Aunque hace muchos siglos se buscó, encontró y sancionó un fundamento que apoyara el culto a las imágenes en el decreto que dice:
“Porque el honor de la imagen se dirige al original, y el que adora una imagen, adora a la persona en ella representada.” [Segundo Concilio de Nicea (787)], parece que algo tan trivial y universal como es la lluvia se ha encargado de poner en evidencia, ante los ojos incluso del más ciego, lo que aquellos malos teólogos de antaño y hogaño no quisieron y no quieren ver: Que hasta las mismas criaturas claman y gritan contra el intento de asociar a otras criaturas con la adoración al Creador.
El sermón que estas lluvias de Semana Santa han dado no ha podido ser más rotundo y clarificador, aunque tal vez no ha sido elocuente ni retórico pero ni falta que hacía. Resulta que, al final, quien determina cada año que haya o no procesiones es el tiempo. Así de sencillo. ¿Cabe algo más concluyente para desmontar todas las pretensiones de grandeza, de maravilla y de misterio, con las que se quiere envolver a esos actos, si su grandeza, maravilla y misterio están supeditados a algo tan pequeño, corriente y obvio como son las lluvias? ¿Qué clase de divinidad es la que se ve impedida de realizar su paseo triunfal anual por algo tan prosaico como el clima? Y ¿Qué clase de Iglesia es la que cimienta, promueve, bendice y ampara todo eso? Sí, es para llorar, pero no por las imágenes sino por aquellos que van en pos de ellas. Es para llorar, pero no por los
pasos frustrados sino por una jerarquía que ha aleccionado a todo un pueblo a andar tras esos
pasos.
Pasos a los que es mejor no llevar el paso porque es dar pasos en falso e ir tras ellos es andar en malos pasos.
Pasos de los que es mejor volver los pasos.
Pero junto con el llanto está la indignación. La indignación, en primer lugar, al constatar que, una vez más, un pueblo y una jerarquía, que en tantas cosas están centenariamente enfrentados, en ésta están sorprendentemente aunados, lo mismo que aquel pueblo y aquella jerarquía que siglos atrás hicieran una imagen para representar a Dios y exclamaran: ´Estos son tus dioses que te sacaron de la tierra de Egipto.´ (Éxodo 32:4). Un pueblo voluptuoso y un sacerdocio popular, de mutuo acuerdo, degradando la verdad de Dios. El primero buscando satisfacer sus carnales deseos religiosos y el segundo proveyéndolos y homologándolos. La indignación, en segundo lugar, al constatar la miríada de Mediadores propuestos para la adoración popular: Toda una legión de patronos, santos y vírgenes cuyo número sigue aumentando para regocijo popular y ventaja de la jerarquía que no del evangelio, cuya verdad queda oscurecida en medio de tan tupido bosque de personajes.
Pero
´Una sola palabra verdadera pesa más que todo el universo.´ (Solzhenitsyn, en su discurso pronunciado con ocasión del premio Nobel), incluso en el caso de que esa palabra no fuera tenida en cuenta por nadie porque
´Aunque todo el género humano estuviera sumido en el sueño, seguiría siendo verdad que tres por tres son nueve.´ (Agustín de Hipona, Contra académicos). O lo que es lo mismo, la verdad no depende del número de seguidores que tenga sino que se basta a sí misma para autentificarse, que es el caso opuesto de la mentira, que necesita números y estadísticas porque sin los mismos no es nada.
- La existencia de un solo Dios
, ´
hay un solo Dios´. Esto es lo que nos une a evangélicos con católicos y con judíos y musulmanes.
La existencia de un solo Mediador, ´
y un solo mediador entre Dios y los hombres´. Esto es lo que nos separa a los evangélicos de la Iglesia Católica Romana (en razón de sus muchos mediadores introducidos) y del Islam (en razón de que carece de mediador).
La identidad del Mediador, ´
Jesucristo hombre´. Esto es lo que nos separa a los evangélicos del judaísmo ortodoxo que niega a Jesús como mediador, lo mismo que separó a los cristianos primitivos del judaísmo de aquel tiempo..
La obra del Mediador, ´
el cual se dio a sí mismo en rescate por todos.´ En esta obra, su muerte expiatoria, descansamos los evangélicos como fuente única de salvación frente a toda pretensión de salvación por obras, común a musulmanes, judíos y católicos.
Los heraldos genuinos del Mediador, ´
Para esto yo fui constituido predicador y apóstol (digo verdad en Cristo, no miento), y maestro de los gentiles en fe y verdad´. Cuya predicación no se basa en deseos populares ni en el ensalzamiento de tal o cual personaje ni en la obtención de estadísticas, sino que está centrada en Cristo y tiene como líneas maestras dos grandes coordenadas: la fe (del evangelio) y la verdad (de Dios).Ahora es un buen momento para hacer balance y replantearse muchas cosas. Esta semana “santa” especialmente –y siempre- es el momento de la verdad.
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