En el año 164 a. C. Judas Macabeo reconquistaba Jerusalén y purificaba el templo, ocasión que daría lugar a la fiesta de la dedicación, a la cual se hace referencia en el Nuevo Testamento(1) y que hasta el día de hoy celebran los judíos con el nombre de Januká (dedicación).
Pero tristemente,
lo que comenzó siendo un ideal de pureza y lealtad a Dios, con el paso del tiempo acabó desembocando en una lucha por el poder no exenta de intrigas, traiciones y miserias, hasta que el general romano Pompeyo acabó con el sueño Macabeo, cuando en el año 63 a. C. entró en Jerusalén, penetrando incluso en el Lugar Santísimo, e imponiendo tributo a todo el país. En un sentido todo había terminado, pero en otro aquella revuelta iba a sentar un precedente histórico en el judaísmo, en cuanto a la manera de actuar ante la amenaza de fuera.
En efecto, las insurrecciones judías en contra de la dominación romana que en los siglos I y II d. C. se llevaron a cabo, estuvieron inspiradas, sin la menor duda, en las gestas independentistas de los Macabeos.
Los zelotas, dirigidos por Juan de Giscala y Simón Bargiora, se levantaron contra Roma entre los años 64-69 d.C., infligiendo a sus ejércitos severas derrotas y recuperando el control de Jerusalén. La mentalidad de estos hombres era un calco de la de los Macabeos, pues veían, y no sin razón, que el antiguo helenismo seguía de alguna manera vigente, pero ahora en la forma del Imperio Romano, heredero directo suyo. Sin embargo, esa rebelión de los zelotas acabó siendo aplastada, cuando el general Tito, al mando de cinco legiones, sitió a Jerusalén, tomó el templo y lo incendió el día 29 de agosto del año 70, exactamente el mismo día y mes en el que fuera incendiado el primer templo, casi siete siglos atrás. La escena de lo que sucedió ese día ha quedado plasmada hasta hoy en el arco de Tito, ubicado en el Foro de Roma, donde el candelabro es transportado por legionarios victoriosos. Tres años después, los últimos resistentes judíos se degollaban en Masada antes que entregarse.
Pero la sombra de los Macabeos es muy alargada y producirá un nuevo brote en la figura de Simón bar Koseba, a quien el rabí Akiba reconoció como Mesías, cambiándole su nombre por el de Simón bar Kokebá, es decir ´hijo de la Estrella´, en alusión a la profecía mesiánica de Balaam(2). De nuevo volverá a repetirse la historia de los insurrectos del siglo anterior: victorias consecutivas ante diversos generales romanos y desastre final en Jerusalén, donde bar Kokebá pierde la vida junto con sus leales en el año 135. A partir de entonces a Jerusalén se le cambiará su nombre por el de Aelia Capitolina, levantándose un templo a Júpiter en el lugar donde una vez estuvo el santuario.
Creo que hay algo en todo esto que debe hacernos reflexionar a los que estamos alarmados ante las pretensiones hegemónicas y totalitarias del pensamiento único, que aunque se manifiesta en esferas diversas, tiene un solo objetivo: socavar al cristianismo y reducirlo a la mínima expresión. Aunque presume de científico, tolerante y progresista, la verdad es que su auténtico rostro es todo lo opuesto a eso.
Por eso la guerra que los Macabeos libraron contra el helenismo es todo un referente, ya que entonces se trataba de reducir al judaísmo a la mínima expresión.
Por supuesto,
la guerra que nosotros hemos de librar nada tiene que ver con armas y ejércitos, ya que la nuestra no es contra sangre y carne. Pero aunque no se trate de una guerra convencional, es una guerra en toda la dimensión de la palabra, teniendo tres frentes:
Un frente intelectual. Tal como el apóstol Pablo nos recuerda:
´…derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.(3) En el que es preciso utilizar la fuerza de la mente santificada para pelear la buena batalla de la fe, en una labor apologética donde se desmontan los grandes mitos, que quieren hacerse pasar por verdades incontestables, de nuestra cultura contemporánea, pero que no pasan de ser más que eso: mitos.
Un frente moral. Es otra vez Pablo quien nos dice:
´Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas; porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto´.(4) Aquí no solo se nos dice que no tomemos parte en el desorden moral sino que lo denunciemos como lo que es: tinieblas. La razón para no callar es que el silencio es ambiguo (aunque cómodo) y por lo tanto confuso. Resulta perturbador que lo que el apóstol denomina tinieblas, hoy algunos cristianos lo califican bajo el eufemismo de ´distintas sensibilidades morales´. ¡A lo que han llegado algunos!
Un frente espiritual. ´Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.´(5) Porque detrás de las ideologías que buscan socavar la fe cristiana, existen poderes demoníacos cuyo propósito es el mismo hoy, en el siglo XXI, que en el siglo I. No creo en la clase de guerra espiritual que algunos han elaborado con espíritus territoriales, mapeo espiritual, pactos ancestrales, etc., pero sí creo que estamos inmersos en medio de una gran guerra de proyección universal, porque el enemigo sabe que le queda poco tiempo(6).
1) Juan 10:22
2) Números 24:17
3) 2 Corintios 10:5
4) Efesios 5:11-12
5) Efesios 6:12
6) Apocalipsis 12:12
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