Ya que vivimos en un tiempo en el que lo que importa no es tanto si algo es histórico y real sino si algo es lo suficientemente estrambótico y descabellado como para causar sensación, vayamos a ello.
En un sentido hemos vuelto a la edad dorada del paganismo, cuando la mitología era la reina del pensamiento y daba la respuesta final a las grandes preguntas del ser humano. Un mundo repleto de fábulas, en el que patrañas sin más fundamento que el que se le quisiera dar, eran tenidas por verdaderas.
Cuentos de viejas propios para niños conformaban la cosmogonía, cosmología y cosmovisión de aquella gente, siendo su teología una teogonía fantástica en la que dioses y diosas inexistentes se transformaban en pájaros, en animales y en plantas.
Un agudo escritor cristiano del siglo III ya hizo una acertada observación ante el sinsentido de todos aquellos disparates de Quimeras multiformes, de Cíclopes de un solo ojo, de Hidras de nueve cabezas y de Centauros mitad jinetes y mitad caballos, cuando señaló: ´…
cosas que, si alguna vez sucedieron, sucederían otra vez; pero como no pasan ahora es que nunca sucedieron.´(1) ¡Dios mío! Si el sensato razonamiento de Minucio Félix lo aplicáramos a algunas ideas que pretenden hacerse pasar por científicas en nuestro tiempo, referentes al origen de la vida y del ser humano, qué mal paradas saldrían.
Don Quijote enloqueció porque
´…asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de un solo tajo había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes.´(2) La frontera de separación entra la realidad y la superchería se borró de la mente de nuestro caballero, no acertando ya a distinguir la verdad del error ni lo histórico de lo imaginario. En un momento dado, sus más cercanos tuvieron que hacer una hoguera para arrojar a ella algunas de las obras culpables de aquel desaguisado. Parece que hoy nuestra sociedad está lo suficiente y maduramente enloquecida como para creer en lo que cualquier Rodolfo Chikilicuatre de las letras o del cine le quiera contar. Por eso creo que mi imaginado libro sobre Jesús, la Antártida y los esquimales tendría gran éxito.
Un teólogo católico(3) ha definido esta paradoja sobre Jesús en nuestro tiempo y sociedad con la frase ´La presencia-ausencia de Jesús en nuestro tiempo´. Por presencia entiende toda esta moda en la que a través del cine y la novela, Jesús parece ser más actual que nuca; pero por ausencia entiende el rechazo total que encontramos cada vez que tratamos de proclamarlo como Señor y Salvador.
Harrison Ford saltó a la fama con En busca del arca perdida (1981), comenzando así su carrera como Indiana Jones. Aquella película de Spielberg marcaría un hito en el cine de aventuras, introduciendo un argumento que, a priori, no era nada atractivo. Hacía ya tiempo que las películas de tema bíblico habían quedado relegadas al pasado. Los años cincuenta fueron su momento de esplendor. Pero ¿quién osaría introducir en los años ochenta algo que tuviera que ver con la Biblia? Y si alguien se atreviera sería motejado de ridículo y por supuesto el fracaso comercial estaría asegurado.
Pero he aquí que el avispado de Spielberg halló una manera de dar con la clave para tener éxito usando una idea procedente de la Biblia. ¿Cómo lo consiguió? Sacando provecho del misterio que rodea al paradero del arca y acomodando lo que la Biblia enseña sobre la misma, de manera que la sensibilidad dominante, la pagana, no saliera ofendida. Una fórmula parecida a la de los actuales novelistas y cineastas que fantasean sobre Jesús.
Así hizo del arca de la alianza un objeto con poder en sí mismo, cuya posesión puede determinar quién se hace con el dominio en el mundo. Una idea totalmente extraña al significado del arca original.
Claro que hablar sobre las tablas de la ley contenidas en la misma, como la voluntad santa y perfecta de Dios no hubiera sido muy comercial. Tampoco lo hubiera sido el presentar esa ley como nuestra justa acusadora ante Dios, la cual nos acarrea maldición y condenación. Ni tampoco que ese arca, en realidad, no es más que una ilustración de Cristo, quien ha guardado perfectamente la ley de Dios.
De manera que el arca no está perdida, ni mucho menos. Los que están perdidos son los que imaginan, para su lucro, cosas que no se sostienen. Sí, hay que buscar el arca, pero en la verdadera dirección, esto es, buscando a Cristo. Porque al buscarlo a él se busca el arca verdadera. Lo bueno es que no tenemos que recorrer medio mundo para ello, como Indiana Jones tuvo que hacer, ya que en realidad es él quien ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido(4).
¡Ah! Por favor, no divulguen demasiado mi idea sobre Jesús, la Antártida y los esquimales, no sea que algún espabilado por ahí se me adelante y se haga rico y famoso a mi costa ;-).
1) Minucio Félix, Octavio capítulo 20
2) Cervantes, Don Quijote, capítulo 1
3) Raniero Cantalamessa, La fe que vence al mundo
4) Lucas 19:10
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