Y así asistimos actualmente al ascenso imparable de la nueva divinidad, la diosa Tolerancia, que surge imparable disputándole el sitio de honor a los otros grandes dioses de nuestro tiempo, Eros y Mamón. Y es que de la diosa Tolerancia se puede decir lo que hace casi dos mil años se dijo de otra diosa que en aquel momento tenía la hegemonía:
´aquella a quien venera… el mundo entero´(1)
En efecto:
gobernantes, escritores, partidos políticos, medios de comunicación, teólogos, periodistas, famosos… todos se rinden extasiados ante los encantos de Tolerancia, hasta el punto de que no hay peor etiqueta que puedas llevar en la vida que la de no ser uno de sus adoradores, esto es, la de ser un intolerante, en cuyo caso ya estás condenado
ipso facto, por los alguaciles de la nueva Inquisición, a llevar el sambenito, a menos que te arrepientas, con la palabra intolerante bien visible, durante todos los días de tu vida.
Es la palabra mágica, la que resume lo políticamente correcto, la que te hace quedar bien con todo y con todos, lo cual es más difícil que la cuadratura del círculo. Abunda en discursos, en artículos, en tertulias y en programas. Si en tu vocabulario aparece con profusión serás el más guay, el que está en consonancia con el espíritu de nuestra época.
Tendrás la amistad de unos y otros, superando así los viejos enfrentamientos de derechas e izquierdas, de conservadores y progresistas, de creyentes y agnósticos, de cristianos y musulmanes, que terminaban por encasillarte y limitarte. Lo ventajoso de ser adorador de Tolerancia es que a lo que único que tienes que negarte es a dejar de serlo. Todo lo demás está permitido. Lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo verdadero y lo erróneo, ya no son los criterios morales por los que has de regirte, toda vez que son obstáculos que te impiden ser un buen adepto de Tolerancia.
No me entiendas mal, no estoy diciendo que sus adeptos no tengan criterios sobre lo bueno y lo malo, etc. sino que esos criterios están redefinidos por el criterio supremo, que es el de Tolerancia misma. Con lo cual lo bueno, lo justo y lo verdadero, ya no son lo mismo que eran antes. Tampoco lo malo, lo injusto y lo erróneo.
Y sin embargo, respecto a la diosa Tolerancia se podrían parafrasear las palabras que Madame Roland (1754-1793) pronunciara sobre otra diosa, Libertad, que en aquel momento era la estrella rutilante del panteón secular: ´Tolerancia, cuántas intolerancias se cometen en tu nombre.´ Una de las más entusiastas seguidoras de Tolerancia en España decía hace algo más de un año:
“Frente a quienes sostienen que existe -y con ello contribuyen a crearlo- un choque de civilizaciones, nosotros pensamos que el único horizonte viable es la colaboración entre culturas, países y pueblos. Para ello hay que tender puentes, erradicar el desconocimiento que origina la intolerancia y el miedo"(2). Así pues, queda claro que Tolerancia es la solución para que Islam y Occidente se entiendan. Este es el discurso.
Pero he aquí que esta apasionada devota de Tolerancia, cuando ha viajado a un país de mayoría musulmana, lo cual era una ocasión inmejorable para practicar lo que predica, ha quedado “horrorizada” ante la constatación de que un hombre puede casarse allí con varias mujeres. Pero… ¿es que no sabía que el Islam permite la poligamia? Y si lo sabía ¿por qué en España dice una cosa y en Níger piensa otra?
Sea como sea, lo cierto es que esta discípula de Tolerancia ha resultado ser, en su fuero interno, una intolerante. Tan intolerante como pueda serlo el más ferviente defensor de la teoría del choque de civilizaciones, con la salvedad de que al menos en este caso hay coherencia entre lo que se dice y lo que se piensa.
Y aquí llegamos a una conclusión: existe una intolerancia de los tolerantes, quienes también tienen sus dogmas y rigideces. Es decir, en última instancia la tolerancia de los adoradores de Tolerancia lo es en tanto en cuanto coincidas con sus planteamientos y sometas a Tolerancia todos tus principios y credos. En el momento que no actúes así, se quitan la careta y muestran su verdadero rostro de intolerancia llamándote, horrorizados, intolerante.
No obstante, la tolerancia (con minúscula) tiene su sitio y valor, como la libertad y tantos otros grandes conceptos. Pero para ello hemos de, primero, sacarla del panteón de divinidades seculares; esto es, desacralizarla, porque resulta que se ha hecho con ella lo mismo que los antiguos griegos hacían con determinados valores o con los elementos naturales: mitificarlos.
Segundo, hemos de definirla, para que nadie nos dé el timo de la estampita, vendiéndonos por tolerancia algo que es un sucedáneo. Y
tercero, hemos de ir a la fuente donde nace, la cual está en un sitio diferente al que muchos imaginan. Entonces será cuando estaremos en condiciones de practicarla.
1) Hechos 19:27
2) María Teresa Fernández de la Vega, conferencia en el Club de Encuentro Manuel Broseta, Valencia.
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