universo innumerable de palabras con significado. ¡Qué don tan precioso es el lenguaje!
Tristemente, ha habido y hay la tendencia a exaltar unas lenguas en detrimento de otras, lo que ha llevado a que las rencillas y guerras propias de la naturaleza humana se hayan hecho extensivas también a este campo.
Una de esas tendencias ha sido la de conceptuar a ciertas lenguas como idiomas y a otras como dialectos, entendiéndose por idioma una lengua de cultura, categoría y rango superior por su número de hablantes, riqueza literaria e histórica, mientras que dialecto sería simplemente una lengua minoritaria, sin prestigio, especialmente si no tiene sistema de escritura, o si carece de corpus literario significativo, hablada por personas pertenecientes a un estrato social de baja categoría.
Sin embargo, no es faltar a la verdad si decimos que todo idioma es un dialecto y todo dialecto es un idioma, independientemente de las anteriores características. En efecto, ¿a quién se le ocurriría hoy decir que el español es un dialecto? Y sin embargo esa es su relación con el latín, hasta el punto de que socarronamente se dice que quienes hablamos español en realidad lo que hablamos es un mal latín.
Por otra parte, mucha gente no tendría ningún problema en asumir que el asturiano es un dialecto, en el sentido peyorativo de la palabra. Pero aunque sea hablado solamente por cien mil personas, circunscritas a la parte septentrional-central de España, el asturiano tiene el mismo derecho a ser conceptuado como idioma, a causa de que no tiene menos estructura, complejidad y creatividad gramatical que el español. Otra cuestión distinta es que dentro de una lengua existan diferencias dialectales, como las que hay en el español, donde es evidente que un andaluz lo habla de una manera peculiar, al igual que lo hace un canario, un madrileño o un murciano, por no hablar de un mexicano, un argentino o un ecuatoriano.
Creo que la Biblia tiene algo relevante que decir acerca de la importancia de la lengua en general y la lengua materna en particular, porque después de todo Dios se nos da a conocer hablando y para ello emplea el lenguaje humano. El Verbo, término que engloba pensamiento, palabra, comunicación y acción, es el nombre que en el evangelio de Juan(1) se le da a la segunda Persona de la Trinidad, de manera que en Jesucristo tenemos la Revelación de Dios que nos habla en términos personales y verbales que podemos comprender, siendo la Sagrada Escritura esa misma Revelación puesta por escrito en una lengua que somos capaces de entender…
1) Juan 1:1
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