Tal vez Islandia sería el mejor lugar del mundo para muchísima gente, pero no para los que necesitamos, como las lagartijas, ese sol benigno y amable que nos saca del letargo y es sinónimo de vida. Me parece que no soy el único que piensa así, porque que yo sepa son los escandinavos y otros europeos los que vienen cada año por millones a España buscando su sol, habiéndose radicado muchos de ellos aquí de forma permanente, mientras que son doscientos mil los turistas que visitan la gélida, pero feliz, Islandia de vacaciones.
Pero
los datos que Carlin presentaba en su artículo eran lo suficientemente demoledores como para dejarnos a todos sin argumentos, incluso a los frioleros. Para empezar, citaba un estudio académico publicado en el prestigioso rotativo británico The Guardian en 2006, según el cual los islandeses estaban a la cabeza de la felicidad en nuestro planeta, siendo los rusos los más infelices de la Tierra. Si semejante afirmación la hubiera hecho el amarillista The Sun seguramente hubiéramos hecho con el estudio lo mismo que hace unos 50 años se hacía con el papel de los periódicos cuando el papel higiénico era un lujo, pero como procedía de una fuente a todas luces seria, como The Guardian, era suficiente para taparnos la boca a todos.
A continuación, Carlin hacía todo un despliegue literario para mostrarnos las bondades de la vida en esa isla, hasta el punto de que al acabar de leer el artículo uno no sabía si había estado leyendo de Islandia o del paraíso terrenal. En casi cualquier aspecto Islandia es el espejo donde el resto de las naciones deberían mirarse: en educación, en civismo, en riqueza, en nivel cultural, en esperanza de vida… Hasta el desastre del divorcio, en el que Islandia ostenta la tasa más alta de Europa, sirve para demostrar las buenas actitudes entre los ex-cónyuges y sus hijos. Y no importa si una mujer tiene hijos de dos o tres hombres diferentes, pues la sociedad islandesa es capaz de educar niños sanos y felices con todos los padres y madres que puedan tener. ¿Quién dijo que la promiscuidad es dañina? Vamos, que ni aun esa lacra puede con la felicidad de los islandeses. Y todo gracias a que viven liberados de tabúes, hipocresías y prejuicios (entiéndase creencias religiosas o morales) que ya no son un lastre para su dulce modo de vida.
No es extraño que las cartas escritas por los lectores del periódico ante semejante despliegue de bienaventuranza reflejaran, por un lado, la envidia hacia los islandeses y, por otro, la vergüenza por vivir en un país que está muy lejos de ser como el suyo.
Pero donde Islandia se había convertido en la admiración del mundo entero, según el artículo, era en su prosperidad económica. De ser un país pobre, con una economía basada en la pesca hasta hace unas décadas, de pronto había alcanzado cotas inimaginables de desarrollo, hasta el punto de ser un modelo del que tomar nota.
Su sistema bancario es el que más rápidamente se estaba expandiendo por el mundo. Ya hay bancos islandeses en más de 20 países y las empresas islandesas devoran a otras de alimentación y telecomunicaciones en el Reino Unido, Escandinavia y el este de Europa. Y no importa que teóricos económicos de otros países dijeran que el sistema islandés acabaría matando la empresa, la realidad es que la economía de Islandia estaba entre las más dinámicas del mundo. Todo esto era narrado con todo lujo de detalles en el artículo de John Carlin en El País semanal, el domingo 6 de abril de 2008, y en The Guardian, el domingo 18 de mayo de 2008.
Pero, ¡oh cruel adversidad! de repente todo este cuadro idílico se ha venido abajo. Hoy Islandia llama a la puerta del Fondo Monetario Internacional, como suelen hacer los países del Tercer Mundo, para solicitar créditos que le saquen de la bancarrota.
Una delegación islandesa, representante de la nación más feliz de la tierra según The Guardian, ha viajado hasta Moscú, capital de la nación más infeliz de la tierra según The Guardian, para solicitar un préstamo de 4.000 millones de euros. Islandia también se plantea llamar a las puertas de la Unión Europea, ella tan reacia a formar parte de esa Unión, ante el hundimiento de la corona islandesa que ha perdido valor respecto al dólar en más de un 40% en lo que va de año. Los tres principales bancos han tenido que ser nacionalizados ante su falta de dinero y el Banco Central islandés ha tenido que recurrir a sus homólogos de Noruega, Dinamarca y Suecia para conseguir divisas. ¡Qué humillación! Es el cuento de la lechera una vez más, solo que ahora es una lechera vikinga.
¡Cuántas lecciones debería enseñarnos todo esto!
En primer lugar que medios de comunicación, a los que muchos reverencian y otorgan el papel de oráculos, pueden trasmitir, bajo la apariencia de rigor y modernidad, solemnes estupideces que tenemos la tendencia a digerir como si fueran verdades incontestables.
En segundo lugar que la propensión a mitificar lo que no es más que mera fachada no es exclusiva de antiguos pueblos ignorantes, sino algo en lo que nosotros nos hemos hecho auténticos expertos.
En tercer lugar que toda esa filosofía de la imagen, en la que está basada el discurso de tantos ideólogos actuales, está hueca en sí misma.
Y en cuarto lugar que el engreimiento siempre tiene su duro contrapunto en el abatimiento y la vergüenza.
Y es que el antiguo principio de que cualquiera que se enaltece será humillado(1) sigue vigente, aun entre aquellos que creían y creen estar por encima de normas que consideran obsoletas.
1) Lucas 18:14
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