Hay lugares que son verdaderas evidencias de la contundencia de la frase en cuestión, pero tal vez el más universal de todos sea el cementerio. Sin lugar a dudas se trata del aula de clase favorita de ateos y agnósticos, pues sus posiciones parecen estar respaldadas irrefutablemente, más allá de todo argumento. También es el lugar donde la fe parece tambalearse, si no derrumbarse, ante el peso de la realidad, porque dos oscuras sombras planean sobre ese lugar, la negación y la duda, que no dejan espacio a la fe ni a la esperanza. No en vano la enseñanza cristiana sobre la resurrección del cuerpo, que encierra una clase de esperanza que no está condicionada por el adverbio temporal ´mientras´, ha sido desde antiguo motivo de ataques, burlas y descalificaciones por parte de los incrédulos, tal como muestra la siguiente del filósofo Porfirio (232-304):
´He aquí que ha naufragado un hombre; los mújoles han devorado sus carnes; los pescadores se han comido los mújoles; también murieron los pescadores, y sus cadáveres fueron a dar en el vientre de los perros, los cuales, a su vez, fueron pasto de los buitres. ¿A qué se han reducido las carnes del náufrago?´(1)
A priori el argumento de Porfirio parece incontestable y las deducciones que del mismo se desprenden suponen el tiro de gracia para la fe a manos del materialismo.
Cuando se contemplan los debates electorales en los que dos candidatos discuten sobre los problemas que acucian a la nación que pretenden presidir, salta a la vista que ninguno de los dos domina completamente todos los temas y esferas que se abordan. Es lógico; nadie puede saberlo todo ni tener respuestas para todo. Ambos tienen temas predilectos que, por razón de preparación, inclinación o experiencia controlan, pero ambos, igualmente, tienen lagunas y deficiencias, más o menos acusadas, sobre otros. A los dos les gustaría explayarse en sus puntos fuertes y evitar lo que les pueda poner en evidencia, de ahí que se procure eludir lo incómodo y centrarse en lo cómodo.
Me parece que Dios no tiene miedo de tratar con cuestiones que le puedan poner incómodo, concediendo incluso a sus adversarios la ventaja de moverse en el terreno que a ellos les es más propicio. Todo lo contrario a lo que nosotros tendemos a hacer.
La prueba de ese riesgo al que Dios voluntariamente se expone queda reflejada en muchas partes de la Escritura, pero tal vez el
capítulo 37 de Ezequiel sería un buen ejemplo a meditar. La escena no puede ser más explícita porque el lugar está lleno de huesos secos. Es decir, estamos situados en medio de un inmenso cementerio, con la salvedad de que aquí no hay lápidas ni tumbas que de alguna manera disimulen o cubran la crudeza de la muerte.
Se trata de un lugar donde la muerte desnuda reina en toda su plenitud. Todo el proceso de deterioro que la acompaña ha llegado a su ciclo final, no quedando rastro de músculos, nervios ni tejidos, sino solamente de huesos secos en gran manera, lo que indica que las sustancias orgánicas asociadas a la vida, han desaparecido hace ya mucho tiempo. Huesos que están a un paso de convertirse en polvo.
Si algún ateo o agnóstico hubiera escogido un lugar idóneo para exponer sus enseñanzas se hubiera venido aquí, porque todos sus razonamientos quedarían justificados plenamente. ¿Lo ves? -argumentaría- no hay nada después de la muerte. Puedes creer en el más allá, si lo deseas, pero la realidad última es ésta: huesos, polvo, nada…
Pues bien, a este lugar es adonde Dios va a traer a Ezequiel. Es un lugar difícil, porque todo lo que hay allí proclama lo contrario de lo que Dios es. Si Dios es vida aquí manda su opuesto, que es la muerte. Pero como dije antes, Dios no tiene miedo de meterse en terrenos que le son abiertamente contrarios. Al revés, deliberadamente se adentra en los mismos para mostrar su grandeza y su gloria. No necesita de ayudas que le saquen de situaciones apuradas. Pone las cosas al límite de la dificultad, para que no quede duda de que se basta a sí mismo para resolver aquello que nadie puede resolver.
Dios le hace pasar a Ezequiel cerca de los huesos, para que perciba por el contacto la evidencia de la muerte. No le esconde su realismo sino que se lo muestra en toda su integridad.
Pero donde el agnóstico o el ateo llegarían a una conclusión: no hay alma, ni resurrección, ni vida después de la vida, ni, por consiguiente, Dios, o al menos pruebas de ello, Dios va a llegar a otra totalmente opuesta: precisamente porque se trata de algo insoluble es por lo que me deleito en intervenir en situaciones de esa índole, al poder demostrar mi realidad, poder y sabiduría, no al solucionar un problema difícil o complicado sino imposible, demostrando así que soy Dios.
La frase mientras hay vida hay esperanza es universal, pero para el cristiano no tiene vigencia ni validez, al haber sido hecho depositario de una esperanza superior, tal como el texto inferior enseña.
´Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; él nos guiará aun más allá de la muerte.´ (
Salmo 48:14)
1) P. Labriolle, La réaction païenne
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