La fatalidad quiso que fruto de la torta, que era resultado de un desquiciamiento momentáneo de la madre, el niño diera con su cara en el lavabo y le saliera sangre, ante lo cual los Guardianes del Desvarío llevaron a la madre a los tribunales para que fuera juzgada y castigada por tan tremendo delito, con el resultado ya conocido.
Así que por un lado se defiende firmemente a un menor porque ha recibido un cachete aislado de su madre y la manera de protegerlo es apartarlo por un año de esa madre; por otro lado, se entrega a otro menor, cuya protección debería ser la prioridad absoluta, a un experimento con lesbianas. ¡Qué ecuanimidad y qué sensatez en ambos casos!
¡Hagan sus apuestas! ¿Cuál será el próximo desvarío que superará a estos? Aunque pensemos que es difícil que puedan ser sobrepasados, no tardará mucho tiempo en que seamos sorprendidos con otro caso que pondrá el listón todavía más alto.
Propongo que se cree una especie de Libro Guinness de los Récords, pero no para registrar naderías como cuánto miden las uñas más largas del mundo, cuántas hamburguesas se pueden comer en un minuto o de qué tamaño es la pompa de jabón más grande nunca hecha, sino para registrar exclusivamente récords de desvaríos y disparates de colosales dimensiones. Creo que España rápidamente alcanzaría los puestos de cabeza a nivel mundial. Después de todo nuestro libro más universal, Don Quijote de la Mancha, es el relato novelado de un gran desvarío.
Pero a lo que iba,
quiero hacer mi pequeña aportación en esta competición, para lo cual apelaré al ejemplo del apóstol Pablo, quien en un momento dado pidió indulgencia a sus lectores para que le concedieran una tregua y así poder entregarse por unos instantes al delirio de la locura(1).
Mi contribución a este campeonato de sandeces consiste en
que se reconozca una nueva forma de matrimonio: la compuesta por aquellas personas que viven solas con sus animales de compañía. Tal vez alguien diga que eso es una majadería sin sentido. Pero ¡cuidado! antes de sacar conclusiones apresuradas vamos a analizar si lo que sostengo tiene o no fundamento.
Una persona que vive sola con su animal de compañía tiene derecho a que a esa unión se le llame matrimonio, no solo de nombre sino con todos los reconocimientos jurídicos vinculantes a ese estado civil. Entre ambas partes se ha establecido un lazo que va más allá de lo meramente lúdico, entrando en el terreno de lo recíprocamente afectivo. Conozco a personas cuyo cuidado, afecto y cariño por su animal de compañía sobrepasa con creces al que pueda existir entre dos seres humanos que viven bajo el mismo techo.
Es más, hay convivencias humanas que son un verdadero infierno en la tierra, mientras que hay convivencias humano-animales que son todo un ejemplo de concordia y buen entendimiento. El lazo que se establece entre el humano solitario y el animal solitario es en muchos casos de por vida, de manera que se cumple el dicho: ´Hasta que la muerte nos separe´. Algo que cada vez más matrimonios entre humanos no consiguen realizar.
La fidelidad recíproca, en algunos casos conmovedora y ejemplar, sería también otro poderoso argumento a tener en cuenta para que se reconozca esta unión como matrimonio. Una fidelidad que escasea cada vez más en los matrimonios entre humanos, donde la promiscuidad hace acto de presencia con más frecuencia de lo deseado.
Además, está la compañía que el animal recibe del humano y el humano del animal, una compañía que puede describirse como verdadera amistad. Por otro lado, está la comunicación y el lenguaje que se establece entre ambas partes y que sólo ambos conocen, pasándole por alto a los extraños. Una mirada, un gesto, una palabra, un berrido, un maullido o un gruñido, que para un ajeno no significarían nada, son todo un vehículo de expresión de sentimientos, estados de ánimo e incluso un dato revelador de salud o enfermedad. Alegría, tristeza, expectación, deseo y toda la variedad de emociones de la que somos capaces los humanos y los animales están presentes en esta relación humano-animal.
Si a todos estos razonables argumentos añadimos además la propuesta de algunos ilustres naturalistas de que a los animales se les reconozcan también sus derechos, ya tenemos todos los ingredientes para reconocer una nueva forma de matrimonio: el que se realiza entre una persona humana y otra persona animal.
De no ser reconocido este tipo de matrimonio los interesados se pueden sentir discriminados y ofendidos y pueden inventar algún calificativo con el sufijo fobo para atacar a los que rechacen sus justas reivindicaciones. Tal vez
animófobo o
zoófobo sean buenas etiquetas denigrantes para catalogar a todos los que se atrevan a oponerse a esta nueva clase de enlace matrimonial. Enlace en el que, por supuesto, no debe haber ningún tipo de restricción por la orientación sexual. Y por ello debe entenderse que da igual que la parte humana pueda coincidir o no en género sexual con la parte animal y viceversa para que exista vínculo matrimonial. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Así pues, mi consejo es que todos aquellos que tengáis un loro como única compañía, o un perro, o un gato, debéis crear una plataforma legal y hacer llegar vuestras reivindicaciones a los medios de comunicación, al Parlamento y a la calle, que si otros han conseguido que una nueva forma de matrimonio sea reconocida, vosotros, aunque a algunos les parezca demencial, también lo conseguiréis y llegará un día en el que las mentes estrechas y retorcidas serán derrotadas y ridiculizadas, dando paso a una comprensión más tolerante e incluyente del matrimonio.
Y por supuesto, cuando hablo de loros, perros o gatos, no me limito a esas especies. Si tienes una serpiente pitón en tu casa, una araña del Amazonas o un murciélago, también es válido todo lo dicho anteriormente.
Ahí queda mi propuesta. Espero que sea digna de figurar en el Libro Récord de los Disparates, junto a otras que ya han alcanzado categoría para entrar en el mismo.
1) 2 Corintios 11:1
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