Si seguimos el sabio consejo que diera Atanasio de Alejandría (296-373) de distinguir entre libros canónicos, que tienen autoridad divina, y libros eclesiásticos, provechosos pero sin tal autoridad, los libros de los Macabeos pueden sernos de utilidad, históricamente hablando. Aunque el problema que tenemos con la Historia es que no aprendemos nada de ella. Pero esa es otra historia.
El conflicto entre helenismo y judaísmo es la colisión inevitable que surge entre dos cosmovisiones, cuya aspiración última es modelar al individuo de acuerdo a determinados patrones. Como esos patrones y las cosmovisiones que los inspiran son opuestas, el choque se hace irremediable.
Al contrario que otras creencias religiosas, como la griega, púnica, siria y otras, que eran capaces de metamorfosearse en un sincretismo religioso, el judaísmo era estrictamente monoteísta y con una moral de conducta basada en el código de santidad del Pentateuco, lo cual hacía imposible que pudiera darse compromiso alguno con el paganismo que el helenismo promovía. La expresión latina
pergraecari (helenizarse), que en el uso general tenía el significado de
´llevar una vida licenciosa´, era un claro exponente del abismo moral que separaba judaísmo y helenismo.
Durante cierto tiempo hubo una cierta coexistencia en Judea entre los judíos partidarios del helenismo y los contrarios al mismo. El cambio cualitativo se va a producir cuando el judío Jasón, obsérvese su nombre helénico, usurpe el puesto de sumo sacerdote en el año 175 a. C.
La cuestión es que el nuevo sumo sacerdote no sólo se había cambiado el nombre de Jesús por el de Jasón, sino que siendo un entusiasta helenista impulsó una serie de reformas que amenazaban a la misma esencia del judaísmo. Al proceder ese impulso de alguien con un cargo tan representativo como el de sumo sacerdote y cuya residencia estaba en la misma Jerusalén, el cambio era toda una carga de profundidad letal. El autor de 2 Macabeos lo describe de esta forma:
´Así pues, fundó a su gusto un gimnasio bajo la misma acrópolis e indujo a lo mejor de la juventud a educarse bajo el petaso. Era tal el auge del helenismo y el progreso de la moda extranjera a causa de la extrema perversidad de aquel Jasón… que ya los sacerdotes no sentían celo por el servicio del altar, sino que despreciaban el Templo; descuidando los sacrificios, en cuanto se daba la señal con el gong se apresuraban a tomar parte en los ejercicios de la palestra contrarios a la ley...´(1)
La referencia en este pasaje a
´educarse bajo el petaso´ alude a los ejercicios del gimnasio en los que se llevaba un sombrero de alas anchas, el de Hermes, dios de la lucha y de las competiciones deportivas. Así pues,
era vital para el helenismo la educación de las nuevas generaciones en los nuevos valores y para ello había que desarraigar de las mentes de los jóvenes judíos las ideas y creencias de sus padres y antepasados, para lo cual eran vitales los gimnasios y las efebías. No solo en cuanto al contenido educativo diferían judaísmo y helenismo, también en cuanto a los medios para alcanzarlo. Mientras el primero propugnaba como piedra angular el valor pedagógico del temor de Dios, el segundo apelaba a los aspectos físicos, intelectuales y artísticos para alcanzar la perfección. En otras palabras,
para el judaísmo la dependencia de Dios era vital en la vida del individuo, una dependencia de acuerdo a la Ley y los profetas; para el helenismo lo importante era potenciar las capacidades que el individuo mismo tiene para su plena realización. El primero era teocéntrico, el segundo antropocéntrico. No podía darse, pues, una oposición más radical entre uno y otro.
Pero el vuelco que dio la situación con la entrada de Jasón en el puesto de mando judío, vino acompañado por
la ascensión al trono de Antíoco IV, un vehemente helenista cuya aspiración era que los dominios bajo su gobierno se unificaran ideológicamente, tal como fuera el sueño de Alejandro Magno. A Jerusalén, a instancias de Jasón, Antíoco le concedió el privilegio de ser considerada parte de la capital de su reino, Antioquía de Siria, lo cual significaba que a partir de entonces todos los asuntos quedaban sujetos a la aprobación de la asamblea general de Antioquía en Jerusalén. También los asuntos religiosos y de conciencia. Como esta asamblea estaba integrada por judíos pro-helenistas, que deseaban abandonar la exclusividad de las costumbres judías que los griegos denominaban ´bárbaras´, y por extranjeros que habían fijado su residencia en la ciudad, la situación se convirtió en insostenible para los deseosos de andar en los caminos de Moisés y los profetas.
Al principio
Antíoco IV, que se había arrogado el título de Epífanes ´Dios manifestado´ (aunque los judíos se lo cambiaron por el de Epímanes ´Loco manifestado´), procedió con buen talante, como se diría hoy. Pero
ante la resistencia de buena parte de los judíos a su programa reeducativo, el verdadero carácter de Antíoco salió a la luz. El hecho de que sumos sacerdotes indignos ejercieran ese cargo y de que la Ciudad Santa hubiera sido transformada en una ciudad pagana, era más de lo que muchos judíos podían soportar.
Pero la gota que colmó el vaso fue el edicto por el que se pretendía unificar el reino,
´ordenando que todos formaran un solo pueblo y abandonara cada uno sus peculiares costumbres.´(2)
Aunque a los ojos helenistas de Antíoco el mismo Yahvé podía ser representado como Zeus, para cualquier judío temeroso de Dios tal idea era la mayor provocación que se pudiera imaginar. La guerra, pues, estaba servida.
1) 2 Macabeos 4:12-14
2) 1 Macabeos 1:41,42
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