En efecto, poco podían imaginar los ganadores de aquella batalla que Caballo Loco sería asesinado al año siguiente, que Toro Sentado acabaría participando en los espectáculos de Buffalo Bill y que los repartos de las tierras indias significarían la conversión de un pueblo de cazadores en uno de granjeros, lo que significaba la muerte de su idiosincrasia cultural. Eso sí, los nombres del Séptimo de Caballería, Toro Sentado, Caballo Loco, Buffalo Bill y Custer se convertirían, a partir de la mencionada batalla, en leyendas vivas en la imaginación y el recuerdo de las generaciones venideras.
La expresión morir con las botas puestas, que dio título a la película, hace referencia a morir en el cumplimiento del deber. En este caso, y como militares que eran, los del Séptimo de Caballería murieron peleando, lo cual para un militar es el máximo timbre de honor, porque significa que estaban donde tenían que estar haciendo lo que debían hacer, con toda la aureola de valor y entrega que conlleva. Haber muerto descalzos hubiera significado que habrían sido sorprendidos por el enemigo con la guardia bajada, lo cual podía indicar muchas cosas pero ninguna marcial y castrense. Desde entonces, morir con las botas puestas se ha extendido a cualquier ámbito de la vida para denotar a los que acaban su carrera en pleno ejercicio de la misma, e incluso yendo más allá de lo que se esperaría de cualquier otro.
Durante el año que pasó fuimos testigos en España de varias muertes de jóvenes, provocadas al ser arrollados por trenes a los que no oyeron ni vieron cuando cruzaban las vías. La causa de esas muertes está en el hecho de que esos jóvenes llevaban puestos los cascos de música, estando ensimismados con la misma hasta tal punto de que alguno de ellos ni siquiera podía oír los gritos que desde los andenes le dirigían quienes veían el inminente peligro. De manera que bien se puede decir que estos jóvenes murieron con los cascos puestos. Claro que viendo algunas discotecas rodantes, como son algunos automóviles conducidos por eufóricos mozalbetes circulando a gran velocidad por cascos urbanos con las ventanillas bajadas y el volumen del CD a máximos decibelios, uno sospecha que detrás de ese desenfreno puede haber más de un accidente automovilístico, porque el sentido auditivo está anulado y las otras facultades mermadas, especialmente si hay por medio alguna copa (o canuto o raya) de más. ¡Qué manera tan segura de buscarse (o buscar a otros) un nicho en el cementerio prematuramente!
El problema de la sordera física en los jóvenes es algo de lo que ya están avisando los médicos, dados los atronadores niveles de sonido existentes en discotecas, pubs y determinados restaurantes, donde es imposible mantener una conversación por el guirigay musical ambiental. Hagamos, pues, la siguiente operación: cascos + discotecas + pubs + restaurantes + discotecas rodantes = sordera total. De manera que los de esa generación que lleguen a abuelos, van a exasperar a sus hijos y nietos, por obra del
heavy metal, hasta límites inimaginables. Si ya de por sí la dureza de oído es propia de la vejez, qué será la de éstos que alcancen esa etapa con una capacidad auditiva embotada previamente. Más sordos que una tapia, decimos en España.
Morir con los casos puestos… Toda una metáfora de nuestro tiempo y en realidad de cualquier tiempo, porque significa ser deliberada e insensatamente sordo a los avisos que nos advierten de un grave peligro inminente.
En ese sentido, ese tipo de sordera no es patrimonio exclusivo de una determinada generación ni producto de una degradación física, sino que es un mal individual y global resultado de una degradación espiritual y moral. Ha habido generaciones enteras que, literalmente, han perecido por causa de esta clase de sordera, como la nación a la que Jeremías fue enviado y de la cual enfáticamente se dice:
‘Esta es la nación que no escuchó…’ (1) En eso básicamente consistió el pecado de aquel pueblo: Su obstinación y rechazo hacia la Palabra de Dios. La generación de Jeremías murió con los cascos puestos, porque, como bien dice el refrán, no hay peor sordo que el que no quiere oír.
No me cabe la menor duda de que España está llena de gente con ese tipo de sordera. En el nivel personal, ese gran texto pedagógico que es el libro de Proverbios especifica como clave en la ruina de un individuo esa propensión a no escuchar, como cuando dice que ‘…el burlador no escucha las reprensiones.’(2)
Es interesante el significado etimológico de la palabra desobediencia (
parakoe) en la lengua griega, que es la del Nuevo Testamento. Literalmente es un compuesto de dos términos: poner a un lado y escuchar; o en otras palabras: hacer caso omiso, no prestar atención.
El texto bíblico superior nos habla de dos hombres, Adán y Jesucristo. El primero murió con los cascos puestos por no querer escuchar la sana advertencia que Dios le diera, participando todos sus descendientes de su necia sordera y destino. El segundo, en cambio, tuvo una disposición totalmente contraria, ya que como él mismo dice:
‘…el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás.’(3). Por su obediencia, los que estábamos abocados a morir con los cascos puestos, podemos vivir con los oídos abiertos, si acudimos a él en arrepentimiento y fe. Eso es el evangelio.
1) Jeremías 7:28
2) Proverbios 13:1
3) Isaías 50:5
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