Por supuesto, cada uno de estos grupos estaba movido originalmente por un interés supremo: la preservación de lo que para ellos era irrenunciable, porque se trataba de algo sagrado que estaba siendo amenazado por aquella fuerza pagana que se presentó bajo el rostro del helenismo. Lo cual quiere decir que la motivación de estos grupos no podía tener un fin más noble. Todos ellos procedían también de la misma matriz que los había engendrado: el movimiento que encabezara la familia Macabea.
Y sin embargo,
resulta aleccionador el hecho de que, en el fragor de esa lucha, terminaran lejos de lo que pretendían defender, la causa de Dios y de sus propósitos, hasta el punto de quedarse, sin saberlo, al margen o abiertamente enfrentados a la misma. ¡Qué contradicción!
Una vez llegados a este punto,
resulta inevitable plantearse la siguiente cuestión: si en el celo por Dios se termina en una de esas cuatro posturas ¿merece la pena embarcarse en esa lucha? ¿No será mejor amoldarse a las circunstancias en vista de los resultados? ¿Será el pragmatismo la mejor solución, dejando los ideales a un lado? ¿O tal vez el cinismo o la indiferencia?
Al abrir las páginas de los evangelios nos encontramos con una clase de personas que no se ajustan a ninguno de los cuatro grupos ya mencionados. No encajan en esos arquetipos estereotipados. En realidad todo intento de reducirlos a las categorías reconocibles en el judaísmo, está condenado al fracaso. Y sin embargo, no son traidores a la fe de Israel ni mucho menos. Tampoco se han acomodado para no buscarse problemas. Todo lo contrario. Su anhelo más profundo es que el Reino de Dios sea establecido en esta tierra; por ello suspiran, en ello esperan, aunque con un espíritu totalmente diferente a sus contemporáneos, que se han quedado encasquillados en las actitudes ya mencionadas.
No se trata de gente que acaba de hacer su irrupción en la escena de Israel.
Cuando el autor de la carta a los Hebreos, en el capítulo 11, recapitula la línea de hombres y mujeres que desde el comienzo del mundo en adelante han sido testigos de la fe en esta tierra, se está ya refiriendo a esta clase de gente. Gente que ha sufrido, en ocasiones hasta la muerte, por mantener la antorcha de la fe encendida en un mundo de tinieblas. Gente que estando en este mundo no lo consideran su hogar. Cuando el profeta Sofonías anuncia que Dios va a dejar en medio de Israel un remanente humilde y pobre que confiará en el nombre de Dios(1), se está refiriendo a ese tipo de personas. De tal manera que cuando abrimos las páginas de Lucas o de Mateo, nos encontramos con una serie de personajes que cuadran con esa descripción.
Son Zacarías el sacerdote y Elisabet su mujer. Son Simeón y Ana. Son María y José.
No son gente especial ni destacada, humanamente hablando, ni pertenecen a tal o cual sector del judaísmo. No son conscientes de ninguna grandeza sino más bien de lo contrario, aunque por eso mismo son grandes. Son sabedores de su indignidad(2) y de que en sí mismos no pueden jactarse de nada.
Temerosos de Dios, en el sentido más profundo de la expresión, sería la mejor descripción que les convendría. Por eso la Biblia les adjudica el título de ´justos´(3), no porque sean impecables, pues solo ha habido Uno así, sino porque su deseo más ferviente es andar en conformidad con la voluntad de Dios. También hay otros que vienen de lejos para sumarse a ellos. Gente
a la que ninguno de los cuatro grupos arriba mencionados jamás hubiera querido ver en sus filas. Son paganos; pero paganos que dejan su tierra y someten su sabiduría al que les ha mostrado en el firmamento una señal para que vengan a adorar la Sabiduría encarnada(4).
Por causa de ellos, Dios va a puentear a un rey, saltándose el principio que él mismo ha establecido de someterse a la autoridad. Y es que si los magos reciben la orden de no volver a Herodes y si a José se le manda que huya a Egipto, eso significa que el mandato de someterse a la autoridad no es absoluto, porque hay ocasiones en las que lo que está en juego es más importante que la obediencia a la autoridad. Ya hubo un precedente de eso, cuando Samuel fue a Belén a ungir a David usando un subterfugio para que Saúl no se enterara de ese hecho(5). También cuando las parteras en Egipto desobedecieron la orden de Faraón de aniquilar a los niños varones de Israel(6). Es lo que mucho después haría el padre de Corrie Ten Boom, cuando escondía judíos en su casa de Holanda, a pesar de la terminante orden de los nazis de no darles cobijo.
Sí, hay y ha habido un remanente que se ha enfrentado al pensamiento único y perverso de este mundo y, por la gracia de Dios, no ha terminado ni en la mundanalidad saducea, ni en el legalismo fariseo, ni en el aislamiento esenio, ni en el fanatismo zelota.
¡Verdaderamente los que forman parte de ese remanente son auténticamente benditos, realmente dichosos! No es extraño que incluso alguien que estaba muy lejos de pertenecer a esa estirpe dijera lo siguiente de ellos:
´Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya.´(7)
1) Sofonías 3:12-13
2) Lucas 1:48
3) Mateo 1:19; Lucas 1:6; 2:25
4) Mateo 2:11
5) 1 Samuel 16:2
6) Éxodo 1:17
7) Números 23:10
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